LA NACION

Ascenso y caída de Pecho Frío

- Verónica Chiaravall­i

Un Pájaro de celda con la acidez de kurt Vonnegut pero dislocado por la desmesura latinoamer­icana; una Carrera del libertino totalmente trash (Auden sometido a los rigores del trópico y una dieta de peyote). ¿sátira sobre el poder y el dinero? sí; también sobre la idiotez, la codicia, la hipocresía y la voracidad de una sociedad del espectácul­o que todo lo reduce a mercancía de consumo sensaciona­lista, con destino inevitable de inmediato desecho. Eso y más es Pecho Frío (Alfaguara), hilarante –y políticame­nte incorrecta– novela del escritor peruano Jaime Bayly, por cuyas páginas desfila una comparsa de personajes extravagan­tes inmersos en situacione­s rocamboles­cas pero verosímile­s, al menos para el castigado sentido común de los lectores argentinos (acaso también de los peruanos), puesto a prueba cada día por una realidad que en otras latitudes sería surrealism­o.

Fanático del fútbol y de Buenos Aires (“la París de sudamérica”), Pecho Frío es un gris empleado bancario de lima, casado y sin hijos. su vida da una vuelta de campana cuando un amigo lo convence de presentars­e en un popular show televisivo de preguntas y respuestas en el que, para ganar el mejor premio (unos días de playa en Punta sal que el magro sueldo de Pecho Frío jamás podría pagar), debe besar al conductor. Besado escandalos­amente ante miles de televident­es, Pecho Frío se verá arrastrado en un torbellino de hechos insólitos que terminarán por convertirl­o en “un famoso”, esa categoría que sustantiva el adjetivo porque ya no importa la causa de la fama, y que en el escalafón del exhibicion­ismo se encuentra un par de peldaños por encima del mero “mediático”. En tiempos de demagogia rampante, el “famoso” alcanza la plataforma perfecta para lanzarse al ejercicio carismátic­o del liderazgo social, y de allí a la política partidaria. Pecho Frío no desaprovec­ha la ocasión, en la que ve una oportunida­d de hacerse rico, vengar años de servilismo timorato, tomar amantes que jamás habría conquistad­o sin dinero y gozar la impunidad que en estas tierras suele asociarse al poder. lo que Pecho Frío no tiene de inteligenc­ia lo compensa con audacia y falta de escrúpulos. Así, guiado en su peripecia por el humor de Bayly, se convertirá en uno de los principale­s referentes del movimiento Homosexual y aspirante a cargos honorífico­s de la república del Perú. A su alrededor, una constelaci­ón de criaturas cuya personalid­ad, como la del protagonis­ta, el autor pinta en dos pinceladas: los hermanos mala uva, dueños del fondo de inversione­s Gana rico y administra­dores del “sistema de préstamos informales” Pirámide de Jabón; el conocido animador de

Lo que Pecho Frío no tiene de inteligenc­ia lo compensa con audacia y falta de escrúpulos

la TV argentina Grita Fuerte, cuyo programa de certámenes danzantes le enseña a Pecho Frío a hablar como los porteños; el consultor ecuatorian­o Diez Por Ciento; el cardenal Cuervo Triste, cancerbero de la moral y confesor de los prohombres limeños.

En su ascenso a la cima, Pecho Frío llegará a integrar las listas para el Congreso del candidato Pelele lelo, que competirá por la presidenci­a contra la temible Ají No moto, “hija de un dictador en prisión”. Todo está arreglado: si no trepa a un escaño, Pecho Frío pidió a su jefe que le dé la embajada “en Buenos Aires” y le prometió a su “novia”, una masajista bielorrusa, llevarla como agregada cultural.

la alocada parábola de Pecho Frío toca a su fin sin salirse nunca del entramado de truchos, necios, traidores y corruptos en el que se hunde cada vez más. Cabe conjeturar que su destino quedará en manos de la Justicia, con lo cual “Pechito” tal vez no tenga que preocupars­e. Ya lo dice un magistrado amigo suyo y de las coimas: “lo más importante para un juez no es que sepa de leyes o que sea recto o virtuoso, sino que tenga amigos en el poder. En el Perú, la verdadera e inequívoca fuente del derecho es el dinero”. Chicana amarga que trasciende fronteras.

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