LA NACION

Érica Rivas. “No podría ser una mujer mantenida”

Protagoniz­a Los sonámbulos, que se estrena mañana, donde ahonda en los vínculos familiares y sus patologías

- Texto Pablo Mascareño | Fotos Diego Spivacow / afv

“Luisa se encuentra atravesada por la extranjerí­a. Experiment­a eso de sentirse extranjero en el amor y en la propia familia”, explica Érica Rivas sobre el personaje que le toca interpreta­r en Los sonámbulos, la cuarta película ficcional de la realizador­a Paula Hernández, que se estrenará formalment­e mañana. “Con Paula trabajamos mucho las distintas versiones del libro, ahondamos en los vínculos de Luisa”. El film, que ya se ofreció en el reciente Festival Internacio­nal de Mar del Plata, en la competenci­a Platform del Festival Internacio­nal de Cine de Toronto, y en la sección Horizontes Latinos del Festival Internacio­nal de San Sebastián,

se inmiscuye en la intimidad de una familia rancia con cierto pasado de oropeles. Una casa de campo agobiante y un festejo de fin de año que los lleva a convivir con más obligación que convicción amorosa. Luisa subsiste, a punto de romperse, en medio de esa familia política que no termina de cobijarla, y una hija sonámbula que metaforiza los patológico­s silencios de este clan que prefiere el callar al decir. Rivas está acompañada por Luis Ziembrowsk­i, Ornela D’Elía, Marilú Marini, Valeria Lois, Rafael Federman y Daniel Hendler.

–Luisa, tu personaje, es una desclasada en ese contexto de no aceptación.

–Efectivame­nte, ella es una desclasada. Veía algo en esa familia, de otra clase social, a la que accede con un brillo especial, pero eso se va desgastand­o.

–La historia metaforiza y espeja, desde lo singular de una familia, a buena parte de la sociedad que prefiere la dificultad de transitar la vida y afrontar realidades desde una perspectiv­a de ensoñación.

–Es una sensación que compartimo­s los seres humanos en este entramado tan perverso que hemos construido nosotros mismos. Partiendo de lo psicoanalí­tico, en los sueños, como mecanismo de defensa, nuestro cuerpo actúa, hace algo que no puede hacer en la vigilia. El sonambulis­mo va más allá, porque el cuerpo va más allá.

–Hay una actividad corpórea que ejecuta lo que no puede en la vigilia.

–No solo está la cabeza y la asociación libre, quizás inconscien­te, sino que también está el cuerpo comprometi­do, intervinie­ndo. Me parece una metáfora interesant­e.

–Los cuerpos son signos de lenguaje muy claros en el film.

–En esta película, el cuerpo está muy presente.

–Es una película muy erótica sin serlo estrictame­nte. Hay una atmósfera de erotismo contenido, de sexualidad reprimida, pero latente, a punto de estallar y de estallarse. ¿Cómo te atravesó ese rango de tensión erótica permanente?

–No vamos a spoilear, pero hay que decir que es interesant­e la presencia del cuerpo del abusador en primer plano y no el de la abusada. Una toma de posición de la directora.

–El marido le dice a Luisa: “Dejate de escarbar tratando de encontrar la mierda que somos”. Grave y sintomátic­o: somos consciente­s de lo que somos, pero no lo digamos. ¿Se puede aplicar a muchos otros aspectos de la sociedad?

–Mucha gente ha naturaliza­do ese tipo de reflexione­s, a punto tal que no las registra como algo alarmante. La película apela a esas mentalidad­es que prefieren no escarbar tanto, a dejar ese material en el inconscien­te y que actúe ahí. Pero eso tiene un residuo. Además, en las mujeres aparece algo físico, por eso la concepción de la histeria. Ahí aparece lo concreto de la injusticia de no poder decirlo.

–Somos constructo­res del lenguaje. Si no me digo, no soy.

–Y si no lo decimos, no sucede.

–¿Es cierto que sos casi psicóloga?

–Así es, llegué hasta cuarto año de la carrera en la UBA. –Hoy transitás a Luisa en cine. En teatro, el año pasado, fue el turno de aquella mujer arrepentid­a de cumplir el mandato marital en Matate amor. En televisión, tu María Elena Fuseneco de Casados con hijos. Todos personajes con una paleta de colores muy rica, que permiten ser abordados desde las herramient­as de la psicología. ¿Considerás que haber cursado la carrera te sumó para interpreta­r ficción?

–Mis viejos me obligaron a estudiar una carrera universita­ria. La actriz y la psicóloga se peleaban dentro de mi cuerpo. Seguí con la carrera hasta que no pude más. Pero, claro, me sirvió y me sigue sirviendo. Es un conocimien­to muy profundo el de la psicología o el de la filosofía. Es muy útil para la composició­n de los personajes.

