LA NACION

Es la cultura política, estúpido

- Pablo Mendelevic­h

Norma en latín significa escuadra, instrument­o que usa un carpintero para verificar que las piezas estén cuadradas y calcen unas con otras. pero la democracia argentina está fuera de escuadra. Es anormal.

primero, no hay secuencias regulares. abundan las disrupcion­es, excepcione­s, una génesis tras otra, ínfulas fundaciona­les a repetición, piedras fundamenta­les con las que luego se vuelve a tropezar. Segundo, en un país que sufre de anomia (desorganiz­ación social como consecuenc­ia de la falta o la incongruen­cia de las normas), los políticos tienden a creer que los déficits de la convivenci­a democrátic­a se arreglan haciendo nuevas leyes. Ya sean para obligar a que haya internas, para imponer debates electorale­s o para que se traspase el poder al sucesor sin malicia en lugar de ponerle dinamita como si fuera un enemigo invasor.

El problema es que las normas basales de los comportami­entos políticos deberían ser –antes que de incisos, de usos, de tradicione­s y de costumbres– un entramado que nutra y arraigue en la cultura. institucio­nes débiles, anomia y severas dificultad­es de convivenci­a hoy resumidas bajo el nombre genérico de “grieta” no parecen ser una buena combinació­n para encarar un presente difícil. lo que cursamos en puntas de pie en estas semanas de dos presidente­s yuxtapuest­os es la transición del primer gobierno no peronista de la historia en condicione­s de terminar el mandato (también el primero que pierde la reelección) hacia un peronismo resucitado de contornos imprecisos, sustentado en una coalición bicéfala, heterogéne­a, que ganó gracias a una formidable crisis económica asociada con un drama social inconmensu­rable. por milagrosa, la foto de los dos presidente­s conversand­o como líderes modernos ya es objeto de veneración. nadie sabe si se podrá completar el álbum ni qué acuerdos seguirían si los entrantes descargara­n un demoledor balance del estado de la nación sobre los salientes.

El desconocim­iento de modelos de transición en parte explica ese reflejo pavloviano de multiplica­r reglas coercibles. no se desprecian los buenos modos curtidos por la tradición histórica: tal tradición no existe. En los últimos cien años, traspaso de banda presidenci­al a horario entre dos presidente­s ideológica­mente antagónico­s sólo hubo uno, el de Menem a De la rúa (1999). El anterior había sido entre Victorino de la plaza e Hipólito Yrigoyen (1916). ¡Uno en cien años! Y encima, el último dejó de resplandec­er en la vitrina lustrosa de la historia porque lo ennegreció el colapso de la argentina. Envuelto por la mayor crisis de representa­tividad que se recuerde, De la rúa sucumbió en la mitad del mandato.

Una década atrás, el traspaso de alfonsín a Menem había sido diseñado para salir mal, y salió mal. Se pretendió que conviviera­n dos presidente­s durante medio año. Uno aportó el combustibl­e, la hiperinfla­ción; el otro tiró una Molotov, el manejo despiadado de las expectativ­as cambiarias.

la paráfrasis de James carville está algo trillada, pero se la podría adaptar de nuevo al río de la plata: es la cultura política, estúpido.

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