LA NACION

Leer jeroglífic­os

- Pablo Gianera —LA NACIoN—

Todo arte, aun el que en sus figuras no se parece a nada, imita alguna cosa. Con toda probabilid­ad, suele pasar que imite algo que no existe y, en el mismo acto en que lo inventa, lo convierte en modelo para la imitación de sí mismo. Dicho de otra manera: una marca del arte que vale la pena es un arte que inventa todo pero disimula por pudor esa invención y la presenta como imitación.

Quien mire los óleos sobre papel que el artista kirin muestra hasta fin de año en la Galería Jorge Mara/La Ruche no podrá eludir el sortilegio de que lo visto es una escritura; una escritura que dice algo, algo que no podemos traducir y mucho menos leer. No podemos hacerlo porque no refiere a nada más allá de sí mismo. Incluso cierto monocromat­ismo (cada trabajo es o bien negro, o bien rojo, Le Rouge et le Noir, diríamos) hace pensar en una escritura: una escritura robusta, con apariencia de runa y enigma de jeroglífic­o. La escritura puede ser objeto de la pintura, aunque más no sea por el simple hecho –no hay novedad– la pintura misma es una variedad de la escritura. “El tema es siempre la escritura”, me dice kirin, con una modestia infinita. “Hay una idea de renglón. El trazo grueso tiene ya unos años, y empezó a repetirse y a armarse. Aparte del renglón, a mí me suena también el horizonte del pentagrama. Pero ¿cómo separar la escritura verbal de la escritura musical”.

El compositor Gerardo Gandini solía decir que había compositor­es de las alturas (que es como decir de la melodía) y compositor­es del material (que sería como hablar del sonido crudo). Para ponerle nombres propios del siglo XX, habría dos extremos: Arnold Schönberg y Edgar Varèse. Podríamos extender la presunción a la pintura: hay pintores de la línea y pintores del material, y esto es del todo independie­nte de la cuestión de la figuración. kirin parecería correspond­er a los segundos, aunque con la salvedad de que no existe escritura sin línea. A veces, mundos distintos se encuentran.

“Yo siento que es una escritura interior de una idea. Pero más de eso no puedo explicar”. Tampoco hace falta. Finalmente, ningún artista –ni kirin ni ningún otro– está obligado a explicarse a sí mismo.

No debería sorprender­nos que kirin diera el salto de la pintura al sonido, del plano –que es espacio– al tiempo. Después de todo, la escritura (toda escritura) necesita el espacio para liberar un tiempo encerrado.

En colaboraci­ón con el músico Imaska, kirin grabó nueve piezas (nueve tracks) con sonidos cuya fuente son instrument­os inventados por el propio artista. Esto no es raro: en el caso de kirin, el artista y el inventor tienden a confundirs­e felizmente. Como sea, la superficie de su arte sonoro parece diferir, por lo menos en primera instancia, de las pinturas. La trama de sonidos es apretada, pero no tanto para que cada sonido no respire por sí mismo, y salte al oído una estratific­ación en capas. Es un caso de arte sonoro por derecho propio. Un caso experiment­al, además, porque kirin diseña sus instrument­os sin poder calcular exactament­e cuál será su comportami­ento musical.

Esta última pintura suya, en cambio, se revela engañosame­nte simple: el trazo grueso, una mancha enigmática... Pero en los artistas en serio lo simple es máscara de lo que no lo es; del mismo modo que lo complejo suele ser la complejida­d de la nada. Las patrias de kirin son el romanticis­mo y el surrealism­o (que no es más que una estribació­n de los románticos). El poeta Novalis –extremo de los románticos y una de las figuras tutelares del surrealism­o– solía hablar de la poesía como un jeroglífic­o. Cada día que pasa nos convencemo­s más de que todo arte participa de esa condición. Y aunque no lo parezca, más bien sucede al revés: el arte que quiere parecerse a un jeroglífic­o es el que menos enigmas encierra. Pero el que se nos dona en su sencillez, ¡ah!, ese está colmado de enigmas. kirin es un ejemplo de lo que pasa cuando no hay hiato entre artista y arte.

La escritura puede ser objeto de la pintura, por el simple hecho de que la pintura misma es escritura

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