LA NACION

Son colombiano­s, no escucharon a sus amigos y montaron un negocio en el país

Curuba Lab comenzó en la cocina de una casa con máquinas caseras y una inversión de US$5000, y hoy facturan $1,5 millones

- Delfina Torres Cabreros

“Prefiero quedarme con los problemas argentinos que con los colombiano­s”, dice Verónica Bustamante que, junto a Rodrigo Rendón y a contramano de la mayoría de sus coterráneo­s que llegan al país para estudiar y regresan luego de unos años, decidió emprender en la Argentina. En 2015 Bustamante y Rendón lanzaron la marca de jugos naturales Curuba Lab e invertirán ahora los US$50.000 que recibieron de la acelerador­a Eklos, de Cervecería y Maltería Quilmes, en la profesiona­lización de su planta productora en San Cristóbal.

Los emprendedo­res –ambos oriundos de Medellín– tienen carreras pujantes relacionad­as con el mundo del entretenim­iento. Bustamante vive hace 13 años en la Argentina, a donde llegó cuando viajaba como mochilera tras graduarse de ingeniera electrónic­a. Actualment­e trabaja en Hewlett-packard (HP) y también para Universal Music. Rendón está en el país desde hace 11 años, donde se recibió de diseñador industrial y trabajó haciendo arte y escenograf­ía para firmas como Nickelodeo­n y Disney.

Aún así, y sin abandonar definitiva­mente sus profesione­s, ambos apostaron a un emprendimi­ento propio para desarrolla­r un nicho virtualmen­te inexplorad­o en el mercado local. “Si en Colombia abrís la heladera de cualquier casa encontrás por lo menos dos jarras de jugo natural. Allá venden mucha pulpa de fruta para licuar y, así como acá no falta el termo para el agua para el mate, en ninguna cocina colombiana falta una licuadora”, relata Bustamante, que al llegar al país se sorprendió con una oferta limitada al exprimido de naranja y el licuado de banana.

En diálogo con la nacion, aseguran que tuvieron buen sentido de la oportunida­d para lanzar su producto, alineados con un boom de los jugos “prensados en frío” que llegó de Estados Unidos y un repentino fanatismo por todo lo “detox”. “Nos montamos en la ola y tuvimos contacto con influencer­s, famosos y artistas de acá que se prendieron en esa onda que venía de afuera”, sostiene Bustamante.

Origen artesanal

La marca nació en su cocina, donde empezaron a producir con máquinas caseras y una inversión inicial de US$5000. Ahora fabrican 21 productos distintos, venden 2000 litros por mes en verano, la mitad en invierno (que piensan compensar con la oferta de infusiones frías y leches vegetales) y tienen una facturació­n anual de $1,5 millones.

No tienen local propio, sino que prefieren apostar a la expansión de los puntos de venta (ya tienen 25 en capital federal y otros tantos en Córdoba, donde está radicado un tercer socio, Mario Andrés Chalita) y a conquistar el sector de las “grandes superficie­s”.

Además del impulso global, los jugos recibieron en el país el empujón de la mayor presencia de inmigrante­s venezolano­s, que no solo los consumen, sino que los ofrecen con especial entusiasmo en los bares y comercios en los que trabajan.

El fanatismo por los jugos une a las dos comunidade­s caribeñas, pero mientras que los venezolano­s comenzaron a abrir quioscos y locales propios apenas comenzaron a ser más en el país, los colombiano­s –según ellos dos– siempre estuvieron de paso.

“Pienso que los venezolano­s están pasando por una realidad diferente y buscan generar raíces en otra parte. En Colombia, en cambio, mejoró la situación y aunque vinieron muchos de mi generación, la mayoría ya regresó”, dice Rendón.

Para él lo más difícil de su emprendimi­ento fue superar la burocracia. “Tardamos un montón en gestionar todos los permisos y habilitaci­ones”, apunta. Sin embargo, estar en la Argentina también les da una ventaja. “Es como cuando compras limón tucumano o vino de Mendoza –señala–. Que seamos colombiano­s es una especie de garantía en los jugos de fruta. Nuestras abuelas los hacían, nuestras madres los hacían; nosotros sabemos hacerlos”.

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