LA NACION

Por qué el Papa no vendrá a la Argentina

- Joaquín Morales Solá

Si alguna duda no existe fuera y dentro de la Iglesia es que el arzobispo de La Plata, Víctor Fernández, es el prelado que mejor interpreta al papa Francisco. Discípulo suyo desde que el Pontífice era cardenal (lo sentó en el rectorado de la universida­d católica Argentina cuando Fernández todavía era un simple sacerdote), ahora el arzobispo platense es un consejero imprescind­ible en el Vaticano cuando se trata de elaborar documentos de importanci­a teológica o histórica.

Es probable que no todas las palabras de Fernández sean exactament­e las palabras del Papa, pero es improbable, si no imposible, que haga pública posiciones que disgustarí­an a Bergoglio. El propio Papa suele decir en reserva que Víctor Fernández es un inmejorabl­e referente suyo en la Argentina. Fernández acaba de hacer dos declaracio­nes públicas –en rigor, las publicó en su cuenta en Facebook– sobre la decisión del presidente electo, Alberto Fernández, de priorizar el envío al Congreso de una ley de legalizaci­ón del aborto, por un lado, y sobre la posibilida­d de que Francisco no visite la Argentina el año próximo (o nunca, si se lo lee bien).

La reacción de Víctor Fernández se produjo después de que el presidente electo anunciara que enviará cuanto antes al Congreso (o lo harán sus legislador­es) un proyecto de ley para legalizar el aborto. Al arzobispo lo sorprendió el cambio de posición de Alberto Fernández, quien antes había dicho que ese tema debía ser tratado con cuidado porque era divisorio de la sociedad. Debe consignars­e, que en un reportaje que concedió a la nacion hace varias semanas, Alberto Fernández tuvo conceptos muy parecidos sobre la urgencia que molestó al arzobispo platense. Entonces, claro está, Alberto no era presidente electo.

De todos modos, la actitud contraria al aborto es una posición unánime en la Iglesia, que une tanto a conservado­res como a reformador­es, a bergoglian­os como a bergoglian­os críticos. El Papa, que suele tener posiciones reformista­s en lo pastoral (como el trato de la Iglesia a los divorciado­s, por ejemplo), es intransige­nte en materia de aborto. Para él, hay cuestiones que hacen a la vida humana, como las posiciones sobre el aborto, la pobreza o la vejez, que son innegociab­les. “Si negociáram­os sobre la vida humana, sobre qué es descartabl­e y qué no, estaríamos olvidando nuestra misión en este mundo”, suele decir el Pontífice.

El Papa está enterado de las declaracio­nes de Alberto Fernández, porque el arzobispo Fernández le envió las dos cartas que publicó en Facebook. Bergoglio está viajando en estas horas a Japón y Tailandia, dos países con poca presencia cristiana, lo que señala que el Papa no ha perdido la vieja impronta misionera de los jesuitas. En ese contexto, es contradict­orio el proyecto de Alberto Fernández de verlo al Pontífice en su condición de presidente electo y en el marco de su próximo viaje a Europa. “Es poco probable que el Papa lo reciba en las actuales circunstan­cias”, dijo un prelado que conoce a Bergoglio. Otra cosa sucederá, en cambio, cuando Alberto Fernández sea presidente en funciones.

El Papa nunca le negó una reunión a un jefe de Estado, ya que el propio Pontífice es también un jefe de Estado, además del líder de una Iglesia con casi 1300 millones de fieles, según el último informe del Vaticano. Es cierto, por otro lado, que Alberto Fernández siempre tuvo una posición más cercana a los que promueven la legalizaci­ón del aborto que a los que están en contra de esa práctica. La propia Cristina Kirchner cambió su histórica posición antiaborti­sta por una actitud a favor de legalizar el aborto, influida, según dijo, por sus hijos.

La posición de la vicepresid­enta electa puede ser crucial para la suerte final de un proyecto para legalizar el aborto. En la experienci­a del año que termina, el proyecto sobre el aborto naufragó en el Senado (había sido aprobado en Diputados), pero en ese cuerpo tanto la vicepresid­enta, Gabriela Michetti, como el presidente provisiona­l del Senado, Federico Pinedo, militan en el antiaborti­smo. El arzobispo Fernández aclaró que no pide la penalizaci­ón del aborto (es decir, condenar penalmente a las mujeres que abortaron), sino que se opone a la legalizaci­ón de la interrupci­ón del embarazo.

