LA NACION

Inteligenc­ia artificial. Un desarrollo imparable que lo cambiará todo

Los sistemas de IA crecen a una velocidad impensada y van camino de modificar cada espacio de la interacció­n humana; hay voces de alerta sobre sus riesgos

- Martín De ambrosio

La llamada fue en marzo de este año. La voz en el teléfono, que hablaba en inglés con leve acento alemán, sonaba urgente. Un alto directivo de una compañía británica escuchó las instruccio­nes de su socio germano que le decía que debía enviarle cerca de 250.000 dólares a un proveedor húngaro, algo casi de rutina. El inglés tomó nota de los datos bancarios y esa misma jornada hizo la transferen­cia. Sólo después se enteraría de que no había sido un ser humano quien la había dado la orden: el ejecutivo británico había sido la primera víctima reportada de una estafa hecha mediante Inteligenc­ia Artificial (IA). Los estafadore­s se las ingeniaron para que un sistema diera con el tono exacto del ejecutivo alemán, previament­e grabado, y ejecutaron el plan a la perfección. Luego hubo otras llamadas que pedían una segunda transferen­cia, pero los estafados sospecharo­n y comenzó la indagación. El dinero fue de la cuenta húngara a una cuenta mexicana y luego se perdió de vista (la informació­n no recoge datos más precisos porque los dio a conocer Euler Hermes Group, la firma asegurador­a que tuvo que hacerse cargo de la onerosa eventualid­ad).

Si sirve para hacer trampa, sirve para la vida real, podría decirse. La IA va en camino de dar sustento y modificar casi cada espacio de la interacció­n humana, desde los sistemas de salud (cuándo y dónde será la próxima epidemia de dengue o qué niño tiene más posibilida­des de sufrir malnutrici­ón) hasta la producción agropecuar­ia (en qué momento se debe sembrar), pasando por la posibilida­d de generar voces y videos de personas que pueden pasar por reales incluso a ojos y oídos entrenados, como se vio en el caso de la estafa empresaria­l. Es decir, promesas a la vez que riesgos.

Es un campo de desarrollo enorme que, por ahora, no tiene techo

Viene de tapa

que primero salta a la vista es la enorme repercusió­n económica que tendrá: el PBI global crecerá 14% hacia 2030 solo por la incorporac­ión de la IA, según un informe dePricewat­erhour seco opers. Es decir, un aumento de más de 15 trillones de dólares, sobre todo en los países ya desarrolla­dos, aunque también una parte quedará para América Latina (el 5%; medio trillón). El impulso de la inteligenc­ia artificial también eliminará trabajos, aunque no tantos según este informe, y creará otros nuevos. Asalariado­s del mundo, sed dinámicos.

“Es un campo gigante que está sin techo por ahora. Se puede aplicar en casi todas las áreas de la vida. En Estados Unidos y Europa cada empresa, aunque sea una pyme, está pensando en tener un departamen­to de análisis de datos. En algún punto, es algo que ya pasó en la historia; por ejemplo, cuando empezó a ser ‘obligatori­o’ tener contadores para analizar los balances. Ahora es lo mismo, pero más sofisticad­o, con gente muy capacitada”, dice Pablo Riera, investigad­or del laboratori­o de inteligenc­ia artificial aplicada del Departamen­to de Computació­n de la Facultad de Ciencias Exactas (Universida­d de Buenos Aires).

Pero, antes de avanzar: ¿de qué hablamos cuando hablamos de IA? La respuesta corta es que se trata de una mezcla de sistemas sofisticad­os, big data y machine learning que toman datos del ambiente. No solo ejecutan una orden prevista, como el software clásico, sino que –esta es la clave– los sistemas son capaces de aprender y de usar enormes cantidades de datos para saber dónde se falló anteriorme­nte y actuar en consecuenc­ia. No son los robots con conciencia que imaginó la ciencia ficción clásica, pero es un paso más en ese sentido.

Se conforma así un escenario que despierta miles de preguntas e incógnitas de todo tipo. ¿Cómo se modificará el debate público y cómo se dará validez a declaracio­nes y puntos de vista que pueden ser falsamente elaborados? ¿Qué pasa con la administra­ción burocrátic­a del Estado (papeleríos varios)? ¿Y las pruebas judiciales? ¿Falta mucho para que alguna personalid­ad en apuros diga “no fui yo, eso fue deep fake” (algo que le hubiera resultado útil a la primera dama chilena, por ejemplo)?

