Colas para cargar nafta, fake news y desabastecimiento
El toque de queda alteró el ritmo de vida; la gente se organiza para compartir los autos
SANTIAGO, Chile (Para la nacion).– En tres días todo cambió. Lo que partió como un reclamo por el alza del subte derivó en un reproche masivo y generalizado a un modelo que tiene a buena parte de una sociedad contra las cuerdas.
La violencia se desató, y si hace una semana cargar nafta o comprar pan era una práctica absolutamente normal, el fin de semana los chilenos se encontraron con dificultades en su vida diaria que no se experimentaban desde los tiempos de la dictadura de Augusto Pinochet.
Los principales problemas tienen que ver con la sospecha de que todo podría empeorar. En uno de los espacios en los que más se percibió fue en las estaciones de servicio, que se repletaron de interminables filas de vehículos de todo tipo que llenaban sus tanques como si viniera el apocalipsis.
Varias estaciones de servicio cerraron por la tarde porque el combustible se les acabó, a la vez que otras decidieron bajar la cortina alrededor de las 18 para que sus trabajadores pudieran regresar a sus hogares antes del toque de queda y evitar el conflicto.
Pero eso no es todo. Las complicaciones que repercutieron en la vida cotidiana de los consumidores también se sintió a la hora de comprar comida. Con los supermercados cerrados, los grandes beneficiados fueron los almacenes de barrio que se atrevieron a abrir su negocio.
Mientras que algunos no abrieron sus puertas por el temor a saqueos o, en otros casos, sus propios dueños priorizaron la defensa de sus locales portando palos o armas de fogueo en sus entradas, los que sí pudieron atender recibieron un flujo de compradores inusual y las filas se extendieron por varios metros para poder comprar.
En ese ambiente de necesidad forzada y con el fantasma del desabastecimiento alimentado sin canales oficiales, también apareció cierta especulación trasladada directamente a los precios.
Algunas empresas de buses interregionales aumentaron los valores de sus tickets, al igual que varias estaciones de servicio vendieron nafta de menor octanaje a precio de un combustible premium.
Pero la contracara de este fenómeno se observó en los mercados, donde se vio un fuerte incremento de la demanda: con frutas y verduras disponibles, recibieron un volumen importante de consumidores en busca de abastecerse.
Entre los distintos sucesos que ocurrieron en los comercios, una curiosidad aconteció en los supermercados: el agua embotellada fue uno de los productos más solicitados, como si lo que se hubiera vivido fuese lo más parecido a un terremoto.
En medio de este turbulento escenario, los rumores en redes sociales y las fake news, que proliferaron sobre todo en los grupos de Whatsapp, también amplificaron la incertidumbre.
Diversas informaciones surgieron. Desde un corte de agua masivo que podía afectar a la capital o un llamado a insurrección del Ejército adelantando el toque de queda hasta videos de agresiones entre la policía y manifestantes que correspondían a otro momento.
En este contexto, el interrogante que sobrevuela entre los vecinos es: ¿y qué pasará en los próximos días? Con las escuelas cerradas, muchos padres también enfrentarán mañana un problema tan cotidiano como no tener con quién dejar a los hijos mientras se van a trabajar. Para mitigar la crisis, muchos cursos se han organizado para montar guarderías infantiles improvisadas en sus propios hogares y algunas escuelas privadas abrirán para dar sensación de normalidad.
El desplazamiento a los lugares de trabajo es otro de los grandes interrogantes. Se han levantado campañas ciudadanas a través de las redes sociales para que los habitantes compartan su vehículos, pero en una ciudad de siete millones se habitantes probablemente las calles colapsarán. Esa sensación de temor se sintió apenas se adelantó el toque de queda: las calles se congestionaron como si fuera la celebración de Año Nuevo y la gente se refugió en sus hogares.
Cuando cae la noche las cacerolas siguen sonando desde diversos sectores y varios manifestantes –sobre todo los jóvenes– se mueven en la calle pese al toque de queda. Ante esa postura desafiante, los más viejos han reparado en un detalle apelando a la memoria: si alguien se atrevía en la época de Pinochet a hacer algo similar, habría tenido problemas en vivir para contarlo.