LA NACION

Dos rebeldes que empezaron la revolución en puntas de pie

- Cristian Grosso

La 12 estaba muda. la misma hinchada que había coreado ‘Borombombó­n/ borombombó­n/ es el equipo/ del narigón’ y también ‘Mire/ mire que locura/ mire/ mire que emoción/ es el Bambino Veira/ que vino a la Boca /para ser camdicione­s peón’… ahora se mantenía indiferent­e. ni Bilardo ni Veira habían ganado nada, pero a este hombre lo mantenían bajo estudio, pese a que Boca era el líder invicto, con seis puntos de ventaja, cuando promediaba el apertura ’98. carlos Bianchi dirigía su primer torneo en la Ribera y no le importaba esa indiferenc­ia: “Me tiene sin cuidado, prefiero que alienten al equipo y no a mí”, le contaba en una entrevista a la nacion. Bianchi impuso sus condesde que llegó al club que presidía Mauricio Macri, que tras escuchar las encuestas para elegir a los técnicos anteriores, ahora había confiado en una corazonada.

Bianchi supo que no debía dudar porque nada lo indentific­aba con la familia xeneize, aunque había debutado contra Boca, en el ’67, y se había retirado del fútbol en el ’84, en la Bombonera. Enseguida aclaró que mandaba él. “Riquelme no figuraba, Serna era el cuarto extranjero, Samuel era suplente, Palermo y Guillermo alternaban la titularida­d, traje a Basualdo, a ibarra…”, advertía. “Soy muy práctico, para mí el fútbol es sencillo. no soy ningún fenómeno. Mi función es convencer a los jugadores de una idea, demostránd­oles que es buena. Pero las cosas en su lugar: ni tanto cuando todo sale bien, ni tan mal cuando algo falla. Trato de relativiza­rlo todo. Yo salí campeón del mundo con Vélez. ¿Y? no puedo estar toda la vida diciéndolo”, analizaba. Sin sospechar que se convertirí­a en leyenda.

Marcelo Gallardo construyó su idolatría desde la cancha, pero ni eso lo puso a resguardo cuando se atrevió a dirigir a River. Tomó a un equipo que acababa de ser campeón con el tótem de Ramón Díaz como entrenador. la vara estaba alta para un entrenador en formación, con apenas 39 partidos en nacional, de Montevideo, y una vuelta olímpica con el Bolso.

Pero Gallardo siempre estuvo convencido, como en noviembre de 1997, cuando en el cierre de un año lleno de altibajos y críticas entre su club y la selección de Passarella, se confesaba ante la nacion. “Si volví a ser un jugador confiable se lo debo a la seguridad que mantuve en mis condicione­s. Siempre creí en Gallardo y no hubo críticas que pudiesen cambiar eso. ni bajarme. nunca me creí un fuera de clase, pero tampoco un burro. Me cerré en mí mismo y me juré que me iba a matar por tener nuevas posibilida­des, y entonces no iba a dejarlas pasar”. Tendría razón, a su carrera todavía le faltaban dos mundiales, seis temporadas en Europa y varias conquistas entre Monaco, París, Buenos aires, Washington y Montevideo.

Bianchi y Gallardo se rebelaron contra la desconfian­za y en menos de seis meses ya habían ganado su primer título como técnicos de Boca y River. comenzaban dos revolucion­es que cambiarían la historia.

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