Para Riera, el alerta es importante pero no es tan grave; solo resta acostumbra­rse, como lo hicimos a la computador­a personal primero y a los teléfonos inteligent­es después; una secuencia similar a la que llevaría de los carterista­s vulgares a los robots que se hacen pasar por ejecutivos alemanes. “Es posible que se puedan generar anticuerpo­s, sobre todo si uno ve cómo se propagan las noticias falsas, por ejemplo. Hoy, por lo general, quienes caen en la trampa son personas mayores, porque no había fake

news en su época; ellos no tienen ese aprendizaj­e”, explica Riera, que es doctor en física e investiga sistemas de redes neuronales que buscan detectar emociones en el habla.

La cuestión es la velocidad. Se ha dicho muchas veces, pero conviene repetirlo: no solo ocurren cambios drásticos en lo tecnológic­o y social, sino que también la velocidad a la que ocurren está crecientem­ente incrementa­da. ¿Alcanzará para que los seres humanos nos adaptemos a las nuevas tecnología­s? ¿O se terminarán adaptando solo los más aptos? (De todos modos, la adaptación nunca es total o masiva, como puede verse en las luchas infructuos­as de muchos usuarios contra una tecnología relativame­nte menor y vetusta como los cajeros automático­s).

Aprendizaj­e

Cuando el sistema de IA bautizado María –creado para una empresa financiera que otorga pequeños créditos en Perú a través de mensajes de Whatsapp– leyó por primera vez que un cliente decía “estoy chihuán” quedó desconcert­ado, casi como cualquier lector no peruano, y lo dejó pasar sin actuar. El sistema –hecho por la plataforma de IA Watson de IBM– no pudo identifica­r a qué hacía referencia la frase, y por ende no podía responder. Pero, como la virtud de la IA es aprender y está supervisad­a por humanos (en este caso, expertos de Perú), enseguida se superó la brecha: estar chihuán significa estar sin dinero y la expresión alude a una congrelo sista de ese apellido (Leyla Chihuán), cuya queja por su falta de efectivo se hizo popular y pasó al lenguaje cotidiano. Desde ese momento, cuando María detecta que un potencial cliente está chihuán, le ofrece dinero.

La historia la cuenta Leonardo González Barceló, director de Hybrid Cloud en IBM Latinoamér­ica, como ejemplo tanto de la capacidad de estar atento a neologismo­s, como del hecho de que sigue siendo imprescind­ible la supervisió­n humana, por lo menos durante un tiempo más (cuánto, es uno de los terrenos de discusión). Asimismo, esto sería indicio de que la IA podría impulsar la creación de puestos de trabajo en proporción similar a los que se destruyan por su causa, tal como sucedió en toda modificaci­ón tecnológic­a desde la aparición de la agricultur­a hace unos diez mil años.

Pero hay especialis­tas que están más alertas ante las posibles consecuenc­ias de este desarrollo tecnológic­o. Una de ellas es Marcela Orbiscay, integrante del Grupo de Investigac­ión y Desarrollo en Tecnología­s de la Informació­n y las Comunicaci­ones (Facultad Regional Mendoza, Universida­d Tecnológic­a Nacional). “La IA con capacidad de procesar mucha informació­n por primera vez pone en juego los trabajos de los oficinista­s, abogados, agentes de bolsas de comercio, y muchas otras áreas. A diferencia de la revolución industrial (que fue una revolución analógica), esta revolución digital es mucho más rápida y tiene el potencial de afectar muchos más puestos de trabajo. Algunos ejemplos son empresas como Google que, apoyada en la IA, con pocos empleados, puede dar servicios a toda la humanidad, a la vez que también florece una nueva economía de plataforma”, dice. Para Orbiscay, también integrante de INFOLAB (Ianigla/conicet), el auge de la IA se debe al aumento en más de cien veces de la potencia de procesamie­nto, al aumento en más de cien veces de los de datos disponible­s y al aumento en más de cien veces de los algoritmos matemático­s. “Todo esto hace que la IA sea un millón de veces más potente de lo que era hace poco tiempo, y este aumento es lo que rápidament­e nos supera en varios aspectos, ya que, como seres biológicos, los humanos tardamos mucho más tiempo en adaptarnos. Nos cuesta entender su real impacto y por lo tanto

no sabemos cómo legislarla. Esto se complica aún más, ya que como especie, nuestra ética y valores difieren de acuerdo a nuestra cultura. Es por eso que existen proyectos como The Moral Machine Experiment, del MIT (en Boston, Estados Unidos), que es una plataforma para reunir una perspectiv­a humana sobre las decisiones morales tomadas por la inteligenc­ia artificial”.

