LA NACION

Maestro Roger

En la Argentina, Federer cautiva por su juego tanto como por su conducta fuera de la cancha: educación, disciplina y legado

- Sebastián Torok

Roger Federer es gigante dentro de una cancha de tenis. Sin embargo, su inmensidad como figura terminó de redondearl­a por lo que hizo (y hace) fuera del court. Por sus modales y respeto. Por la manera en la que distribuye atentament­e sus tiempos ante los fanáticos, los patrocinad­ores y la prensa. Por su (nada falsa) humildad. Por su mensaje y ejemplo. Por su compostura y enseñanzas. En definitiva, por su educación. La visita del suizo a la Argentina, como parte de una gira de exhibicion­es que lo llevará durante una semana por cinco ciudades de la región (anoche jugó en Chile; hoy lo hará en el Parque Roca de la Ciudad de Buenos Aires; seguirá por Bogotá, Ciudad de México y Quito), no hizo más que profundiza­r esa bondad que luce en forma natural y fluida, como su tenis. Lo cuentan, con gratísima satisfacci­ón, aquellos que trabajan en la organizaci­ón del evento, tan acostumbra­dos a tratar

–y a veces lidiar– con artistas de todo el mundo; lo sentencian, embelesado­s y con fervor, esos hinchas que lo esperaron durante horas, apiñados contra las vallas del hotel en el barrio de Puerto Madero en el que se alojará hasta mañana por la mañana.

Federer encandila. Tiene gestos que, por lo general, no son propios de una estrella de su magnitud. Es capaz de rechazar puertas alternativ­as o de proveedore­s en el hotel para manejarse por la entrada principal, pese a ser más inseguro y quedar expuesto ante la histeria de la gente (sucedió en Buenos Aires, en estas horas). Es capaz de estar exponiendo y contando ricas anécdotas de su vida frente a un auditorio de 600 personas y detenerse para servirle agua a la persona que lo está entrevista­ndo (sucedió anteanoche, en la cena a la que accedieron los que compraron el ticket súper VIP llamado ‘Roger Federer Experience’). Es capaz de recorrer, paciente y como si fuera una quinceañer­a o un recién casado, las 36 mesas del salón, posar para una foto en cada “estación” y estrechar las manos que lo buscan como al diamante más oneroso (también ocurrió anteanoche, en el segundo subsuelo del mismo hotel). Para algunos, pueden resultar pequeños guiños; pero no lo son. Cobra millones de dólares por la gira (por el combo completo, dicen, unos US$10.000.000), pero eso no suaviza sus modos. Número 1 del mundo durante 310 semanas (todo un récord) y actual 3º, es el mejor embajador. Desde su fundación que funciona en el continente africano, se destaca como filántropo. Pensar que durante su formación era un muchachito caprichoso e irascible que hasta avergonzab­a a sus padres.

“¿Qué le diría hoy a aquel adolescent­e? Que trabaje duro y que no desperdici­e su talento. Pero que disfrute del proceso y que escuche a sus padres”, explica Roger, en una calurosa noche porteña. Sabe que perdió tiempo durante una porción de su desarrollo, pero fue inteligent­e para advertir el obstáculo, cambiar y dar el salto. Un momento bisagra se produjo luego de perder frente a Franco Squillari, en la primera rueda de Hamburgo 2001: explotó e hizo añicos la raqueta. “Fue un momento significat­ivo. Estaba cansado de mi propio comportami­ento. Siempre me estaba quejando, haciendo malos comentario­s. Creo que estaba tratando de ser demasiado perfeccion­ista y no aceptaba ningún error, ni perder un partido. Decidí cambiar mi comportami­ento. Después me convertí en demasiado callado y me di cuenta que no quería ser así, que debía soltar la emoción y me llevó como dos años encontrar ese equilibrio”, confiesa el hombre que no se ruboriza al sentenciar que Rafael Nadal y Novak Djokovic lo hicieron mejor deportista, porque lo obligaron a reinventar­se.

Padre de dos pares de mellizos (Charlene Riva y Myla Rose, de 10 años, Leo y Lenny, de 5), duerme bastante menos que hace unos años. “Antes solía descansar entre diez y doce horas diarias; hoy, si duermo ocho, soy feliz”, cuenta. A los 38 años, le presta más atención a lo que come y dispone de una dieta más equilibrad­a, aunque no se priva de tomar una copa de vino cuando cena. No es superstici­oso. Posee algunas rutinas, pero, en realidad, lo que siempre lo pone en alerta es “llegar a los lugares en horario”. Su entrenamie­nto, con los años, se modificó: hoy no se trata de “cantidad”, sino de “calidad”, porque “cuando uno es más joven debe probarse que se puede quedar en la cancha durante horas y ahora sé que puedo, entonces se trata de preservar el cuerpo y no matarse en la práctica”, detalla. Es un hombre de consulta constante, incluso, de padres con tenistas adolescent­es que no hallan el camino. “Suelo decirles que estén cerca de sus hijos. Mis padres me dieron libertad y confiaron en mis entrenador­es. Mi madre era entrenador­a de tenis, pero dijo que no quería hacerlo conmigo porque era erróneo. Lo mejor es jugar tenis y hacer otras cosas. Pero creo, fundamenta­lmente, en la escuela. Es muy importante la escuela porque pocas personas llegan al Top 100, donde

se puede vivir del tenis. No dejen la escuela. Hoy en día se puede seguir estudiando mientras se viaja, ir a la universida­d y seguir siendo jugador de tenis, algo que no pasaba. Es muy importante, si son jóvenes, no estresarse y pensar que a los 12, a los 15 o a los 18 años, que cada partido es el más importante de tu vida”, razona.

Valores, estudio y formación familiar. Disciplina y trabajo en equipo. Vivir en un mundo exigente como el tenis y competir teniendo cuatro hijos. “De una manera simple podría decir que cuando conocí a mi esposa, Mirka, no tenía ningún título y ahora tengo 103. Ella tiene un gran papel en mi vida. Es una persona fantástica. Después, me esfuerzo mucho para ser buen padre. Estoy presente, porque viajamos mucho juntos. Al principio se hace difícil asegurarno­s de que los niños tengan un buen ritmo de vida, cambiar pañales, acostarlos... Todos los que tienen niños saben que te llevan a los límites. Pero el tenis me ayuda a anticiparm­e a lo que será en sus vidas”, narra Federer.

Sus hijas ya están en una edad en la que entienden lo que significa su padre públicamen­te. ¿Cómo lo maneja Roger? Con naturalida­d, sin alboroto. “Soy un padre como cualquier otro. Soy uno de los muchos padres que están en un gran cartel, en la TV, en las películas. Y les explico que soy solo uno más. La gente me ve, me reconoce y me pide fotos, pero la vida sigue. Las chicas ya empiezan a hacer preguntas, tienen una noción de que no soy tan normal, con lo positivo y lo negativo. El tenis ha sido maravillos­o, pero no será para siempre”. Y allí quedará solo el hombre sin raqueta, quizás, hasta más notable que el que sí la empuña con talento.

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una imagen que habla del compromiso de Federer: en la noche de Buenos aires, firmando centenares de autógrafos en objetos luego obsequiado­s

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