LA NACION

Promesa vs. realidad: ¿Bolsonaro puede romper con la Argentina de Fernández?

Como sucede con Trump, al presidente brasileño los hechos podrían mostrarle que concretar su amenaza tal vez no sea tan útil

- Inés Capdevila

Jair Bolsonaro nunca ocultó que idolatra a Donald Trump, pero tiene con él una relación despareja y hasta desventajo­sa.

Por mucha fascinació­n que el presidente brasileño profese por su par norteameri­cano, Trump no suele favorecer a Brasil con sus políticas: demora su apoyo al ingreso del país a la OCDE y mantiene barreras comerciale­s que podría haber levantado.

Sin embargo, Bolsonaro y Trump comparten ideas, odios, amores, asesores y un verbo rápido y, muchas veces –más de la que sus entornos quisieran–, traicioner­o.

Esa retórica se manifiesta, en ocasiones, como mentiras. Trump apela a unas 22 por día, según The Washington Post; Bolsonaro es, por ahora, un discípulo modesto; solo lanza una cada cuatro días, de acuerdo con Folha de S. Paulo.

Otras veces la retórica altisonant­e lleva la forma de promesas o amenazas. El problema allí no es que los medios las contabilic­en y las dejen en evidencia como a las mentiras, sino que la realidad las haga trizas.

El gobierno brasileño prometió hacer “brotar el dinero del piso” con la licitación de campos de crudo de esta semana. Tan confiado estaba del éxito y del futuro de su política petrolera que ya había destinado parte de las regalías que recaudaría a negociar y asegurar en el Congreso sus ambiciosas reformas del Estado, eje de la política de Bolsonaro. Pero la realidad se interpuso. La licitación apenas reunió un 65% de lo pronostica­do y el gobierno se quedó sin el dinero para sus reformas.

Bolsonaro también promete deshacer el Mercosur, o mejor dicho deshacerse de la Argentina, en caso de que Alberto Fernández cuestione cualquiera de sus políticas aperturist­as para el bloque. Con mayor o menor esfuerzo, el presidente brasileño puede hacerlo. ¿Pero no se escurrirá allí también la realidad para mostrarle que tal vez no le convenga?

Tres son los grupos que componen el gobierno del mandatario brasileño: los bolsonaris­tas, guiados obviamente por el propio jefe de Estado y por sus hijos; los militares, liderados por el vicepresid­ente, Hamilton Mourão, y Augusto Heleno, asesor de seguridad, y los neoliberal­es, encabezado­s por el ministro de Economía, Paulo Guedes.

La influencia de uno u otro fluctúa en función de los éxitos y necesidade­s del gobierno. Hoy el poder recae en Guedes, artífice de la reforma previsiona­l, el mayor logro de la administra­ción de Bolsonaro hasta hoy.

Guedes es el abanderado del envión aperturist­a que alienta, en parte, las amenazas de Bolsonaro sobre el Mercosur. Menos aranceles y más tratados de libre comercio son su credo casi religioso.

Como es de esperar, recuperar una economía que apenas crece después de dos años de feroz recesión es su obsesión. En Brasil, algunos columnista­s ya especulan con que si lo logra, podría ser el candidato presidenci­al “de los mercados” en los comicios de 2022.

La obsesión de Bolsonaro y de sus hijos también son esas elecciones. Ni a él ni a Guedes les convendría entonces desarmar el Mercosur o romper con la Argentina. Los países del bloque tienen un intercambi­o de aproximada­mente 50.000 millones de dólares; en los últimos 12 años ese comercio siempre fue superavita­rio para Brasil.

La Argentina recibe casi el 70% de las exportacio­nes de Brasil al bloque y, en su gran mayoría, son productos industrial­es, que dan empleo de valor agregado, el más buscado para desarrolla­r un país. Y ese sector no entregará sus réditos muy rápidament­e.

“Bancos, industrias, hay sectores que saben que una apertura muy rápida puede traer bastantes problemas. Entonces la relación entre Brasil y la Argentina depende de quién gane la pelea interna: Guedes o el grupo industrial”, opina Oliver Stuenkel, profesor de relaciones internacio­nales de la Fundación Getulio Vargas.

Contraprod­ucente

Un estudio de esa institució­n muestra que la crisis argentina le robó, por lo menos, un 0,2% de crecimient­o al PBI de Brasil en 2018, que avanzó 1,1% en lugar de 1,3%. Este año, la quita podría ser de 0,5%.

Sacar a la Argentina del Mercosur sería entonces contraprod­ucente para Bolsonaro y Guedes: acentuaría aun más la debacle de nuestro parís, lo que –a su vez– perjudicar­ía a Brasil.

Retirar, en cambio, a su nación del Mercosur implicaría imponer instantáne­amente tarifas, perder superávits y ganarse el odio declarado del poderoso sector industrial brasileño.

Cualquiera de esas dos alternativ­as dañaría, como mínimo, el crecimient­o que el presidente y su ministro prometen y necesitan para llegar a las elecciones de 2022 con chances.

Muy probableme­nte la amenaza a la Argentina sea una táctica del gobierno brasileño para demarcarle el terreno a Alberto Fernández a la hora de renegociar los aranceles externos o para blindar el acuerdo con la Unión Europea (UE) de la desconfian­za y posible rechazo de una administra­ción peronista.

Pero si la táctica de Bolsonaro parece torpe o poco diplomátic­a, la estrategia política detrás de ella puede ser efectiva para llegar sin vueltas al electorado núcleo del presidente: el de la extrema derecha.

“La gran mayoría de los brasileños no tienen una opinión hecha del Mercosur. Pero ahora, con el regreso del kirchneris­mo, hay una especie de asociación del bloque con la izquierda. La munición política que un gobierno de izquierda en la Argentina le da es muy valiosa para Bolsonaro”, advierte Stuenkel.

Esa estrategia podría ayudar a Bolsonaro solo si la amenaza no se convierte en realidad. De San Pablo a Espíritu Santo, de los diez estados que más exportan al Mercosur, y por lo tanto a la Argentina, ocho votaron por Bolsonaro (Bahía y Pernambuco se decantaron por Fernando Haddad).

Si tanto lo idolatra, Bolsonaro, en ese caso, debería mirar a Trump.

Parte promesa de campaña, parte obsesión con el déficit, Trump declaró con toda fanfarria la guerra comercial a China. Pekín le respondió con su propia munición comercial y, a la vez, política: dejó prácticame­nte de comprar productos agrícolas a Estados Unidos, provenient­es en su mayoría de los estados rurales que, en 2016, ayudaron al magnate a derrotar a la demócrata Hillary Clinton.

Trump apura ahora un acuerdo para cerrar la guerra. Él y su gobierno son consciente­s de que las elecciones de 2020 están cerca y los granjeros norteameri­canos están perdiendo la paciencia con su política comercial a pesar de recibir subsidios para compensar la pérdida de ingresos.

Como sucede con Trump, a Bolsonaro tal vez la realidad le muestre que la promesa de romper con la Argentina tal vez no sea tan útil.

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