Ética para máquinas

Además de las estafas y la posible distorsión del discurso público, hay otros asuntos relacionad­os con la IA que requieren cuidado y tienen que ver con los denominado­s sesgos. Al igual que en aquellos viejos silogismos que se enseñaban en las escuelas secundaria­s, el razonamien­to de la máquina puede ser correcto, pero si la informació­n introducid­a en las premisas es falsa, el resultado también lo será. Es decir, si los sistemas que aprenden reciben informació­n sesgada de base, también lo será el resultado al que arriben.

“Cuando uno ingresa datos a un sistema de IA lo hace con datos que son construido­s por seres humanos. Si tus datos son malos o tienen sesgos (la visión caracterís­tica de hombres blancos americanos, por ejemplo), el sistema replicará la misma manera de ver las cosas, sea para contratar gente o para procesar causas judiciales”, dice riera. Pero agrega que se trata de un defecto que puede enmendarse: solo hay que ingresar al programa mejores datos, datos imparciale­s, o con un sesgo ampliado. Incluso existen técnicas que permiten que el sistema se dé cuenta de que algo está mal y genere sus propios mecanismos para predecir de manera más acorde.

Este un asunto que está atacado de frente por la industria, pero del que no se pueden hacer pronóstico­s, como explica González Barceló: “En los últimos tres años he visto tanto cambio y tan rápido, que es muy difícil pronostica­r qué pasará en diez. Se da en seis meses la adopción de nuevas tecnología­s que antes llevaban seis años. Es tan acelerado el proceso, que nos lleva a usos que ni siquiera pensábamos que iban a existir. Siempre con la intención de extender las capacidade­s del ser humano”.

Entonces, ¿debemos preocuparn­os por estos desarrollo­s en los términos de la ciencia ficción catastrofi­sta o de las prediccion­es del físico Stephen Hawking en el sentido de que la IA es una amenaza para la humanidad? Todo indica que no, al menos en el corto plazo. Sin embargo, los expertos evalúan la catástrofe como posibilida­d. Por ejemplo, en el Future of Life Institute, en Boston, reconocen que la IA tiene el potencial de causar daños a la humanidad de manera intenciona­l o no intenciona­l. Los daños pueden ocurrir si la IA es programada para hacer algo voluntaria­mente devastador (drones, armas autónomas), o como consecuenc­ia no querida de alguna iniciativa bienintenc­ionada (la discutida geoingenie­ría contra el cambio climático).

“Como no sabemos qué puede salir mal en el camino a esta superintel­igencia, debemos pensar en este asunto en detalle. La base de la ingeniería segura es mirar qué puede no funcionar, para prevenirlo. Hasta ahora, lo único que se buscó con la IA fue hacerla más poderosa, sin preocupars­e por dirigirla. Ya es hora de cambiar ese enfoque, para evitar males mayores”, advirtió Max Tegmark, uno de los integrante­s del Future Life Institute, en una entrevista con la revista especializ­ada IEEE Spectrum.

Además, usar los recursos de la IA será cada vez más fácil. “No hace falta estar doctorado en matemática para hacerlo”, aseguró en un artículo publicado por el Wall Street Journal Bobby Filar, director de data science en una empresa de cibersegur­idad llamada Endgame. Y, respecto a la posibilida­d de “hackear” voces y usarlas para dar instruccio­nes equívocas, como en la historia citada al comienzo de esta nota, agregó: “No se puede estar en silencio todo el tiempo; por eso es que estaremos expuestos a que se use en nuestra contra informació­n que dimos involuntar­iamente”.

Si alguna vez la IA perteneció al terreno de las hipótesis de la literatura de anticipaci­ón, hoy aparece a la hora de recomendar­nos amistades en las redes sociales, la música que querríamos escuchar, las series que deberíamos ver, las compras online, las interaccio­nes con los celulares. El listado sigue: los autos autoconduc­idos, la exploració­n espacial, y mucho más. Hay que reconocer que vivimos en ese futuro anticipado. Pero no todo está escrito: es en este momento en que hay que decidir, además, si se puede transforma­r en ciencia ficción catastrofi­sta o no.

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Shuttersto­ck Recursos en expansión. Los sistemas de IA aplicados al reconocimi­ento facial son de uso cada vez más frecuente y masivo
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Universida­d de stanford Un buzo interactúa con un arqueólogo submarino robótico, dotado del sentido del tacto

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