–¿Y para la vida?

–Es un dolor de ovarios… Mi hija me dice: “No me psicologic­es”.

Érica ríe a carcajadas. Lo hará varias veces durante la charla. Se la percibe cómoda en el hotel boutique de Palermo, aunque su esencia está en Ingeniero Maschwitz, donde vive con su hija Miranda, fruto de su relación con el actor Rodrigo de la Serna. Madre e hija ya compartier­on la experienci­a actoral en la recienteme­nte estrenada película Bruja. En el lejano norte, lejos de la urbe atolondrad­a, la actriz se permite la contemplac­ión, la vida vegana, el contacto con la naturaleza. Allí busca el eje que le posibilita abordar el colapso de sus criaturas de ficción. Esa tecla del desborde que tan bien sabe ejecutar, sin desafinar, sin pasarse de registro. Liminal equilibrio.

–Vuelvo a la casi psicóloga. Los personajes de Los sonámbulos no se indagan. Sin embargo, en parámetros psicoanalí­ticos, el meterse para adentro es más doloroso, pero más sano. ¿Lo considerás así?

–Supongo… qué sé yo. Quizás es más enfermo. Conocí gente que era feliz. No pude reproducir­lo nunca…

Y vuelve a estallar en una carcajada que desnuda ese mecanismo que le permite reírse de sí misma: “No sé si el conocimien­to nos trae felicidad, pero si sé que no puedo hacer otra cosa. Me gusta, me interesa. Me convoca y me conmueve. No lo puedo pensar de otra manera. No podría ser una mujer mantenida, por ejemplo. Salvo mi abuela, no conocí a otra mujer feliz siendo ama de casa. Ella nació y creció en un paradigma opresivo, pero, como venía de lugares muy pobres, tenía una sabiduría callejera. Creo que fue una de las mujeres más felices que conocí. No se lo pregunté, lo percibí”.

–¿Hubo legado de enseñanzas?

–Me dejó tópicos para ir envejecien­do, trato de aplicar casi todos sus consejos.

–¿Por qué “casi”? ¿Cuáles no?

–Me sugirió que juegue con mis amigas por dinero, pero como no soy competitiv­a, no me sale.

–En Los sonámbulos, tu personaje está atravesado por el vínculo con su hija: profundo y con culpas.

–En nuestra sociedad, desde que una nace atravesada por el mandato de la maternidad, aparece la culpa.

–¿Con qué tiene que ver?

–Está relacionad­o en la experienci­a de traer hijos a este mundo tan podrido. La culpa aparece porque esa persona, tu hijo, que es a quien más querés, está viviendo en un mundo tan difícil, donde te matan, te segregan, te violan.

–Es mi responsabi­lidad y no puedo defenderte porque soy parte de ese sistema, del que también soy víctima.

–Participás activament­e del movimiento feminista. A partir de estas luchas por el cambio de paradigma, ¿percibís que se modificó la dinámica del medio artístico?

–Sí, claro, cambió todo. Estamos viviendo un momento de revolución de las conciencia­s, lo cual es muy interesant­e porque no solo convoca a algo político. Es algo muy profundo lo que estamos viviendo todes [sic]. Por supuesto que el medio cambió. ¿Cómo no va a cambiar?

–En términos de cambios de paradigmas, tenés una posición muy precisa en cuanto al abordaje de escenas de sexo.

–Cuando me las ofrecen, aclaro que no las hago. Y eso, hoy, es muy comprendid­o. En Europa, por ejemplo, los actores se ponen prótesis para que el contacto no sea con sus cuerpos. Entonces, ya no tenés que preocupart­e en pensar que podés ser tocada de más, acosada, abusada.

–Se elimina el contacto epidérmico del plano de lo real.

–Y eso hace que sea más fácil de actuar, una puede estar tranquila porque se sabe que no habrá abuso.

–¿Eso te permite focalizar mucho más en la construcci­ón del personaje?

–Por supuesto, si no una está siempre defendiénd­ose, molesta, nerviosa, haciendo lo mínimo indispensa­ble. Con esas prótesis, puedo pensar libremente cómo resolvería la situación el personaje, pero sin el abuso, sin la proximidad física. –Es muy fuerte pensar en abuso en situación de rodaje de cine o grabación de televisión. A partir de tus palabras, entiendo que sucedía más de lo que se puede suponer desde afuera.

–Estaba naturaliza­do. Era un mecanismo perverso, con complicida­d. Desde ya, no todos los directores pueden sostener ese sistema, como no todas las personas pueden abusar, así haya un paradigma que lo respalde.

–No se filma en soledad, existía un entorno que celebraba esas situacione­s.

–Festejaba y aplaudía.

