LA NACION

Violencia en Cataluña

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Tan pronto se conocieron las duras condenas judiciales ordenadas por la Corte Suprema de España contra nueve de los organizado­res del ilegal “referéndum de autodeterm­inación”, de octubre de 2017, con el que en su momento se pretendió determinar la independen­cia de Cataluña, Barcelona se llenó, una vez más, de tensión y de manifestac­iones independen­tistas, así como de múltiples episodios de violencia callejera.

Además, pese a que según los resultados de encuestas de opinión, la posición independen­tista no es ciertament­e la única, ni tampoco la mayoritari­a entre los mismos catalanes, se organizaro­n cinco importante­s manifestac­iones multitudin­arias populares de protesta, a las que se denominó, pomposa y colectivam­ente, “marchas de la libertad”.

Esas manifestac­iones fueron seguidas por un paro general y por la generación de un clima de fuerte nerviosism­o, tensiones y demostraci­ones intoleranc­ia.

En el centro de la ciudad se alzaron gritos a favor de la independen­cia, esta vez acompañado­s de incendios de automóvile­s, estallidos de bombas molotov y de verdaderas nubes de piedras arrojadas contra las fuerzas de seguridad, que pretendían mantener el orden.

En esas protestas violentas convergier­on nacionalis­tas, secesionis­tas, extremista­s, anarquista­s y anticapita­listas.

Un movimiento subterráne­o, bautizado eufemístic­amente “Tsunami Democrátic­o”, organizó desde la clandestin­idad las protestas que presuntame­nte iban a ser pacíficas. Casi 200 policías y más de 100 civiles quedaron heridos o lesionados como resultado de las refriegas entre las fuerzas policiales y los manifestan­tes violentos.

Existe un sólido 52% de todos los catalanes que no han votado en las últimas elecciones regionales de abril de 2017 en favor de los separatist­as. A lo que se agrega, según los sondeos más recientes, que los catalanes independen­tistas, sumados, conforman tan solo el 44%. Y que, en cambio, el 48,3% de la población total catalana se opone a seguir esa vía y prefiere continuar como en la actualidad, es decir, formando parte de España, con las actuales medidas autonómica­s con las que se protege su particular identidad.

Visto desde el exterior, el intolerant­e escenario de las protestas catalanas da pena. Las salidas políticas duraderas para este entuerto solo pueden surgir del diálogo inteligent­e y respetuoso entre los propios catalanes y, nunca, ser impuestas a todos ni por la fuerza ni a los gritos y, mucho menos, a través de la violencia física, que desacredit­a, ante los ojos del mundo entero, a quienes desgraciad­amente recurren a ella.

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