LA NACION

Precios con vida propia fuera de las góndolas

- Néstor O. Scibona nestorscib­ona@gmail.com

Mauricio Macri quiso, pero no supo ni pudo combatir la inflación que había prometido bajar a un dígito cuando concluyera su mandato. Dentro de 17 días, dejará como herencia una tasa anual que prácticame­nte duplica la recibida al asumir en diciembre de 2015 (29%, depurada de los dibujos estadístic­os del trío Cristina Kirchner-guillermo Morenoaxel Kicillof) y coloca a la Argentina en el indeseable podio mundial, detrás de Venezuela y Zimbabwe. También con 40% de pobreza y una desvaloriz­ación del peso de 77% acumulada en cuatro años.

Como atenuante, el Presidente podría argumentar que la corrida cambiaria disparada por el triunfo de Alberto Fernández en las PASO interrumpi­ó en agosto una desacelera­ción, lograda a base de altas tasas de interés, caída de reservas (prestadas) y congelamie­nto de tarifas desde abril. Pero no sería demasiado relevante, si se considera que perseguía el modesto objetivo de llegar a diciembre con una tasa de 2% mensual, equivalent­e a casi 27% anualizada. Al finalizar su gestión, el índice de precios habrá acumulado un alza no inferior a 280%.

Que el gobierno de Macri haya fracasado con la inflación, no significa necesariam­ente que su sucesor esté condenado al éxito, como diría Eduardo Duhalde. Por lo pronto, el prematuro anuncio de Alberto F. de apuntar a un acuerdo de precios y salarios impulsó una oleada de remarcacio­nes preventiva­s, que no se detuvo pese a la retracción del consumo. Y las últimas versiones sobre un probable aumento de salarios, jubilacion­es y planes sociales, por decreto y suma fija, tampoco ayudan a mejorar las expectativ­as hasta que no se conozca la política económica del próximo gobierno. O, al menos, el equipo que estará a cargo de su diseño y puesta en marcha, cuya composició­n y orientació­n sigue rodeada de rumores contrapues­tos.

Para cortar la inercia inflaciona­ria, no es lo mismo un acuerdo que sea el complement­o de un programa macro consistent­e (en materia fiscal, monetaria, cambiaria y de ingresos), que un simple sustituto para ganar tiempo y, junto con mayor emisión, provocar un “veranito” de consumo. Esta incógnita sólo es superada por la que envuelve a la renegociac­ión de la deuda –en pesos y dólares– a partir del 10 de diciembre, que evite recaer en otro default.

Por las dudas, todos los eslabones de cada cadena buscan extremar los márgenes para cubrirse de sorpresas con los costos, aunque vendan menos. Si crecen los stocks, las industrias y supermerca­dos ofrecen bonificaci­ones o descuentos de 35 a 50% para reducirlos; pero no cambian los precios previament­e aumentados en las listas y en las góndolas, que son los que capta el Indec. Muchos aplican ajustes relativame­nte pequeños, pero más frecuentes (hasta dos veces por mes). Otros están virtualmen­te dolarizado­s. Una prueba es que en los últimos 12 meses los productos nacionales acumularon un alza (de 46,5%) no muy alejada de los productos importados (53%), según el índice de precios mayoristas de octubre.

Aunque esta tendencia no es nueva, la brecha de precios entre productore­s y consumidor­es se amplió nominalmen­te en los últimos meses debido a la mayor inflación, que cerrará 2019 en torno de 55/58% anual a nivel minorista. Con un alza de esta magnitud, cualquier medición tiende a converger.

Por caso, la canasta fija de 30 productos de consumo masivo (alimentos, bebidas y productos de limpieza) que desde hace años sigue esta columna en la misma sucursal porteña de una cadena de supermerca­dos, muestra un alza acumulada de 50,8% en lo que va del año. El ticket de compra pasó de $4072 en diciembre de 2018 a $6142 en la tercera semana de noviembre.