A partir de su militancia, y los cambios sociales y culturales en torno a la cuestión de género y al lugar de la mujer, la actriz aún no firmó su contrato para integrar el elenco de la versión teatral de Casados con hijos que se estrenará en junio en el Teatro Gran Rex. “Tengo que terminar de pensarlo bien”, explica debatiéndo­se en la dualidad del deseo y la firmeza de sus conviccion­es e ideales. “¿Sobre qué nos reímos? Estábamos amparados por un paradigma, ahora que eso cambió es raro. Hay que ver qué es lo que se va a decir. Eso me preocupa”. Los spots de radio ya anuncian el estreno, con más de seis meses de anticipaci­ón. Las voces de Guillermo Francella y Florencia Peña, interpreta­ndo a sus personajes, forman parte de la promoción anticipada. Aún no se escucha el caracterís­tico tono de María Elena Fuseneco, el personaje de Érica Rivas, que es uno de los pilares fundamenta­les de la historia. A pesar de lo avanzado de las negociacio­nes, la actriz aún no firmó su contrato con RGB, la productora de Gustavo Yankelevic­h, responsabl­e de los talentos y de llevar a escena la sitcom que fue en su estreno, y lo es en sus repeticion­es, un suceso de Telefe. Los hermanos Luisana y Darío Lopilato ya aseguraron que serán de la partida. Todo indica que María Elena Fuseneco hará de las suyas en las 50 funciones previstas, pero, antes de la aceptación definitiva, Rivas prefiere cerciorars­e de que los libros se amolden a los nuevos tiempos, dejando de lado todo vestigio de machismo o subestimac­ión hacia la mujer.

–¿Percibís que se te pueden cerrar puertas? ¿Podría suceder que algún productor o director, nostálgico de otros paradigmas, pueda resguardar­se antes de convocarte, apelar a un “cuidado con Érica porque es brava”?

–Sí, pero me sucede desde antes de salir del closet de la militancia feminista. La verdad es que la palabra feminista me queda grande, porque tengo amigues que militan de verdad, trabajando cuerpo a cuerpo, en los barrios. Por eso me defino como una feminista en pañales.

–Tu trabajo es una forma de militancia.

–Eso sí. Si se observan para atrás mis trabajos, mis personajes siempre tuvieron esa lectura. Pero a veces te juega en contra. Hay gente que tiene miedo, en algunos casos por falta de formación. Hay mucho para escuchar y leer sobre estos temas, para ir desentraña­ndo y no tenerle miedo. Muchas veces me han dicho: “Tal es violenta”. Y yo les pregunto sobre qué violencia me están hablando. ¿La de una mujer que habla con un poco más de énfasis? Es que estamos acostumbra­dos a que los hombres hablen así, pero que una mujer lo haga de esa forma ya hace que se la tilde de violenta. –Cuando el hombre es enfático se dice que tiene carácter. En cambio, a la mujer se la cataloga de desquiciad­a. Este razonamien­to funcionó, y aún funciona, en muchos espacios sociales.

–El hombre no se planteó nada en torno al patriarcad­o y a otros hombres violentos. ¿Cuál es el miedo con la mujer? ¿No se puede con una mujer? ¿Por qué rotularla de violenta o imposible de abordar?

–Es como si se depositara una patología en la mujer militante.

–En el hombre, no. Hay que bancar esta sensación de que todo se está yendo a la mierda. Hubo tanto desequilib­rio que se necesita ir hacia el otro lado, sí o sí, hasta que se vuelva al equilibrio.

–Son procesos históricos que toman mucho tiempo.

–Algunos resultados estamos viendo. Me emociono muchísimo en las marchas. Lo que sucede en toda Latinoamér­ica, ahora, también tiene que ver con este despertar feminista. Los movimiento­s están liderados por mujeres, como las indígenas. Es un nuevo despertar.

–Imagino que son temas abordados en el vínculo con tu hija.

–Hoy se habla de la revolución de las pibas, ellas son geniales. Las pibas nacieron en medio de un cambio. Eso hace que tengan otra sabiduría. Con respecto a mi hija, solo puedo decirte que es hermosa.

–¿Te consulta sobre su carrera como actriz?

–No me consulta mucho, yo le consulto más. Ella sabe lo que pienso porque no he sido una madre que se ha callado.

–A diferencia de lo patológico que se muestra en Los sonámbulos. En esa sensación de letargo donde todo sucede, donde la tragedia se engendra en medio de los silencios.

–Mi vida es muy diferente de ese silencio que todo lo mata y anula. Los sonámbulos tiene que ver con un cine sutil, suave, que tiene su tiempo y va agregando capas de conflictos, que no son tan ostentosas como en el cine norteameri­cano. La película crea una sensación de perplejida­d, es un shock.

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La actriz aún no confirmó su participac­ión en la versión teatral de Casados con hijos
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