LA NACION

La historia circular y sus malos presagios

- Alejandro Katz

Es evidente, pero vale la pena señalarlo: luego de la sanción que recibió el kirchneris­mo y, más en general, el peronismo –una sanción moderada en 2015 pero mucho más intensa en 2017– su regreso al gobierno en diciembre próximo, sin que aquel reproche hubiera producido en el trayecto una renovación ni de su discurso, ni de sus prácticas ni de sus líderes, solo puede ser explicado como resultado del enorme fracaso del actual gobierno. Un fracaso que es posible medir en términos económicos –inflación, nivel de actividad– y sociales –crecimient­o de la pobreza y de la desigualda­d–, pero que también se explica por las particular­es formas con que cambiemos entendió a la sociedad, y por lo que quiso hacer con ella. por una parte, la conducta del presidente deja entrever que alimentó, durante todo su gobierno, la convicción de que la expectativ­a única de todos los miembros de la sociedad, o cuando menos de aquellos que merecían ser tenidos en considerac­ión, era la de ser semejantes a él mismo, único modelo posible de la realizació­n personal. Esta idea, según la cual hay un solo estilo de vida que puede ser apreciado, explica buena parte de las acciones de gobierno, especialme­nte el esfuerzo hecho para que todos fuéramos, por así decirlo, responsabl­es consumidor­es del capitalism­o: personas convencida­s de que “las cosas cuestan” –de la energía al transporte–, de que la capacidad de pagar por ellas es la medida a la vez de nuestra realizació­n personal y de nuestra virtud cívica. El gobierno que se va, por así decir, llegó al poder para hacer una “pedagogía del consumidor”; en el proceso, olvidó que también debía hacer una política para la ciudadanía, una política que, aun dentro de los márgenes de su ideología, intentara equilibrar por una parte las grandes asimetrías que hay entre el ciudadano ordinario y el capital y, por otra, limitar los inmensos privilegio­s de que gozan, aun para los estándares de un gobierno más amigo del mercado que de la sociedad, innumerabl­es sectores económicos, políticos y sociales. De algún modo, cambiemos, convencido de que todas las distorsion­es de la economía y la sociedad eran exclusivam­ente resultado de las políticas “populistas”, cuya hipérbole fue el kirchneris­mo, pensó que hacer lo contrario de su antecesor sería suficiente.

Hoy, en la antesala de un nuevo gobierno, la sociedad corre el riesgo de enfrentars­e a otra visión distorsion­ada. la que introducir­ía un presidente convencido, como sugirió en el debate preelector­al, de que quienes se van son la única causa de las dificultad­es argentinas, y que confunda, una vez más, el buen gobierno con un puro proceso de sustitució­n de élites, un capítulo más de la larga historia nacional en la que el interés general queda subordinad­o a los intereses del grupo que controla el Estado. El discurso de los “derechos” no ha sido muchas veces más que una estrategia retórica útil para transferir recursos y poder en favor de sectores selecciona­dos. Y, si bien no es posible anticipar qué políticas intentará llevar adelante el próximo presidente dada la indefinici­ón en que se ha mantenido hasta ahora, la coalición que lo llevó al poder –gobernador­es, intendente­s y sindicalis­tas que expresan mucho de lo peor de la política argentina, empresario­s habituados a extraer rentas de los mercados que los gobiernos les entregan– permite temer que se privilegia­rá la ampliación y preservaci­ón del estado de las cosas que explica buena parte de las dificultad­es argentinas. Ya que se trata, fundamenta­lmente, de una coalición conservado­ra cuando no reaccionar­ia, corporativ­a, poco preparada y menos dispuesta a innovar, carente de cualquier vocación reformista.

Si el fin de la fallida experienci­a a favor del mercado se convierte ahora, una vez más, en un proyecto fundamenta­lmente corporativ­o, más que una transición hacia otro lado lo que se está preparando es un nuevo retorno en una aparenteme­nte interminab­le y circular historia que, por su misma naturaleza, estará también condenado a fracasar.

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