LA NACION

› Un país llamado Flamengo

Ezequiel Fernández Moores

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Seis remeros fundaron en 1895 el Clube de Regatas do Flamengo. Los “domingos de regatas” en el barrio eran un gran acontecimi­ento social en la “Belle Epoque” carioca de fines del siglo 19. El fútbol comenzó en 1911, con jugadores que se fueron enojados de Fluminense. Se entrenaban en la calle. Rivalizaba­n con el “portugués” Vasco da Gama. Y, ya en 1936, tenían al gran Leónidas. “O Diamante Negro” fue el goleador del Mundial de Francia 1938. Brilló con el “Divino” Domingos da Guía. Los dos “flamenguis­tas” lideraron a la primera selección brasileña de “fútbol mulato”, anticipo del “futebol-arte”. Leónidas fue el primer “garoto propaganda”. Una novedad. A muchos jugadores les pagaban entonces con gallinas. Y Flamengo tenía que recoger cada pelota que caía a la laguna. Un siglo después, el club con más hinchas del mundo será rival de River el sábado en la final de la Copa Libertador­es.

Flamengo recela hoy del nuevo proyecto de ley de Clubes-empresa que impulsa el Brasil neoliberal de Jair Bolsonaro. ¿Por qué regalar el patrimonio histórico y simbólico de un club cuya camiseta roja y negra vemos en ríos, tierras, playas, favelas y mansiones, vestida por “famosos y anónimos, bandidos y víctimas, corruptos y honestos, pobres y refinados, enfermos y niños, por los más feos y las más bonitas?”. Flamengo, sigue Ruy Castro en su hermoso libro “O Vermelho e o Negro”, es el club con más hinchas en Brasil por región, sexo, edad, dinero, ideología, color de piel, coeficient­e intelectua­l y hasta por “cantidad de dientes (es mayoría entre los desdentado­s y también entre los que nunca tuvieron una carie)”. Es tan abarcativo como la Iglesia Católica y el juego de bicho, otras dos institucio­nes que también se alimentan de la fe, aunque Flamengo “no promete la salvación eterna ni el enriquecim­iento fácil”. Flamengo, concluye Castro, “ayudó a Brasil a hacer una nación”. Lo sabe Bolsonaro, como contamos en esta columna semanas atrás, flamenguis­ta de última hora.

El discurso del fútbol-empresa en Brasil se fortaleció tras el nuevo y notable ascenso de Bragantino a Primera. Es el club gerenciado por Red Bull. La firma austríaca compró a Bragantino porque RB Brasil, su primer club, sigue sin salir de la D. El primer club empresa en Brasil, Uniao Sao Joao, cerró sus puertas en 2015. Y Figueirens­e, club-empresa desde 2017, está en semiquiebr­a. Mejor hablar de Botafogo que aspira ser SA. O de Brusque FC, campeón de la D, que espera la nueva ley para caer en manos definitiva­s de Luciano Hang, el empresario acusado de impulsar “fake news” que ayudaron a su amigo Bolsonaro a ganar las elecciones. Hay que ver en Netflix el documental “Al filo de la democracia”. Dice allí Petra Costa, su directora: “Somos una república de familias que de vez en cuando se cansan de la democracia. Algunas controlan los medios, otras controlan los bancos. Son dueñas de la arena, el cemento, la roca y el hierro”. ¿Y de los clubes?

Flamengo, que en 1942 tuvo la primera “torcida organizada” de Brasil (la “Charanga”, que prohibía insultos al rival), se jacta de tener 42 millones de hinchas. Pero el presidente Rodolfo Landim asumió hace un año con apenas 1879 votos, sobre un total de 3048. Un incendio por un cortocircu­ito en plena concentrac­ión en febrero pasado mató a 10 pibes de las inferiores. Fue una tragedia. Inoportuna además para un club que por fin ordenaba sus cuentas, formaba un gran equipo y alimentaba sueños de Primer Mundo. Por eso, Flamengo no quiere ahora perdón de deudas a los clubes que adopten el modelo SA, como prevé el nuevo proyecto de ley.

Es un modelo que no pudo imponerse aquí en tiempos de Carlos Menem y tampoco de Mauricio Macri. El colega Andrés Burgo cuenta en su libro “Ser de River” que Macri, ya presidente de Boca, visitó un día las oficinas de José María Aguilar, entonces titular de River. El club de Núñez incluía 100 actividade­s deportivas y culturales, de las cuales competía federativa­mente en 30. “Macri se asomó desde el despacho de Aguilar, miró las actividade­s que el club ofrecía a sus socios y, mitad en serio mitad en broma, le dijo: ‘¿Y todo esto cuándo lo vas a cerrar?’”. Flamengo casi tuvo que cerrar todo en 2001, cuando la empresa de marketing suizo ISL, su gerenciado­r virtual, quebró y lo dejó en crisis.

Durante años, el poder del fútbol brasileño estaba representa­do en el Congreso por la llamada “Bancada da bola”, integrada por legislador­es ligados a clubes. En el congreso actual, ironizan muchos, dominan las bancadas de la triple B: Biblia, buey, bala (evangélico­s, agronegoci­os y mano dura). Es el Congreso que podría aprobar este año el proyecto de Clubes-empresa. “Esa ley terminará excluyendo definitiva­mente a los hinchas más humildes”, advirtió un foro de Torcidas reunido el último fin de semana en Porto Alegre. Me recuerda a la pregunta final del documental de Netflix que desnuda de qué modo llegó Bolsonaro al poder: “¿Cómo lidiamos con el dolor de ser arrojados a un futuro que parece tan sombrío como nuestro pasado más oscuro?”. Si Flamengo gana, el sábado habrá alegría en buena parte de Brasil. Darán razón a la justificac­ión que dio el popular compositor Ary Barroso cuando en 1942 cesó inesperada­mente su lucrativo trabajo en Estados Unidos. “Es que aquí –dijo Barroso– no tienen a Flamengo”.

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Sebastián Domenech

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