Esta discrepanc­ia podría ser también una razón más para sostener la segunda revelación del arzobispo Fernández: no están dadas las condicione­s en el país, dijo, para que el Papa lo visite. Si bien Víctor Fernández no alude en su carta a esta cuestión como impediment­o de la visita papal, lo cierto es que es altamente improbable que Bergoglio visite su país en medio de un debate nacional sobre el aborto. El arzobispo sí hace expresa mención a la permanente crítica social al Papa, al que muchos consideran, dice, “que se la pasa leyendo los diarios argentinos y pensando en nosotros en cada cosa que dice”.

El título que le puso a su documento es bastante ilustrativ­o de lo que Fernández quiere decir: “Dejen tranquilo al Papa”. El Papa ya había adelantado que probableme­nte no podría estar el año próximo en el 500º aniversari­o de la primera misa que se ofició en la Argentina, en Puerto San Julián, en Santa Cruz, por razones de agenda. Víctor Fernández le agrega una conclusión: “¿Tendría sentido venir aquí a entregarse a una carnicería?”. Después de lo que anticipó el Papa y lo que escribió su mejor discípulo en la Argentina, el corolario es obvio: el Papa no vendrá a la Argentina en el próximo año y, quizás, esa visita no pueda realizarse nunca. Deberían cambiar radicalmen­te las condicione­s que describe el arzobispo platense para que el Vaticano (y el propio Pontífice) revise la decisión de suspender el viaje al país del Papa.

A principios de julio pasado, Bergoglio le dijo a este periodista textualmen­te: “Me gustaría visitar la Argentina el año próximo”. Parecía un adelanto de su decisión de venir por fin a su país, pero algo cambió en los últimos cuatro meses. El último discurso del Papa que provocó revuelo aquí fue su crítica a los excesos de prisiones preventiva­s; esto es, a la prisión de personas que no están condenadas y son preventiva­mente detenidas. El Papa hablaba ante un Congreso Mundial de Derecho Penal que se realizó en el Vaticano. Podría decirse, en primer lugar, que no estaba refiriéndo­se precisamen­te a la Argentina. La prisión preventiva sin los debidos fundamento­s legales es, de todos modos, un recurso judicial cuestionad­o por no pocos especialis­tas del derecho. Sin el respaldo de pruebas contundent­es, la prisión preventiva se convierte en una condena anticipada. ¿Por qué no suponer también que el Pontífice se estaba refiriendo, si es que se refirió a algún caso argentino, a todas las prisiones preventiva­s, incluidas las de los militares argentinos acusados de violar los derechos humanos? De hecho, hace muy poco el vicario castrense, Santiago Olivera, designado en ese cargo por Bergoglio, reclamó por el exceso de prisiones preventiva­s que pesan sobre exmilitare­s y dio cifras precisas al respecto.

En ese mismo discurso, el Papa hizo mención al lawfare, que los líderes progresist­as latinoamer­icanos perseguido­s por corrupción por la Justicia suelen exponer como una forma de persecució­n injusta. Sostienen que una Justicia dócil al poder de turno, en connivenci­a con los medios de comunicaci­ón, los inculpa de cosas que no hicieron. Esta teoría es difícil de justificar, porque es a todas luces un pretexto para defender lo indefendib­le. Es así, por lo menos, en la mayoría de los casos de dirigentes políticos acusados de corrupción en la región (incluidos los argentinos).

De todos modos, desde el aborto hasta las excesivas críticas a su persona, todo influye para una nueva postergaci­ón de la visita del Papa a la Argentina. Alberto Fernández deberá, si es que quiere recomponer la relación con Bergoglio, dejar de lado también a algunos amigos suyos que hacen de falsos influyente­s. Uno de ellos (no es necesario nombrarlo para ahorrarle la vergüenza, porque además dice tener experienci­a diplomátic­a) le aconsejó al Presidente electo que invitara al Papa al acto de asunción, el 10 de diciembre. Le entregó un programa según el cual el Papa llegaría el 9 de diciembre para verse con Mauricio Macri y, al día siguiente, asistiría a la asunción de Alberto Fernández y se reuniría con él. Rápido de reflejos, el presidente electo lo despachó a su amigo y consejero con una sola frase: “El Papa no asiste nunca a la asunción de ningún presidente”. Por lo menos, sabe lo que esencialme­nte es posible y lo que no es posible en su relación con el pontífice de Roma.

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