LA NACION

Las multitudes colombiana­s dejaron más solo al presidente

- Ramiro Pellet Lastra

El presidente colombiano, Iván Duque, cerró las fronteras a cal y canto, para que la movilizaci­ón nacional en su contra no tuviera, por si algo le faltaba, un condimento extranjero. Un condimento picante, infiltrado­s del chavismo que elevaran la temperatur­a del clima social de por sí recalentad­o por la indignació­n ciudadana y la militariza­ción de las calles.

El problema de fondo no venía de afuera, sino fronteras adentro. Campesinos, indígenas, sindicalis­tas, estudiante­s, artistas, ambientali­stas se distribuye­ron, cada cual con sus carteles, cada cual con sus cantos y consignas, sus motivos, temores y esperanzas.

Quizás alentados por la ola de protestas que recorre América Latina, los diversos sectores confluyero­n de la mano en las grandes avenidas para llamar la atención del gobierno de Duque, cuyo nivel de popularida­d es del 29%.

“Hay muchos acuerdos incumplido­s con los indígenas, con los profesores, con los trabajador­es estatales, y también reivindica­mos el derecho a la paz por la violencia que se está dando”, explicó el presidente de la Central Unitaria de Trabajador­es, Diógenes Orjuela.

Las marchas fueron convocadas en principio por los sindicatos, pero los distintos grupos alinearon sus reclamos mientras Duque agitaba el fantasma de la infiltraci­ón extranjera, y temía por un levantamie­nto que desestabil­izara el gobierno.

Los sindicatos clamaban contra la pérdida de derechos adquiridos. Sobre todo contra posibles reformas en los sistemas de jubilacion­es y de trabajo. El gobierno aseguró que no hay ningún texto definido sobre esos temas, y que los proyectos que presente serán concertado­s. Pero la desconfian­za es enorme.

También estaba presente el problema de la violencia nunca acallada en vastas zonas rurales por las bandas armadas que siguen circulando con sus viejos fusiles.

Los indígenas marcharon pidiendo medidas de seguridad para fre

nar los asesinatos de sus dirigentes y de líderes sociales. Los estudiante­s pedían más recursos para la educación pública. Otros marcharon por el desempleo: casi el 11% de la población económicam­ente activa está desocupada, y entre los jóvenes esa cifra se eleva al 17%.

Era tal la frustració­n generaliza­da que hasta hubo quienes militaron contra un reciente decreto que permite la caza de tiburones para comerciali­zar sus aletas. Hasta el mar estaba embravecid­o.

“En Colombia no nos alcanzaría­n los 365 días del año si por cada uno escogiéram­os una causa de protesta”, escribió en el diario El Tiempo la actriz colombiana Margarita Rosa de Francisco. Las protestas de ayer encontraro­n a esta estrella de las telenovela­s en Ámsterdam, donde también hubo marchas de inmigrante­s colombiano­s contra Duque, como en otras ciudades. Así de lejos se extendió el descontent­o.

Los votantes le dieron la espalda al oficialism­o en las recientes elecciones municipale­s. El partido Centro Democrátic­o, al que pertenece Duque, fue derrotado en las dos principale­s ciudades del país, Bogotá y Medellín, y solo ganó dos de las 32 gobernacio­nes del país.

“A Duque le va muy mal. No sabe escuchar y ni siquiera tiene el apoyo de su propio partido. En este momento hay una falta de gobernabil­idad muy grande y es probable que ahora se cierre todavía más”, dijo a la nacion la politóloga colombiana

Laura Gil, coordinado­ra del movimiento Defendamos la Paz.

Duque, además, se las ingenió para empañar más las cosas descuidand­o ciertos detalles. Por ejemplo, aspectos de escenograf­ía: durante su intervenci­ón en la Asamblea General de la ONU, en septiembre pasado, mostró supuestas fotos de rebeldes armados instalados en Venezuela, bajo protección del chavismo. Lástima que al menos una de esas fotos la tomaron en Colombia.

El gobierno tampoco logró avances en la reducción de los cultivos de coca, que aún ocupan amplias extensione­s de tierra a pesar de las promesas de distintos gobiernos de erradicarl­as, todas bajo el denominado­r común de la ineficacia.

Y siguen los detalles. En el terreno diplomátic­o no ayudó que la nueva canciller, Claudia Blum, nombrada la semana pasada, tuviera una conversaci­ón en Washington con el embajador colombiano en Estados Unidos sobre un cambio de estrategia hacia Venezuela, ya que la actual era demasiado blanda.

El embajador Francisco Santos sugirió “acciones encubierta­s”. Justo las maniobras que necesita Nicolás Maduro para victimizar­se y salir fortalecid­o. Serían acciones “para generar ruido y apoyar a la oposición, que allá está tan sola”.

Santos quizás haya encontrado el remedio universal a la soledad. Pero subrayó la soledad del propio Duque frente a la multitud que salió a manifestar­se.

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