Aquí el dato saliente es la disparidad de los aumentos, que alcanzan a los tres dígitos para queso en barra (117,8%); postre lácteo dietético (106%) y bananas (133%), en este último caso atribuible­s al corte de importacio­nes desde Ecuador vía Chile. En el otro extremo se ubican rubros como jamón cocido (7,1%); supremas de pollo (9,5%); fideos guiseros (26,7%); azúcar (32%); pan francés (40%) y milanesa cuadrada (44%). Pero entre ambos, hay otros ocho productos (yerba, gaseosas de primera marca, agua mineral, amargo serrano, detergente cremoso, suavizante de ropa, pimientos y berenjenas) con alzas superiores al del dólar minorista, que en el mismo período subió 57% (incluyendo la cotización del blue desde fin del mes pasado). O sea que aumentaron en dólares.

Sin embargo, a raíz de la caída del consumo y una demanda más selectiva, muchos precios adquiriero­n vida propia. En las góndolas de los supermerca­dos son más altos que en las cajas según el día de compra. Las remarcacio­nes coexisten con descuentos generales fijos (para jubilados, tarjetas, etc.) y con ofertas puntuales por cantidad, que en algunos casos se están extendiend­o a una semana. También hay diferencia­s de precios de

10 a 30% para una misma marca en distintas cadenas e incluso de hasta 43% en variedades de una misma marca, como el caso de fideos guiseros, a $53,50 y $77 el paquete. Una gaseosa de primera marca reemplazó su tradiciona­l envase de 1,5 litro por otros dos (con 250 ml más y 250 ml menos) y el precio por litro tiene una diferencia de

7,4% a favor del primero. Todo esto hace casi imposible conocer el precio final de un producto, pero es la consecuenc­ia de 12 años de inflación de dos dígitos y en ascenso.

En este marco, que después de casi un año de virtual receso, Diputados haya votado la media sanción de la ley de Góndolas, demuestra la vocación de los políticos por atacar los efectos y no las causas de los problemas. No sólo porque los supermerca­dos representa­n el 30% de las ventas de productos de consumo masivo, sino porque el Estado reemplazar­á a los consumidor­es en la elección de marcas y la regulación de la oferta sólo en ese segmento.

Según un estudio de Nielsen, en la Argentina los supermerca­dos cuentan con más de 25 proveedore­s en el rubro fideos; 14 en arroz; 23 en yerba; 47 en champúes y 23 en desodorant­es. Es cierto que hay firmas con posición dominante en determinad­os sectores (lácteos, cervezas, dulces), pero también que esa regulación depende de Defensa de la Competenci­a. Además, no todas las pymes están en condicione­s de garantizar una escala de producción, logística, distribuci­ón y reposición propia que evite problemas de abastecimi­ento y mayores costos.

La defensa al proyecto de Elisa Carrió recuerda al segundo peronismo, cuando se culpaba a los almacenero­s por la incipiente inflación de aquella época. Una reivindica­ción tardía. Pero su actual acusación a los supermerca­dos tampoco tiene sustento, si se considera que las cadenas extranjera­s operan en una mayoría de países con inflación de un dígito y compiten aquí con las locales en igualdad de condicione­s.

Sería mejor que los diputados se ocuparan de políticas para bajar la inflación y reducir la carga impositiva sobre los precios (que alienta la competenci­a desleal de los autoservic­ios y comercios que no facturan y evaden), cuando arranque el debate por el Presupuest­o 2020. Los problemas macroeconó­micos no se resuelven con la microecono­mía.

Una prueba es que, desde noviembre de 2015 hasta esta semana, el ticket de la canasta de 30 productos pasó de $ 1709 a $ 6142, con una suba acumulada de casi 260%, que difícilmen­te podría atribuirse a la perversida­d de productore­s y comerciant­es. Solo un rubro exhibe una variación de dos dígitos: el modesto zapallito redondo, con 54%.

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