LA NACION

El hasta siempre de Buenos Aires al ídolo que es local en todo el mundo

- Claudio Cerviño

El calor no frena el impulso ni la pasión. Desde temprano, la tórrida tarde es desafiada por una corriente humana decidida a hacerle frente a lo que sea. La mole del Parque Roca, que supo de jornadas mulitudina­rias en la Copa Davis, vuelve a cobrar vida, renovada. Respirando otra vez tenis y del mejor. no es un día más: es el tributo a un grande de todos los tiempos. Y sabe a despedida. Se siente de esa manera. Algunos de los que están han visto a Roger por el mundo. otros, en aquella exhibición en Tigre en diciembre de 2012 con Juan Martín del Potro, cuando casi cedió una tribuna tubular. Muchos, la mayoría, por TV. De madrugada, mañana, tarde y noche. Siempre fieles. no les importa en este caso si una exhibición no es un partido de Grand Slam o Masters 1000. Está el ícono en la cancha. Ese por el que agotaron las entradas en pocas horas apenas supieron que volvía. El crack al que quieren decir “adiós”, pero no a través de las redes sociales, sino junto a él.

Casi que la figura recuerda a aquel saludo respetuoso de los jugadores de nBA que, en los Juegos olímpicos Río 2016, sabían que era el último partido de Manu Ginóbili con la camiseta de la selección argentina. Lo verían todavía con la 20 de los Spurs, pero no más con la 5 de la Argentina. Esta gente que colma un estadio cubierto del Parque Roca que en temperatur­a se asemeja a la estación Carlos Pellegrini del subte B en una tarde de enero, entiende que no habrá más Roger Federer para ella en la cancha. Que vino a despedirse. Con su sonrisa. Con su don de gente. Con su ejemplo.

Enfrente hay un monstruo en ascenso, Alexander Zverev, ocupando un lugar que estaba previsto para Del Potro. Pero el foco es el ídolo suizo por última vez en el país con raqueta en mano. Sintiendo que es real. Mágico y real. Pasaron 7 años desde aquella vez para que volviera. Suena a utopía que en su agenda haya espacio para volver a armar una gira por cinco países sudamerica­nos. Y ya no tiene 31, sino 38.

Pocos personajes despertaro­n la admiración que Federer acopió por el mundo. Local en Roland Garros jugando contra franceses. Local en la Catedral del All England. Local en cada punto del planeta que tocó. Con esa particular­idad de sentirse humano en cada instante de su vida. Como aquel día de 2007 cuando, a horas de jugar en Palma de Mallorca con Rafael nadal en “la Batalla de las Superficie­s”, con media cancha de polvo de ladrillo y media de césped, Rafa se lo presentó a un amigo que miraba la práctica. Federer le tendió la mano y le dijo simplement­e “Hi, i’m Roger”. ¡Como si hiciera falta!

Gente que recorrió kilómetros para verlo. Del interior, de Uruguay, de Paraguay. Está el que no ve el partido ni deja de hablar por celular con la esposa, contándole “no, todavía no me pude sacar la foto con Roger; me queda lejos y se pierde el foco” desde un rincón de la platea. Y aquellos que hasta cambiaron unos días de vacaciones con tal de acompañarl­o. Pocos deportista­s generan el fervor y el embelesami­ento de Roger, al punto de que no falta el imbécil que insulta a Zverev. Ahora bien: es cierto que muchos top del deporte mundial vinieron al país, pero salvando las distancias quizás el que más se le haya acercado fue Tiger Woods, al participar en el 2000 en la Copa del Mundo en el Buenos Aires Golf Club. Días en los que no sólo iban a Bella Vista seguidores de esa disciplina, sino los amantes del deporte. Entendiend­o que significab­a esa presencia.

Muchos artistas realizan sus giras de despedida. Algunas, comercialm­ente; otras, desde el corazón. Federer es un artista del deporte que tiene algunas funciones pendientes, como Tokio 2020. Puede, incluso, perder el lugar de privilegio como máximo ganador de Grand Slam a manos de nadal el año próximo. Lo que jamás perderá es la devoción del público y un encandilam­iento innato y que fue potenciánd­ose a lo largo de 21 años de carrera profesiona­l.

Esta vez no hubo tiempo para miniturism­o, como sí en 2012, cuando se permitió conocer las Cataratas del iguazú y visitar la Bombonera con Del Potro. Pero Federer dejó su sello indeleble, generando un efecto único: el de los elegidos. Sonrisas de felicidad de sus fans lo acompañaro­n en esta última función en la Argentina. Lágrimas de emoción invadieron a otros por compartir un momento inolvidabl­e. Un recuerdo que muchos se llevaron grabado a fuego en el corazón. Y el deseo cumplido de gritarle desde el alma: “¡Hasta siempre, Roger! Gracias por volver a casa”.

No habrá más Roger en la Argentina. Vino a despedirse. Con su sonrisa. Con su don de gente. Con su ejemplo.

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