Desastre sirio
Desde que Donald Trump ordenó la retirada de las tropas estadounidenses y dio luz verde al presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, para lanzar una ofensiva contra las milicias kurdas en el norte de Siria, todo lo que ha podido ir mal ha ido mal: muertes de civiles, denuncias de crímenes de guerra, fuga de presos de Estado islámico, 100.000 desplazados que no saben adónde ir y a los que no les llega la ayuda humanitaria. La tardía reacción de Trump, que amenazó con sanciones contra ankara si no detenía la ofensiva, no ha mejorado las cosas.
Pese a que puede verse afectada directamente por este nuevo frente, la Unión Europea se ha mostrado titubeante: se ha limitado a llamar al cese de hostilidades y a la búsqueda de una salida diplomática con la intempestiva orden de retirada, Trump ha dado una patada a un avispero, que resume toda la complejidad y crueldad de la guerra siria. El ataque turco ha provocado una situación caótica, y peligrosa, que solo tiene un ganador claro: el dictador Bashar al-assad y su principal apoyo, Rusia, cuyas tropas están ocupando las posiciones abandonadas por Estados Unidos. Y dos perdedores: la población civil kurda y la diplomacia de Washington, que ha confirmado una vez más que ha dejado de ser un aliado fiable y que ha entregado en bandeja a sus teóricos oponentes una parte importante del territorio sirio. El daño –diplomático, estratégico y, sobre todo, humano– es enorme.