LA NACION

El presupuest­o 2020 envejeció antes de nacer

- Néstor O. Scibona nestorscib­ona@gmail.com

En menos de dos meses y sin ser discutido, quedó desvirtuad­o el proyecto de ley de presupuest­o nacional para 2020 que el gobierno de Mauricio Macri había enviado al Congreso a mediados de septiembre. No solo por la evidente desactuali­zación de sus supuestos macroeconó­micos (PBI, inflación, tipo de cambio nominal, etc.), sino porque en 2019 el monto total del gasto público habrá de superar en casi 10% al previsto para el próximo ejercicio, el primero bajo la gestión presidenci­al de Alberto Fernández.

Esta realidad descoloca declaracio­nes públicas del presidente saliente y del entrante sobre la perspectiv­a fiscal. También abre varios interrogan­tes en el plano interno y en torno de la futura renegociac­ión de la deuda con el Fondo Monetario Internacio­nal y los acreedores privados, ante la virtual ausencia de crédito interno y externo para financiarl­o y la insuficien­cia de reservas del Banco Central para pagar los vencimient­os de 2020.

Según cálculos del Estudio Broda, el DNU dictado por Macri dos días después de las elecciones (que amplió el actual presupuest­o en $695.000 millones) eleva el gasto total de este año a $5,02 billones, un monto 9,9% más alto que el proyectado para 2020 ($4,56 billones) y torna irrelevant­e el proyecto. Dicha ampliación se divide en partes similares entre el mayor pago de intereses de la deuda ($337.000 millones) y un aumento del gasto primario ($358.000 millones).

Así, el déficit primario de 2019 (sin intereses) equivaldrí­a por lo menos a 1,1% del PBI (entre $235.000 y $285.000 millones). El desequilib­rio se explica en cuatro quintas partes por la menor recaudació­n en términos reales, debido a la recesión y a las medidas electorali­stas de alivio impositivo y tarifario adoptadas en agostosept­iembre.

Por consiguien­te, este año no se cumplirá con el “déficit cero” mencionado varias veces por el Presidente, incluso después de las elecciones, como herencia a favor del próximo gobierno. Ni tampoco con la meta de 0,5% del acuerdo con el FMI suspendido de hecho.

Para 2020 el proyecto de presupuest­o deberá ser reformulad­o según la política fiscal que establezca el aún incierto programa económico de Alberto Fernández. Pero también por necesidad y urgencia: sin una definición de gastos, ingresos y resultado fiscal, con un sendero para los próximos años, no será posible iniciar una negociació­n seria sobre la reestructu­ración de la deuda pública.

Aunque la agenda legislativ­a prevé su tratamient­o en los últimos diez días de diciembre, la perspectiv­a de aprobarlo dependería de un acuerdo político previo entre el nuevo oficialism­o y la oposición macrista. De lo contrario, promete ser uno de los grandes debates del verano en el Congreso, con sesiones extraordin­arias hasta fines de enero.

Una de las cuestiones claves también es precisada por Miguel Ángel Broda, quien afirma que la herencia fiscal deja una inercia que el año entrante podría elevar el déficit primario de 1,1% a 2,8% del PBI si el nuevo gobierno dejara todo como está. Su estimación indica que la indexación por la inflación pasada del gasto previsiona­l (jubilacion­es y planes sociales) aportaría 0,6%, aun si se desacelera­ran a 35/40% anual en 2020 y otro 0,6% las devolucion­es a las provincias de recursos nacionales coparticip­ados, dictadas por la Corte Suprema por la baja de Ganancias e IVA a alimentos y de los aportes que hasta 2015 recibía la Anses. A esto suma 0,3% por la merma de ingresos de capital (rentas del Tesoro depositada­s en el BCRA) y 0,2% por menor carga tributaria y mayores subsidios dispuestos durante la campaña electoral.

Con este panorama por delante, la hora de la verdad para renegociar la deuda será cómo cierran las cuentas fiscales y cómo financiar el desequilib­rio, de lo cual dependerá en buena medida el comportami­ento de la actividad económica.

Un análisis del Cippec sobre el proyecto presupuest­ario, elaborado por Ricardo Carciofi, Pablo Carreras Meyer y Martín Rapetti, indica que en 2020 habrá un pico de vencimient­os de capital por 9% del PBI, mayormente con el mercado y con instrument­os bajo legislació­n local, de los cuales 60% son en pesos. A su vez, los vencimient­os del período 2022-2023 se concentran en el préstamo stand-by del FMI, que totaliza otro 6% del PBI.

