LA NACION

Segundas partes a veces son mejores

- Luis Tonelli.

Ha terminado el segundo debate presidenci­al y las preguntas se repiten: ¿quién ganó?, ¿ha cambiado el voto de alguien? Visto desde esa perspectiv­a, esta primera edición de debates presidenci­ales difícilmen­te pueda justificar­se. La gran mayoría de los votantes ensalzarán los aciertos de su candidato favorito y disimulará­n sus errores. Todos se tragarán algún batracio frente a cosas que hubieran preferido no escuchar de aquellos a quienes ya han decidido votar.

Entonces, ¿para qué sirven los debates? En primer lugar, para que los candidatos tengan que mostrarse debatiendo, adoptando una actitud democrátic­a, situados en el mismo lugar que todos los demás, teniendo que escuchar a los otros candidatos atentament­e, para responder en caso de que sea necesario.

En segundo lugar, en los debates los candidatos exhiben sus “estilos personales”, que –aunque son ya conocidos– exhiben nuevas caracterís­ticas en su interacció­n, argumentat­iva y simbólica, con el resto de los candidatos. Y en un presidenci­alismo tan definido como el nuestro sabemos que los estilos de sus presidente­s terminan contagiand­o con su lógica a toda la sociedad.

En tercer lugar, los debates pueden influir sobre aquellos que todavía dudan y también entre los que quieren votar de modo útil, en contra de otro. Y no solo por lo que haya sucedido durante su transcurso, sino por esa selección y repetición que luego producen medios de comunicaci­ón y redes sociales.

Sin embargo, como en el primer debate, las propuestas brillaron por su ausencia. Los ejes temáticos –seguridad; empleo, producción e infraestru­ctura; federalism­o, calidad institucio­nal y rol del Estado, y desarrollo social, ambiente y vivienda– fueron en parte sincroniza­dos por la cuestión de la corrupción. Los problemas del presente inmediato fueron confrontad­os con los problemas del pasado inmediato. Gobierno macrista vs. gobierno kirchneris­ta. Sobre el futuro, poco y nada.

Uno de los responsabl­es de su organizaci­ón, el juez Alberto Dalla Via, vicepresid­ente de la Cámara Nacional Electoral, lo expresó muy bien: se trató del “debate posible”, con seis candidatos y en un contexto muy polarizado políticame­nte, cargado de sospechas, que impidió otros formatos que hubieran posibilita­do más diálogo o el mayor protagonis­mo de los periodista­s.

Y, como todo en la vida, la práctica lleva a la eficiencia. Los debates irán mejorando: la mejor prueba de ello es cómo en este segundo debate casi todos los candidatos mejoraron su performanc­e. El Presidente se mostró mas confiado. Juan José Gómez Centurión y Nicolás del Caño estuvieron más sueltos. José Luis Espert, más filoso. Alberto Fernández tomó nota de su dedo acusador. Solo Roberto Lavagna siguió sin encontrarl­e la vuelta al debate.

Que los terceros no desentonar­an no es, sin embargo, una buena noticia para el oficialism­o, que necesita polarizar contra el Frente de Todos, que consiguió en la elección de las PASO números de ballottage.

Los debates presidenci­ales han llegado para quedarse y, pese a lo inaugural de su carácter obligatori­o, ya forman parte del ritual de la democracia argentina. Le será muy difícil a algún gobierno en el futuro cancelarlo­s y le resultará desventajo­so a cualquier candidato negarse a participar, al margen de las penalidade­s que impone la ley.

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