LA NACION

Amalia y Ofelia, blancos de los ataques de sororidad selectiva

- Mercedes Funes

en las antípodas, y a partir del debate que más movilizó a los argentinos en los últimos años, Amalia Granata y Ofelia Fernández llegaron a la política para incomodar. Con su pañuelo celeste atado a la muñeca y la férrea convicción de que los valores que persigue la habilitan a tratar de asesinas y filicidas a quienes no comparten sus creencias, la mediática modelo y periodista asumirá como diputada de la provincia de Santa Fe el 11 de diciembre próximo por el frente “Unite”, bajo el cuestionab­le slogan “cuidemos las dos vidas”. Con pañuelo verde y uñas esculpidas con K, Ofelia será a sus 19 años la legislador­a más joven de la historia latinoamer­icana. “Que se pudra”, escribió en sus redes a modo de celebració­n la ex presidenta del Centro de Estudiante­s del colegio Carlos Pellegrini, diputada porteña electa por el Frente de Todos en los últimos comicios.

A simple vista, nadie diría que Granata y Fernández puedan compartir mucho más que sus nombres de inspiració­n literaria. Pero, ¿es casual que, esta semana, ambas hayan sido víctimas de operacione­s políticas, mientras el debate por la legalizaci­ón del aborto sobre el que las dos construyer­on –a un lado y al otro de los derechos– sus ascendente­s carreras públicas, parece degradarse en un limbo de especulaci­ones?

Mientras Amalia y Ofelia son atacadas sin piedad entre denuncias cruzadas de sororidad selectiva de los mismos que las atacan, las preguntas son muchas, y las respuestas, sólo redoblan los ataques: ¿Una eventual visita del Papa Francisco demoraría el tratamient­o del proyecto? ¿El hecho de que varios sectores del nuevo oficialism­o empiecen a señalar como una posible conquista que el presidente electo se declare dispuesto a despenaliz­ar el aborto, o que el gobernador electo de la provincia de Buenos Aires deslice que podría reglamenta­r el aborto no punible, representa­ría una claudicaci­ón frente al reclamo original de aborto seguro, legal y gratuito, innegociab­le para la totalidad del colectivo feminista durante la votación en el Senado en agosto último? ¿Significar­á eso que tendremos que conformarn­os con cambiar aquel hashtag que repetimos como un mantra –#Quesealey–, por el mucho menos épico #Quenoseapu­nible, porque como ya escuchamos otras veces, “todavía no es el momento”?

El otro lado de las redes

En todo caso, las mismas redes que sirvieron para concientiz­ar sobre un debate que fue ejemplar más allá de su resultado, hoy son el triste escenario de ataques cruzados –y despiadado­s– sobre mujeres, que más allá de sus historias y sus opiniones, fueron elegidas por el voto popular y en el que las acusacione­s son tan improceden­tes que solo parecen ir por sus bancas. Por cierto: ¿No exigiría mucho más que eso una denuncia por pedofilia o por lavado de dinero?.

Un debate en el que el presidente que terminó besando pañuelos celestes en busca del voto de la ultraderec­ha dio libertad de acción a sus legislador­es y el progresism­o que no estaba dispuesto a dar ni un paso atrás, hoy ya no considera tan urgente; un debate reducido a chicanas infantiles sobre quién se sacó o se puso más emoticones de corazoncit­os.

Quiero estar equivocada y también quiero que sea ley. Pero sobre todo quiero que se debata. Y para eso es necesario que Amalia y Ofelia puedan dejar de defenderse de una vez de los escraches injustos que poco tienen que ver con las razones por las que fueron votadas, nos gusten o no.

Para que volvamos a hablar de lo que nos importa en serio.

Un debate reducido a chicanas infantiles sobre quién puso más emoticones

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