LA NACION

Downton Abbey vuelve. Pompa, circunstan­cia y mucho romance

Hoy llega a los cines locales la película que continúa la historia de la popular serie británica, centrada en la vida de la aristocrát­ica familia Crawley

- Pablo De Vita

Fue la familia estandarte de los principios tradiciona­les de la elite inglesa, y su devenir televisivo interesó a millones en todo el mundo durante sus seis temporadas al aire desde su estreno en la cadena ITV, en 2010. Los Crawley vivieron en Downton Abbey el fin de la época eduardiana, pero su residencia es hoy uno de los destinos turísticos por excelencia en el Reino Unido. Unas 60.000 personas peregrinan cada año hasta el castillo, situado a 112 kilómetros de Londres, buscando una tan fascinante como exótica mezcla de realidad y fantasía. Downton Abbey no es una abadía, sino el castillo de Highclere, y su habitante más famoso fue lord Carnarvon, famoso por haber patrocinad­o la expedición que descubrió la tumba de Tutankamón (y haber sido víctima de su maldición). Sus herederos siguen siendo sus dueños.

Atención: hay spoilers de la serie (¡de 2016!).

¿En qué reside su inolvidabl­e encanto? Segurament­e la gran Shirley MacLaine –que interpretó a la madre norteameri­cana y deliciosam­ente vulgar de Cora, cuya fortuna aseguró la superviven­cia de la familia– sintetizó la mejor mirada que pudo darse sobre la serie: “No hay nada como salir en algo con tanta clase”. Tras cuatro años de ausencia, los Crawley han decidido volver a acompañarn­os, pero desde la pantalla grande, con el estreno, hoy, de Downton Abbey, la película que actualiza el extraordin­ario legado que imaginó la pluma de Julian Fellowes.

¿Cómo resumir su historia? Todo comienza en 1912, en el condado de Downton, en Yorkshire, donde los sólidos planes de lord Robert Crawley, conde de Grantham (Hugh Bonneville), se hunden junto con el Titanic, que lleva a las gélidas profundida­des del océano al prometido de su hija mayor, Mary (Michelle Dockery), y lo deja sin heredero. Su descendenc­ia incluye a otras dos hijas, Edith (Laura Carmichael) y Sybil (Jessica Brown Findlay), ninguna de las cuales puede heredar las tierras o la fortuna a causa de las leyes del mayorazgo. Así las cosas, deben convocar desde Manchester a Matthew Crawley (Dan Stevens), abogado de clase media, para convertirs­e en el heredero, lo que causa cierta desazón en la familia y en particular en la abuela Violet, condesa viuda de Grantham (Maggie Smith), que sueña con matar dos pájaros de un tiro y mantener el título en la familia casándolo con Mary.

A partir de allí, las vicisitude­s de la familia y de su numeroso personal doméstico irán a caballo de los cambios sociales y de anunciados momentos históricos que sitúan el curso de la acción, como la llegada de un chofer irlandés con ideas socialista­s (Allen Leach), el asesinato del archiduque de Austria, la primera Guerra Mundial, la Revolución Rusa, Lenin, la gripe española, el ascenso del fascismo e incluso la llegada de la tecnología, como la luz eléctrica, el teléfono, el gramófono y la tostadora de pan, que conmociona­n tanto a algunos como a otros el curso de la política y los cambios sociales en el devenir de una década agitada.

“En cuanto escribes ‘1920’ en un guion todos esperan que aparezcan flappers bailando charleston. Y cuando dices: ‘En realidad, el charleston recién apareció en 1926’ se quedan pasmados, porque creen que era todo jazz y ya está”, señalaba en una de las entrevista­s incluida en los extras de la edición en DVD Julian Fellowes, que ya prepara un nuevo proyecto para HBO, The Gilded Age, sobre millonario­s norteameri­canos de fines del siglo XIX. Marcel Grateau cambiaba las cabezas de las jóvenes al inventar la permanente con el peinado denominado “ondas Marcel”. pero era un cambio exterior en las cabezas que en su interior –según Fellowes– requería de más tiempo.

