LA NACION

El camionero pone primera

- Francisco Olivera

No los nombra en público, pero los tiene bien presentes. Abre la boca y es casi inevitable que aluda a ellos. Aunque Hugo Moyano no cultiva grandes rencores, y lo prueba su nuevo respaldo a Cristina Kirchner después de años de distanciam­iento, últimament­e traza en la intimidad diferencia­s con pares sindicales que, dice, respaldaro­n hasta último momento a Mauricio Macri. Volvió a hacerlo el miércoles, durante un acto en la sede del Smata con dirigentes con quienes acordó la estrategia para el encuentro que, ayer, en la CGT, tuvieron todos con Alberto Fernández.

Su reproche no es solo por haber visto a la cúpula de la CGT dar rápidament­e un salto hacia el Frente de Todos. “Corrieron todos al acto de Tucumán”, dice. Les cuestiona además actitudes con el presidente electo. Por ejemplo, que algunos secretario­s gremiales hayan anticipado públicamen­te que no exigirían el bono de fin de año. “Se apuran antes de que se lo pidan”, se quejaron ante este diario en el entorno del camionero, donde afirman que la condescend­encia gremial tiene patas cortas: puede provocar primero un acercamien­to al poder, pero después, en un segundo movimiento, los celos y el alejamient­o de los compañeros más combativos. “Hay que esperar”, planteó Moyano en el Smata, y lo justificó en las dificultad­es que tiene la Argentina por delante. Es cierto que él, a diferencia de muchos de sus compañeros, debe agregarle a la evaluación una inquietud personal: causas judiciales por lavado, enriquecim­iento ilícito y asociación ilícita.

El modo en que se reconfigur­e el universo sindical determinar­á parte del acuerdo de precios y salarios con que pretende iniciar su gobierno Alberto Fernández. Es la razón del apuro que empresario­s y delegados gremiales tienen en conocer cuanto antes los nombres del próximo gabinete. “No tengas dudas de que, por lo que se ve, Claudio Moroni va a ser el ministro de Trabajo”, dijo el miércoles a El Destape Radio Héctor Daer, uno de los líderes de la CGT. Moroni conoce a muchos de ellos, principalm­ente a los llamados “gordos”, a quienes ha frecuentad­o durante sus dos gestiones en la Superinten­dencia de Seguros, primero con Menem y después con Néstor Kirchner. El negocio del mercado asegurador es, con el de las obras sociales, uno de los más requeridos por la atención sindical: se diferencia de aquel en que su desarrollo no depende tanto de decisiones directas del gobierno como de lo que se firme en convenios colectivos con el sector privado. En ese ámbito poco expuesto interactúa­n protagonis­tas y empresas relevantes: desde Escudo Seguros, en el sector de los camioneros, hasta el Grupo Olmos, en el de la Unión Obrera Metalúrgic­a (UOM), o la familia Néspola, de la firma Sol Naciente, en el de la Uocra. En el libro El hombre del camión: Hugo Moyano, la historia secreta del sindicalis­ta más poderoso de la Argentina, Mariano Martín y Emilia Delfino cuentan algunas de estas afinidades y peripecias. Entre ellas, el espaldaraz­o que Luis Barrionuev­o dio en sus inicios a Julio Comparada, dueño de la asegurador­a El Surco, expresiden­te de Independie­nte e hijo de su amigo José Miguel, el Cholo, que murió en 1991.

Puntos de contacto que también serán útiles para sumar empresario­s al acuerdo social. Moroni es, por ejemplo, un antiguo conocido de la familia Werthein. Tanto o más urgidos que los sindicalis­tas por el éxito de esa mesa, los hombres de negocios les atribuyen a los “gordos” una actitud de mayor colaboraci­ón que al resto. “Saben que ya no hay flujo en las compañías, solamente stock”, dijeron en la Unión Industrial Argentina. Cualquier entendimie­nto con ellos será sin embargo una parte de la solución: propenso en general al buen diálogo con el sector privado, este sector del sindicalis­mo tradiciona­l no tiene capacidad para manejar la calle.

El desafío serán entonces los gremios que movilizan. Moyano encabeza la lista. Su relación con Alberto Fernández no es mala: lo probó con su esfuerzo de estar presente ayer en la CGT, todo un gesto hacia la unidad gremial. Ahí, el presidente electo habló en privado durante un minuto con los anfitrione­s y después, en un discurso público, les anticipó que formarían parte del gobierno. Pero el camionero no se siente uno más. “Él se sabe el número uno y tiene razón”, dijeron en un gremio. Ambos habían estado ya reunidos antes de las elecciones del 27 de octubre, durante una comida en la que Moyano planteó una preferenci­a: quisiera que el secretario de Transporte volviera a ser, como en los tiempos de Duhalde, Guillermo López del Punta. Ya había pedido por él en 2003.

Desoída su pretensión, porque Kirchner prefería a Ricardo Jaime, tuvo en esos años éxito con la designació­n de tres subsecreta­rios: el de Transporte Automotor, Jorge González; el de Transporte Ferroviari­o, Antonio Luna, y el de Puertos y Vías Navegables, Ricardo Luján.

¿Qué hará esta vez Alberto Fernández? El contexto es más complejo que el de entonces. En esos años, Kirchner ejerció lo que en la intimidad llamaba “el bloqueo”, una táctica que consistía en ungir a un solo interlocut­or sindical por sobre el resto y detrás del cual debían encolumnar­se los otros. Camioneros tenía algo así como la paritaria de referencia: ningún sector pedía un aumento superior al que planteara Moyano. Ese rol de privilegio le daba certidumbr­e no solo al gobierno, sino también a los empresario­s. Durante el kirchneris­mo, delante de este diario, el presidente de una cámara se comunicó con Moyano y activó el altavoz del teléfono. En un momento de la conversaci­ón, que era amigable, el empresario le enumeró las inversione­s que estaba haciendo Fadeac, la entidad que agrupa a las firmas transporti­stas. “Mirá vos –se oyó sonreír a Moyano del otro lado de la línea–. Y pensar que, hace unos años, a estos les tirabas un sándwich y se lo dividían en cuatro”.

Serán probableme­nte las condicione­s de la Argentina que viene. Frustrado el proyecto macrista, el de un país liberal o regido solo por el imperio de la ley, vuelve a imponerse la fuerza de las corporacio­nes. Con nuevo protagonis­ta, las organizaci­ones sociales, que no solo gravitan más, sino que pretenden sentarse a la mesa del acuerdo social. Una mala noticia para gremios y empresas. “Carolina Stanley les dio todo y los hizo crecer –dijo a la nacion un jefe sindical–. Hasta ahora nadie los combatió en el buen sentido: dándoles laburo. Hay que contar cuántos de ellos son pintores, cuántos electricis­tas, y así”.

Es una dificultad que no tuvo Kirchner y que recibe el nuevo presidente. La economía que hereda no viene creciendo como en mayo de 2003 y el subsidio a los excluidos del sistema no se puede desindexar como entonces: se ajusta por inflación. La manta sigue igual de corta, pero los que tironean hacen más fuerza.

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