La historia circular y sus malos presagios
Es evidente, pero vale la pena señalarlo: luego de la sanción que recibió el kirchnerismo y, más en general, el peronismo –una sanción moderada en 2015 pero mucho más intensa en 2017– su regreso al gobierno en diciembre próximo, sin que aquel reproche hubiera producido en el trayecto una renovación ni de su discurso, ni de sus prácticas ni de sus líderes, solo puede ser explicado como resultado del enorme fracaso del actual gobierno. Un fracaso que es posible medir en términos económicos –inflación, nivel de actividad– y sociales –crecimiento de la pobreza y de la desigualdad–, pero que también se explica por las particulares formas con que cambiemos entendió a la sociedad, y por lo que quiso hacer con ella. por una parte, la conducta del presidente deja entrever que alimentó, durante todo su gobierno, la convicción de que la expectativa única de todos los miembros de la sociedad, o cuando menos de aquellos que merecían ser tenidos en consideración, era la de ser semejantes a él mismo, único modelo posible de la realización personal. Esta idea, según la cual hay un solo estilo de vida que puede ser apreciado, explica buena parte de las acciones de gobierno, especialmente el esfuerzo hecho para que todos fuéramos, por así decirlo, responsables consumidores del capitalismo: personas convencidas de que “las cosas cuestan” –de la energía al transporte–, de que la capacidad de pagar por ellas es la medida a la vez de nuestra realización personal y de nuestra virtud cívica. El gobierno que se va, por así decir, llegó al poder para hacer una “pedagogía del consumidor”; en el proceso, olvidó que también debía hacer una política para la ciudadanía, una política que, aun dentro de los márgenes de su ideología, intentara equilibrar por una parte las grandes asimetrías que hay entre el ciudadano ordinario y el capital y, por otra, limitar los inmensos privilegios de que gozan, aun para los estándares de un gobierno más amigo del mercado que de la sociedad, innumerables sectores económicos, políticos y sociales. De algún modo, cambiemos, convencido de que todas las distorsiones de la economía y la sociedad eran exclusivamente resultado de las políticas “populistas”, cuya hipérbole fue el kirchnerismo, pensó que hacer lo contrario de su antecesor sería suficiente.
Hoy, en la antesala de un nuevo gobierno, la sociedad corre el riesgo de enfrentarse a otra visión distorsionada. la que introduciría un presidente convencido, como sugirió en el debate preelectoral, de que quienes se van son la única causa de las dificultades argentinas, y que confunda, una vez más, el buen gobierno con un puro proceso de sustitución de élites, un capítulo más de la larga historia nacional en la que el interés general queda subordinado a los intereses del grupo que controla el Estado. El discurso de los “derechos” no ha sido muchas veces más que una estrategia retórica útil para transferir recursos y poder en favor de sectores seleccionados. Y, si bien no es posible anticipar qué políticas intentará llevar adelante el próximo presidente dada la indefinición en que se ha mantenido hasta ahora, la coalición que lo llevó al poder –gobernadores, intendentes y sindicalistas que expresan mucho de lo peor de la política argentina, empresarios habituados a extraer rentas de los mercados que los gobiernos les entregan– permite temer que se privilegiará la ampliación y preservación del estado de las cosas que explica buena parte de las dificultades argentinas. Ya que se trata, fundamentalmente, de una coalición conservadora cuando no reaccionaria, corporativa, poco preparada y menos dispuesta a innovar, carente de cualquier vocación reformista.
Si el fin de la fallida experiencia a favor del mercado se convierte ahora, una vez más, en un proyecto fundamentalmente corporativo, más que una transición hacia otro lado lo que se está preparando es un nuevo retorno en una aparentemente interminable y circular historia que, por su misma naturaleza, estará también condenado a fracasar.