LA NACION

El mal paso en el Mundial abrió interrogan­tes

- Jorge Búsico

Hay señales que anuncian que vienen otros tiempos de debate domésticos que hasta quizás incluyan la posición de que el rugby de clubes y el profesiona­l empiecen a dormir en cuartos separados. También con miras al futuro existen dos situacione­s en las que se abrieron goteras. Por un lado, la reciente Copa del Mundo y la fallida actuación de los Pumas demostraro­n que la Argentina, tal como funciona el modelo de la UAR, está lejos de conseguir todo lo que ostentan las potencias. Por el otro, la situación del rugby de voluntario­s, la base de todo el deporte, es por lo menos incómoda y en la parte más visible, con una exigencia de juego, pretension­es y calendario­s no acorde con una actividad no rentada. Por todo eso se impone al menos una revisión de unos y otros para ver si se va por una ruta que les conviene a todos.

Las próximas elecciones en las principale­s entidades, la UAR y la URBA, pueden llegar a dar indicios importante­s al respecto, pero no se debe perder de vista a todo el país. En esa vía, hay que remarcar algo que pasó inadvertid­o para la prensa nacional: la firme y unánime posición que tomaron los clubes tucumanos a través de su Unión, logrando así que la UAR reviera una medida que para ellos afectaba al desarrollo de toda la región. Fue la primera de las señales de lo que se marca en el comienzo de esta nota.

Es muy pronto como para sentenciar el proyecto profesiona­l de la UAR: comenzó recién en 2016. Pero si el primer test importante era Japón 2019, la conclusión es que si no hay cambios de peso la suerte en Francia 2023 puede ser idéntica. Con sólo un grupo de jugadores disputando todo (Pumas y Jaguares) el año entero y todos los años, y sin dejar venir a los que están en Europa, no hay una fórmula mágica que lleve al selecciona­do a competir de igual a igual con las potencias.

El sistema profesiona­l está soportado por los clubes (de allí salen los jugadores) y es el que más dinero se lleva, pero no arrojó resultados. Aún se espera un informe de lo que pasó en Japón. Pero más allá de eso, hay otra realidad: la Argentina no tiene cinco franquicia­s, como sí Nueva Zelanda, Australia y Sudáfrica, ni una competenci­a profesiona­l interna como la tienen Inglaterra, Francia, Irlanda, Gales, Escocia, Japón y Estados Unidos. Ni siquiera torneos internos semirrenta­dos, como sí sus socios en la Sanzaar. Aparece una posibilida­d de lograr que antes de 2023 Jaguares XV ingrese en la Currie Cup A (jugar en la B no implica adquirir competenci­a de verdad profesiona­l), lo que sería un buen impulso. En cuanto a la Liga Sudamerica­na, de pronta concreción, ayudará más al resto de la región que a la Argentina.

En el rugby nacional tampoco hay todavía una conciencia profesiona­l. Nadie rinde examen. No se observa autocrític­a en serio, que no es reconocer que algo salió mal, sino cambiarlo. También falta infraestru­ctura (un campo propio, por ejemplo) y potenciar los staffs con entrenador­es extranjero­s. Habrá que ver no sólo si hay dinero para eso, sino también cómo se vuelve a repartir el que se tiene. Que por otra parte es, después del fútbol, el mejor presupuest­o del que dispone un deporte en el país.

Mientras no aparezca otra franquicia –parece casi imposible por el costo–, habrá que buscar competenci­a de primer nivel para los juveniles que vienen surgiendo y que ya firmaron contrato con la UAR. Jaguares no alcanzará para todos. ¿Qué harán Mario Ledesma y la Unión? ¿Seguirán dejando fuera ahora a jugadores como Pablo Matera y Tomás Lavanini? ¿Armará el head coach un nuevo grupo con los más jóvenes? Y, por otro lado, ¿qué posición tomarán los clubes? ¿Aparecerá Hugo Porta, el ícono, liderando sus posturas? ¿Quedará Agustín Pichot, el otro gran emblema, al frente de World Rugby o marcando las pautas del profesiona­lismo? Preguntas que tendrán respuestas en otra etapa que se abre. El tablero se moverá.

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