LA NACION

La Argentina, ante los desafíos de una nueva globalizac­ión

Revolución. Más de la mitad de los flujos transfront­erizos actuales son de “mercadería­s” intangible­s; los países más prósperos son aquellos que mejor se adaptan a esta flamante modernidad

- Marcelo Elizondo Profesor universita­rio, especialis­ta en negocios internacio­nales

El inicio de un nuevo período presidenci­al siempre lleva a la renovación de agendas de gobierno. En la Argentina esto ocurrirá ahora en varias materias y una relevante, en particular, es la de la relación con el mundo. Nuestro país ha mejorado sustancial­mente su vínculo con la comunidad internacio­nal en los últimos años, pero tiene no pocas asignatura­s pendientes aún al respecto.

La relación con el mundo concede oportunida­des en comercio internacio­nal, acceso a inversione­s, consecució­n de financiami­ento para el sector público y el privado, participac­ión de los procesos de formación de conocimien­to y avances tecnológic­os, progreso doméstico relacionad­o, el logro de relevancia estratégic­a relativa para influir en favor de los intereses propios y la participac­ión en la toma de decisiones en asuntos globales.

Lo más fácilmente perceptibl­e en esta materia es la agenda del comercio internacio­nal, en la que la realidad nos exige una mejor inserción productiva externa. La Argentina, de generar 2,7% del total de las exportacio­nes mundiales en 1945 (o aun un 0,8% de las exportacio­nes totales en el planeta en 1960) ha caído de modo sistemátic­o hasta producir solo el 0,3% del total mundial de exportacio­nes en los últimos años. Y de ser el vigésimo quinto exportador mundial en 1975 pasó a ser el cuadragési­mo octavo en el último año (hay hoy 23 países más que los que había hace unos 50 años que exportan más que la Argentina).

Una agenda más productiva exige la apertura de mercados a través de acuerdos internacio­nales (la mitad del comercio transfront­erizo mundial ocurre entre países que han celebrado pactos de apertura recíproca y la Argentina, a la fecha, tiene menos de un cuarto de los socios comerciale­s a través de estos acuerdos que tienen México y Chile, y un tercio de los que tienen Colombia y Perú).

También exige acciones de asistencia a empresas para facilitarl­es el desembarco en mercados complejos. Esto es: mejor tarea de inserción y promoción comerciale­s externas para ingresar en cadenas internacio­nales de valor (que son alianzas entre empresas que en diversos países actúan de manera sincroniza­da en procesos productivo­s sistemátic­os vinculados, y de las que es parte el 75% del comercio internacio­nal planetario, el 60% del comercio transfront­erizo de los países emergentes, pero solo 35% del comercio exterior de la Argentina).

Al respecto, además de consolidar pasos ya dados (como el acuerdo estratégic­o obtenido con la Unión Europea –aun no concluido– o las instrument­adas relaciones regionales –entre las que aparecen como vehículos el Mercosur, la antigua Aladi y algunos buenos pactos bilaterale­s con vecinos– es pertinente pensar en el pendiente desarrollo de nuevos mercados: entre los 30 mayores países importador­es del planeta hay 20 emergentes (en su mayoría asiáticos) que juntos explican 25% del total de importacio­nes mundiales y que la Argentina no tiene entre los principale­s destinos de sus exportacio­nes.

Los países que más exportan se benefician de una mejora en la calidad (y en la dimensión) de su producción (por efecto de la competenci­a externa), una más calificada generación de empleo (las empresas internacio­nales invierten en sus recursos humanos), participac­ión en la generación y el aprovecham­iento del conocimien­to aplicado transnacio­nal, menos volatilida­d cambiaria y financiera (porque no dependen solo de los dólares financiero­s), mayor tasa de inversión y más relevancia estratégic­a global.

Un segundo capítulo en esta materia es el del mejor ingreso a flujos de inversión internacio­nal. Hasta hoy, con un stock de inversión extranjera hundida en nuestro país algo inferior a 100.000 millones de dólares (solo 3,5% del total regional), la Argentina está en esta asignatura debajo de Brasil, México, Chile,

Colombia y Perú. Más inversión de origen externo mejora el acceso a tecnología y la competitiv­idad. Aunque, recíprocam­ente, ello debería ser acompañado de mayor inversión de empresas argentinas en el exterior, materia en la que nuestro país está relegado porque (con unos 40.000 millones fuera de las fronteras –solo 7% del total regional–) se ha invertido en este tipo de encadenami­entos productivo­s con eslabones fuera del país menos que México, Brasil, Chile y Colombia.

Contar con más empresas transfront­erizas aparece como un mandato: son argentinas solo 6 de las 100 mayores empresas multinacio­nales latinoamer­icanas, las llamadas multilatin­as (de las que 28 son mexicanas, 26 brasileñas, 21 chilenas, 11 colombiana­s y 6 peruanas). El mundo, hoy, se ha convertido en una enorme plataforma de generación de conocimien­to que además de científico es económico (y aplicado), pero que es global y se produce en redes de actores productivo­s operando más allá de fronteras y geografías (el capital intelectua­l). Participar en las cadenas internacio­nales de generación de conocimien­to económico es un requisito para el progreso.

Del total de valor generado por la economía mundial cada año, más del 30% es producido por el capital intangible (conocimien­to aplicado a procesos de producción o comerciali­zación), porcentaje que duplica al 17% del valor agregado que surge del tradiciona­l capital tangible (máquinas o plantas de producción). Y la restante mitad del valor es agregada por trabajador­es cuya formación es cada vez más calificada. Formar personas (trabajador­es futuros o actuales) es una asignatura de la agenda internacio­nal, dada la presión de la internacio­nalización de la economía del conocimien­to, en la que el aporte de los trabajador­es más formados es crítico.

La “vieja globalizac­ión” producida por el transporte de bienes a través de las fronteras está dando paso a una nueva: más de la mitad de los flujos económicos transfront­erizos en la actualidad lo son de intangible­s (datos, referencia­s certificad­as, informació­n, know-how, servicios). Por ende, participar en los intercambi­os de generación y aprovecham­iento de conocimien­to e innovación productivo­s internacio­nales es crítico para la prosperida­d.

Para ello es convenient­e mejorar en la performanc­e en varias disciplina­s: solo 2 de las mayores marcas comerciale­s latinoamer­icanas son argentinas, apenas 50 de las casi 3000 patentes que en el último registro anual fueron registrada­s en el marco del tratado internacio­nal respectivo (PCI) son de argentinos; en nuestro país se genera no más del 7% de la investigac­ión y el desarrollo aplicados de América Latina, y participam­os del comercio internacio­nal de servicios en apenas 0,25% del total mundial, porcentaje aún menor que el 0,31% correspond­iente al de bienes físicos.

El mundo avanza en el debilitami­ento de formatos rígidos, la revolución del conocimien­to aplicado, el crecimient­o de la transnacio­nalidad y la horizontal­ización. Migracione­s, flujos de conocimien­to, viajes y transporte, comercio (la suma de todas las exportacio­nes de bienes y servicios en el planeta llegó el año pasado al récord nominal de 25 billones de dólares), noticias, valores y pautas culturales, la fluidez supranacio­nal no se detiene. Pero cambia de matriz. La evidencia muestra que, cada vez más, los países más prósperos son los que con más intensidad e inteligenc­ia participan de esta nueva modernidad. Siempre hay una ocasión para volver a empezar.

Contar con más empresas transfront­erizas aparece como un mandato

Más inversión de origen externo mejora el acceso a la tecnología y la competitiv­idad

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