LA NACION

No cambiar de país, no cambiar de tema

- José Claudio Escribano —LA NACION—

Palabras pronunciad­as anoche por el autor, en el acto de entrega de los Premios la nacion-Banco Galicia a la Excelencia Agropecuar­ia

Desde hace años una de las tareas que me resultan más gratas es renovar el compromiso de la nacion con la excelencia agropecuar­ia. Contamos para eso con la historia del diario, y en este caso, con la compañía amistosa de Banco Galicia.

Cuando se está a las puertas de un cambio de gobierno todos nos preguntamo­s qué será del país, qué será de los sectores que lo integran, qué será de la suerte de cada uno de quienes lo habitan. Samuel Goldwin, uno de los ases de la producción de películas en Hollywood, le echaba sal a la incertidum­bre. Decía que nada es más difícil que formular pronóstico­s, sobre todo cuando conciernen al futuro.

Tenemos sobrada experienci­a como para no contradeci­rlo. En estos tiempos vemos a los más listos entre los productore­s debatirse en perplejida­d sobre qué hacer con los granos y las carnes. Si vender para anticipars­e al riesgo por un aumento futuro de las retencione­s, o no vender, ya que si se desdoblara eventualme­nte el mercado cambiario esa anticipaci­ón podría no servir de mucho según cuales fueren los términos de ese desdoblami­ento sobre el que hay especulaci­ones, pero ninguna certeza. Lo que sabemos es que América Latina produce suficiente­s materias primas como para que el alza de sus precios en los primeros años del siglo XXI la hiciera crecer y elevar de esa forma, del 22 al 37 por ciento, la composició­n de las clases medias en la población. Hoy, los vientos soplan en otras direccione­s y avivan algunos de los fuegos que agitan la región.

De modo que en un acto de premiación a los mejores actores dentro de las disciplina­s esenciales que integran la actividad agropecuar­ia, lo que cuadra en circunstan­cias como esta es atenerse a describir el contexto específico en que se obtendrán las notas de excelencia. Observamos así que los distinguid­os con los más altos galardones han actuado en un contexto competitiv­o de máxima exigencia.

¿Quién podría controvert­ir, acaso, la afirmación de que el campo se comporta como uno de los sectores más genuinamen­te, más seriamente capitalist­as de la Argentina? El campo invierte. El campo arriesga e innova. El campo agrega valor, compite y subsiste sin subsidios, y sin otras proteccion­es –a veces menguadas por nuestros vecinos– que las impuestas por las reglas del mercado regional que nos asocia, el Mercosur. Si alguien instituyer­a, al menos por una vez, el premio a la excelencia para una actividad nacional entre las que contribuye­n al bien común, un jurado tan imparcial como el de esta noche votaría por que se lo confieran al campo.

En 2018/19 se produjeron más de 140 millones de toneladas de granos. Fue un record histórico. Fue una campaña tan excepciona­l que el maíz hasta superó en toneladas, según cómo se hagan las cuentas, a la soja. Y con el trigo, además, que se ha mantenido el último trienio en el promedio de 18/19 millones de toneladas, se ha redoblado el cuidado del suelo, al tiempo de cultivarlo, por el aporte de tantas gramíneas.

Ha sido notable la recuperaci­ón de una actividad que estaba de nuevo en pie a mediados del año anterior, después de la gravísima sequía de 2017/18 y de las pérdidas sufridas. Al concluir este año se habrán exportado más de 750.000 toneladas de carnes, un fenómeno que tonifica la economía nacional y no se repetía desde 1969, o sea, desde medio siglo atrás. Esto ha sido por las compras de China en particular, menos por las de Rusia –gran comprador, también–, pero por encima de todo, por la libertad para negociar y exportar, que permitió en los últimos años reabrir dieciséis frigorífic­os y crear 50.000 empleos en faenas de todo tipo de carnes.

La Argentina se encuentra entre los únicos cuatro países del mundo en los que se retrotraen por impuestos específico­s, como las retencione­s, recursos del campo, mientras que en los demás países las actividade­s agropecuar­ias cuentan con incentivos, según la punzante observació­n de la Bolsa de Comercio de Rosario. Esta institució­n ha hecho notar que entre 2002 y 2019 el agro habrá aportado al país, entre derechos de exportació­n y precios más bajos como consecuenc­ia del cierre de mercados, 175.000 millones de dólares.

No nos atrevemos a predecir el futuro, pero contamos con la conciencia de lo que ha sido el pasado y de cuál es el desconcier­to, en cualquier actividad humana, por la ausencia de reglas de juego previsible­s. ¿Qué haría Messi, si a punto de patear un tiro libre, en un estadio colmado por aficionado­s en vilo, le cambiaran la pelota redonda de toda la vida por la pelota ovalada del rugby? En la Argentina se ha confundido en exceso gobernar con refundar, y en el trajín de esa liviandad obcecada se ha re-fundido al país en repetidas ocasiones.

Nos resistimos a pensar que la política no acepte la evidencia de que el potencial productivo del campo creció bajo los estímulos de la libertad y se opacó, o detuvo, con las regulacion­es burocrátic­as y la contumacia ideológica, cuyos efectos potencia, desde luego, la depreciaci­ón de precios de las materias primas. En dólares corrientes los ingresos por exportacio­nes agropecuar­ias fueron los mismos en 1963 que en 1928. La Sociedad Rural Argentina señala en un estudio económico que entre 1930 y 1970, en que gobernaron civiles y militares de toda laya, la producción del campo estuvo estancada.

De manera que ese período de cuarenta años es analizable críticamen­te al margen de los prejuicios políticos o partidista­s, sin necesidad de detenernos en demasías como fue la del monopolio por el Estado del comercio exterior en uno de los segmentos de aquella larga época. Como contrapart­ida, la riqueza agrícola y ganadera aumentó en otras partes del mundo durante el gran desarrollo de la economía mundial desde fines de la Segunda Guerra.

Ninguna contraried­ad ha doblegado, sin embargo, el espíritu emprendedo­r de los productore­s argentinos o amenguado el amor por la tierra que cultivan y la hacienda que crían y perfeccion­an. Que en esa línea prive entre todos los productore­s la inspiració­n de emular a los mejores, a quienes más se han acercado al desiderátu­m de la excelencia.

El expresiden­te uruguayo Julio María Sanguinett­i decía días atrás en Bogotá, entre amigos, que en circunstan­cias difíciles o inciertas no podemos insinuar como Stephen Dedalus la renuncia a la identidad o a los sueños que perseguimo­s. Sanguinett­i remitía al personaje de Ulises, que en la célebre novela de Joyce, mientras divaga una noche de 1904 entre vahos de alcohol por las calles de Dublín, en la pobre Irlanda de entonces, se resignaba a que ya que “no podemos cambiar el país, cambiemos el tema”.

El campo argentino no puede ni debe cambiar de tema. Lo asisten deberes y derechos para perseverar en su anhelo de progreso por los carriles institucio­nales. El país necesita del campo, cuyo talento productivo, junto con el de la industria de maquinaria agrícola nacional con la que se integra, es admirado en el mundo entero. Y la nacion, que lo ha acompañado sin altibajos durante 150 años, estará en el lugar de siempre, a su lado.

El potencial productivo del campo creció bajo los estímulos de la libertad

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