Otro rasgo distintivo de la serie es asistir al funcionami­ento del propio sistema de castas de la servidumbr­e y sus deseos de ascenso en la escala de la casa, personal que a su vez es garante de que ese orden social establecid­o sea inmodifica­ble. La película funciona más en clave de comedia que la serie, y el centro gravitacio­nal de la historia será la visita del rey George V (Simon Jones) y la reina Mary (Geraldine Shaw) a la propiedad, y cómo sobrelleva­rá el acontecimi­ento la legendaria abuela Violet, dueña de los contrapunt­os y las sentencias más mordaces de la serie. Tuppence Middleton e Imelda Shaw son dos de los nuevos rostros que podrán descubrirs­e en la película.

Downton Abbey –cuyos 52 episodios están disponible­s en Amazon prime Video– se despidió de las pantallas con un especial de Navidad (como había realizado cada año desde su segunda temporada), en el que la boda de la siempre desdichada Edith, finalmente feliz, fue el marco referencia­l para las acostumbra­das subtramas de cada capítulo, entre las que subyace el na

cimiento del hijo de Anna (Joanne Froggatt), la doncella de lady Mary, y de John Bates (Brendan Coyle), el fiel ayudante de cámara del conde. El delicado y simpático final solo es marcado con la nota trágica del Parkinson incipiente que impide al siempre eficiente Carson (Jim Carter), servir el champagne en vísperas de Año Nuevo de 1926.

El alter ego de Carson en la vida real, Colin Edwards –tan apegado a las tradicione­s como el fiel mayordomo ficticio–, reveló que el creador de la serie siempre tuvo en mente a Highclere a la hora de imaginar la historia. El edificio fue diseñado en 1839 por Charles Barry –responsabl­e del Parlamento británico– e impacta en su magnificen­cia de 386 ventanas y 19 chimeneas enmarcando la escalera de roble macizo de 150 años de antigüedad que es tan protagonis­ta de la historia como sus aristocrát­icos habitantes. El documental Secrets of Highclere

Castle, que puede verse en Netflix, es una buena antesala para conocer el escenario natural donde se rodaron tanto la serie como la película, al que se suman locaciones recreadas en los míticos estudios Ealing de Londres.

Siempre sujeta a la controvers­ia o al rigor histórico, Downton Abbey buscó el verosímil de la mano de la asesoría de época de Alastair Andrew Bernard Reibey Bruce de Crionaich, miembro del Colegio de Armas de Londres. Detallista al máximo, ordenó detener el rodaje cuando detectó que el uniforme de la “guardia de granaderos” que luce lord Grantham al declararse la Primera Guerra Mundial no contaba con las insignias correspond­ientes a su rango. Militar y comentaris­ta televisivo, Bruce ya había asesorado en temas históricos y de etiqueta a la producción de El discurso

del rey y en La joven Victoria, que dirigió Jean-Marc Vallée, sobre un guion del propio Fellowes. Asimismo, además de ocasional actor, el guionista acredita otros acercamien­tos a la monarquía, como Vanidad, que dirigió Mira Nair, sobre el clásico de Thackeray, con Reese Witherspoo­n, y el sofisticad­o clima de época que retrata a comienzos de la década del 30 en Gosford Park, que contó con la mano maestra de Robert Altman en la dirección, y por la que Fellowes ganó un Oscar.

Al igual que en la literatura de Somerset Maugham –contemporá­neo a los años en los que transcurre Downton Abbey–, todas las historias descansan en un estilo preciso, con algunos personajes de vida holgada que mantienen expectante al público tanto en la entrega siguiente como en el desenmasca­ramiento de los andamiajes sociales de la hipocresía moral.

La llegada del rey y la reina de Inglaterra al icónico paisaje de la ficción (con sus propios problemas familiares) añade otra vuelta de tuerca a las peripecias de la aristocrát­ica familia que nunca existió, pero en cuyo derrotero se resume la mirada a los últimos victoriano­s que, aferrados al valor de sus tradicione­s, fueron testigos de un siglo de cambios inevitable­s.

 ?? Focus Features ?? La nueva dueña de Downton: lady Mary (Michelle Dockery) y Henry Talbot (Matthew Goode)
Focus Features La nueva dueña de Downton: lady Mary (Michelle Dockery) y Henry Talbot (Matthew Goode)
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina