Un empate al cabo de los dos debates
Más de tres horas antes de la hora señalada para el comienzo del debate, varios canales de noticias se instalaron frente a la Facultad de Derecho de la UBA, al pie de las escalinatas. Rodeada de fuerzas de seguridad, allí irán llegando los candidatos y sus equipos. Nicolás del Caño abrirá, según dicen, muy sonrientes, sus seguidores, que llegan temprano. Otros, que casi nunca sonríen, como Marcos Peña, entran con cara de contentos. Estuve en el debate de 2015 y doy fe de que no había ni tantos movileros ni tantos vallados policiales.
A las 20.25, llega Alberto Fernández a la Facultad de Derecho; a las 20.28, los motociclistas que preceden al Presidente están ya en la entrada. Frente al televisor, voy tomando notas mientras ellos hablan. El tiempo real del debate tiene peligros. Los candidatos no pueden reparar errores cometidos en su transcurso.
En el debate anterior, Alberto Fernández fue mordaz y enfático. Mauricio Macri se mostró confuso y casi abrumado. La noche de ayer, ambos dieron vuelta esta página. Fernández eligió la calma. Macri usó, con mayor firmeza, mejores argumentos. Para decirlo brevemente: empate.
Roberto Lavagna se colocó más allá de la competencia entre esos dos presidenciables. Sus intervenciones fueron precisas y mencionó temas que los otros candidatos pasaron por alto, como los “delitos de género”. A firmó que el crecimiento del con urbano genera una dinámica contraria a la expansión del federalismo, que exige un “replanteo territorial”, para terminar con el trato que favorece al Gran Buenos Aires y hunde a las economías regionales. Lavagna, como José Luis Espert, ejerció una libertad de palabra que no estaba atada a la disputa por un voto presidencial, que parece saldada.
Era inevitable que Alberto Fernández y Macri se consideraran los contendientes principales y se ocuparan uno del otro. Macri no respondió algunos de los dichos de su contendiente. Tres de las frases no respondidas: “Macri uberizó la producción”, “llenó el bolsillo de sus amigos” y “favoreció a su propia familia”.
A la segunda acusación [sobre los amigos] Macri le cambió los acusados: Alberto tiene que tapar delitos y finge que él no vio nada. Espert también le preguntó a Fernández si no vio la asociación ilícita que funcionó con el kirchnerismo. La respuesta de Fernández fugó hacia su primera persona: “Nunca me llamó un juez”. Macri recordó que el kirchnerismo dejó un Estado sin Indec y “lleno de militantes”.
Vivienda y desarrollo social le permitieron una buena frase a Fernández: “Gracias a Dios, no nos parecemos [a Macri] en nada”.
Macri atacó, quizás en su momento más convincente: “Ellos no pueden hablar de pobreza; 35 años gobernando La Matanza y se inunda. Logramos que La Plata no se inundara. Llegamos a la pobreza más baja en 2017. Luego vino la crisis”. Y sigue con un anuncio que solo puede hacer quien todavía tiene el gobierno: promete que los créditos UVA se van a ajustar por salarios. Lo que se llama una promesa electoral para ganar votos.
Se llega al final. El Presidente dijo: “Es imposible creer que el kirchnerismo tiene las soluciones y que nos olvidemos que ellos produjeron eso de lo que ahora dicen tener una solución”. Fernández le respondió con “La cigarra”, de María Elena Walsh. Fue el cierre. Los debates mejoran. Probablemente esa sea la lección de la noche del domingo.