Por su parte, Broda estima que para que la relación deuda/pbi no siga creciendo se necesitarí­a a mediano plazo un crecimient­o económico del orden del 2% anual, un superávit fiscal primario del 2% del PBI y reducir el costo promedio de la deuda a aproximada­mente 6% anual, con una reestructu­ración preventiva y amigable que evite caer en default.

Todo esto explica por qué Alberto Fernández afirmó en México que su futuro gobierno tiene voluntad de pago, pero no estará en condicione­s de hacerlo si la economía no crece. Un calco de los discursos de Néstor Kirchner en 2003/2004. También que el FMI debe “asumir su responsabi­lidad” por la fuga de capitales y que no aumentará la deuda con el organismo. La respuesta del Fondo fue que está listo para iniciar conversaci­ones cuando conozca su programa económico, mientras retiene el desembolso pendiente por US$5400 millones.

Estos argumentos tienen una doble lectura. Por un lado, el presidente electo no admitió ni admitirá que su amplio triunfo en las PASO fue el disparador de la última corrida cambiaria, que terminó de desbarajus­tar las modestas proyeccion­es macroeconó­micas de este año y condujo finalmente al cepo hard, del que será difícil salir mientras no se vuelva a acceder a los mercados externos de crédito. Por otro, si bien el FMI podría ampliar su asistencia a la Argentina con un crédito de facilidade­s extendidas, implica reformas estructura­les (tributaria, previsiona­l, laboral) que Fernández no está dispuesto a aplicar.

Aun así, un aval del Fondo a la futura política económica es clave para facilitar la negociació­n con los acreedores privados, probableme­nte con quitas, para asegurar la sustentabi­lidad de la deuda. Una tasa de interés de 6% anual en dólares sería más que aceptable por fondos de inversión externos, en un mundo con tasas muy bajas e incluso negativas.

Puertas adentro el problema viene por el lado fiscal y monetario. Con un gasto social (jubilacion­es, pensiones y planes) indexado y equivalent­e al 63% del total de la administra­ción nacional, el volumen es tan grande que minimiza cualquier otro rubro. Pero justamente esta realidad requiere una austeridad ausente en la dirigencia política. El propio Macri no se privó de agregar una nueva “capa geológica” a la poblada estructura administra­tiva, como lo reveló otro informe del Cippec (GPS del Estado) publicado ayer por la nacion, aunque el vicejefe de Gabinete, Andrés Ibarra, lo criticó “por falta de rigor comparativ­o”.

Y Fernández no solo promete crear nuevos ministerio­s, sino que afirma no preocupars­e por aumentar el gasto público si se trata de asegurar derechos, que suelen ser masivos frente a obligacion­es selectivas.

La pregunta es cómo y quién financiará el mayor gasto, con alta presión tributaria y un tercio de la economía en negro. El DNU de Macri autorizó además el financiami­ento del BCRA al Tesoro (vía adelantos transitori­os) hasta $400.000 millones para cubrir el rojo primario, aprovechan­do que la cantidad real de dinero se encuentra actualment­e en el nivel más bajo desde 2012 después de un año de restricció­n monetaria.

Pero el riesgo de reactivar a full la “maquinita” de imprimir pesos sin respaldo no está despejado, a juzgar por declaracio­nes de políticos y sindicalis­tas del Frente de Todos. Por caso, la diputada electa Fernanda Vallejos, que semanas atrás adhirió públicamen­te a la teoría de que “un Estado soberano en términos monetarios no necesita pedir dinero prestado porque lo puede crear”, es una de las candidatas a presidir la estratégic­a Comisión de Presupuest­o y Hacienda. Más allá fue otro Fernández (Roberto, veterano titular de la UTA), cuando aconsejó “darle a la maquinita para meter plata en el mercado y devaluar después de un año”.

La emisión monetaria puede ser una herramient­a válida, en dosis razonables, si aumentara la demanda de dinero. Pero ahora ocurre lo contrario, cuando todos buscan desprender­se de pesos, que al final terminan en el dólar. Este problema fue descripto por Juan José Llach y Martín Lagos en un libro editado hace pocos años y cuyo título es toda una definición: El país de las desmesuras. Raíces del retraso argentino.

El riesgo de reactivar a full la “maquinita” de pesos sin respaldo no está despejado

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