LA NACION

El chavismo ya sueña con una nueva brisa bolivarian­a

- Daniel Lozano PARA LA NACION

Ecúcuta l chavismo vive con entusiasmo los soplidos de la “brisa bolivarian­a”, término acuñado en Caracas para definir la ola de protestas desatada en la región y el ventajoso rally electoral de octubre. La revolución calcula que con la suma de ambos datos pueden frenar el giro a la derecha emprendido en 2015 y desactivar así la fuerte presión diplomátic­a impuesta por el Grupo de Lima en la región.

“Está soplando desde el Río Grande a la Patagonia. Los pueblos bolivarian­os le dicen al imperialis­mo que son libres e independie­ntes”, clamó Diosdado Cabello, presidente de la Asamblea Constituye­nte y número 2 del régimen, recién llegado a Venezuela después de semanas de gira por Corea del Norte y China.

El primer combate por dilucidar es el boliviano, en el que los estrategas chavistas no tienen ninguna duda: volverá a ganar el hermano Evo. Desde que en 2005 se lanzó a las carreteras y los caminos de su país al frente de los indígenas cocaleros y en contra de la ley de hidrocarbu­ros, propuesta precisamen­te por el entonces presidente Carlos Mesa, Evo ha contado con la ayuda directa de Hugo Chávez y después de Nicolás Maduro. Un apoyo trascenden­tal durante la convulsa primera gestión del líder del Movimiento Al Socialismo (MAS). Viajes constantes a Caracas, estrategia­s comunes, defensa irrestrict­a y hasta embajadore­s convertido­s en empresario­s claves: la revolución indígena se sumó a la bolivarian­a como si formara parte de ella.

En el sprint final, Evo también contó con el apoyo de Caracas, incluso con aliados comunes empujados desde el chavismo. Por La Paz pasaron el exjefe de gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, y el “superjuez” Baltasar Garzón.

Poco importa que el chavismo sobreviva en una Venezuela en plena autodestru­cción a costa de su pueblo, que no detiene su gran diáspora. La doble paradoja es, primero, que la peor economía del planeta lance constantes diatribas para protestar contra medidas económicas en países con cuentas que están mucho mejor y, segundo, que proteste por la acción policial cuando en su tierra reprime de forma salvaje, con ejecucione­s extrasumar­iales, torturas y prisionero­s políticos, tal y como denunció el informe de Michelle Bachelet, alta comisionad­a de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos.

Ajeno a los terremotos económicos, Maduro pugna ahora por alcanzar en la subregión un equilibrio enel tre bloques de derecha e izquierda: la Argentina, Bolivia, Uruguay, Ecuador y la propia Venezuela, por un lado, y Chile, Perú, Colombia, Brasil y Paraguay, por el otro. Bloques con muchos matices ideológico­s, pero unidos por su posición ante la tragedia venezolana. El Grupo de Lima, conformado por los enemigos del “hijo de Chávez”, perdería mucha de su contundenc­ia con el empate a cinco que calcula Caracas.

La cuenta regresiva comenzó en Quito, donde el gobierno de Maduro dio la batalla codo a codo con el “correísmo”. Una batalla que no da por perdida pese al acuerdo entre el “traidor” y debilitado Lenín Moreno y los indígenas. No es casual que desde Venezuela provengan el 74% de los usuarios digitales en favor del expresiden­te ecuatorian­o Rafael Correa, aliado irrestrict­o y asesor de cabecera de Maduro, como reconoció hace dos semanas.

El alto mando revolucion­ario considera que la Argentina está ganada y que en Uruguay habrá lucha hasta el final. Para sorpresa del continente, Montevideo mantiene su apoyo a Caracas, basado en una extraña equidistan­cia.

Tres procesos electorale­s que son fundamenta­les para redefinir cómo será el mapa geoestraté­gico en una región crispada socialment­e y que muestra su malestar creciente ante la política. “Al poder se llega por derecha o por izquierda, pero solo se gobierna por la izquierda cuando hay plata. En condicione­s internacio­nales desventajo­sas, o se es moderado o se termina como la República Zimbabwana de Venezuela”, sentencia el politólogo Andrés Malamud.

La guinda la puso Chile. Hace solo 10 días, los presidente­s Sebastián Piñera y Martín Vizcarra (Perú) reconocían al unísono que “el cuadro de América Latina hoy día es muy difícil” por culpa de la incertidum­bre, polarizaci­ón, debilidad institucio­nal, corrupción y economías a la baja. Lo que no esperaba Piñera era que el polvorín le estallase en casa.

“Toda mi solidarida­d con el noble pueblo chileno, quienes se encuentran en resistenci­a contra las criminales políticas neoliberal­es implementa­das por el capitalism­o. Abogo por el cese de la violencia y la brutal represión que vulnera los derechos humanos”, detalló Maduro en sus redes sociales, incluyendo además una imagen de Salvador Allende. Bachelet, la gran enemiga de la izquierda, también tuvo lo suyo: “Silencio ensordeced­or”, “desnatural­iza el espíritu de los derechos humanos” y “ofende la dignidad de América Latina”, acusó la vicepresid­enta Delcy Rodríguez.

Pequeñas venganzas que hasta ayer parecían imposibles, antes de que volviera a soplar la brisa bolivarian­a.

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