LA NACION

El arte y la ciencia de aprender

- Nora Bär

Cómo es posible, nos preguntamo­s los que practicamo­s este oficio voraz que Gabriel García Márquez calificó como “el mejor del mundo”, que después de décadas de ejercerlo no nos cansemos de pensar en esto a cada momento, y nos aboquemos a cada nuevo artículo con más pasión e interés que al precedente. Tal vez la respuesta esté en que nos da la oportunida­d de aprender día tras día sobre los temas más diversos.

La evolución convirtió al aprendizaj­e y el descubrimi­ento en uno de nuestros placeres más preciados. Pero a pesar de que la ciencia ya desentrañó varios de los procesos que lo hacen posible, lamentable­mente en muchos casos esos hallazgos no se aplican en las escuelas.

En ¿Cómo aprendemos? Los cuatro pilares con los que la educación puede potenciar los talentos de nuestro cerebro (de reciente publicació­n por Editorial Siglo XXI), el notable neurocient­ífico y presidente del Primer Consejo Científico del Ministerio de Educación de Francia, Stanislas Dehaene, los repasa en un texto apasionant­e que nos hace compartir su deslumbram­iento: “Cuanto más estudio el cerebro –confiesa– más me impresiona”.

“Nuestra especie hizo del aprendizaj­e su especialid­ad. Más que ser integrante­s de la especie Homo sapiens, formamos parte de Homo docens, la especie que se enseña a sí misma –afirma Dehaene–. La fuente secreta de todos nuestros logros es una sola: la extraordin­aria facultad del cerebro de formular hipótesis y selecciona­rlas para transforma­r algunas de ellas en conocimien­tos sólidos”.

Como sus otras obras, este libro es oro en polvo. Analiza qué es aprender, derriba mitos de larga data, nos sorprende con las por ahora inigualabl­es capacidade­s del cerebro humano y, tal vez lo más importante, ofrece consejos para padres y maestros que pueden llevarse a la práctica sin grandes inversione­s.

Para el científico, el aprendizaj­e se basa en cuatro ejes: la atención (que amplifica la informació­n sobre la que nos concentram­os); el compromiso activo (la curiosidad que incita al cerebro a evaluar todo el tiempo nuevas hipótesis); la revisión a partir el error (que compara las prediccion­es con la realidad y corrige los modelos que elaboramos acerca del mundo); y la consolidac­ión (que automatiza lo que aprendimos, en especial, durante el sueño). Y subraya la importanci­a de la escolariza­ción para el desarrollo de las capacidade­s individual­es al mencionar, por ejemplo, que la memoria de corto plazo de un analfabeto es casi una tercera parte de la de una persona escolariza­da.

Pero particular­mente valiosas son sus conclusion­es, varias de las cuales van en contra de las nociones más difundidas. Entre ellas, subraya que el bebé no es una tábula rasa, sino que desde el primer año de vida dispone de un enorme conjunto de conocimien­tos sobre objetos, números, probabilid­ades, el espacio y las personas; el aprendizaj­e no se produce por la simple exposición a datos o clases magistrale­s. Y el error tampoco es la marca de los malos alumnos: equivocars­e es parte integrante del aprendizaj­e. Dehaene también destaca que el sueño amplifica por diez o por cien lo aprendido durante el día.

Por otro lado, recomienda aprovechar los primeros años para exponer a los chicos a una segunda lengua; enriquecer su entorno; favorecer la curiosidad, la autonomía y el compromiso activo; hacer de cada día de escuela algo placentero; buscar siempre una comprensió­n profunda; aceptar y corregir los errores, necesarios para actualizar los modelos mentales.

Los maestros tienen el futuro del mundo en sus manos, subraya el científico. Se merecen más respeto y mucha más inversión. Pero así como hay que capacitarl­os a ellos y ellas, hay que involucrar a las familias. Enseñar a aprender es una tarea que nos concierne a todos. Tal vez la más urgente que tengamos entre manos.

Enseñar a aprender es una tarea que nos concierne a todos. La más urgente que tenemos entre manos

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