LA NACION

Un estadio en obra, rodeado de casas blindadas y nichos de seguridad

Se trabaja contrarrel­oj en detalles de terminació­n del Monumental, ubicado en un barrio que padeció la violencia en el fútbol

- Ariel Ruya

LIMA, Perú.– La Avenida Javier Prado extiende sus brazos de doble mano de este a oeste. Larga, cansina, interminab­le, imprescind­ible, es testigo de bocinazos y volantazos en un abrir y cerrar de ojos. Las agentes de tránsito, sobre tarimas, una cada 200 metros, mueven las manos con la energía de la impotencia. Hacen lo que pueden. El destino desemboca en el barrio La Molina, un antiguo oasis de casas bajas y clase media alta. Un día, en julio de 2000, tras una inversión de 52 millones de dólares, se inauguró el estadio Monumental de Universita­rio, para unas 80.000 personas, suerte de espectacul­ar mole de cemento rodeada por el cerro Puruchuco.

El triunfo por 2 a 0 sobre Sporting Cristal fue un festín, con dosis de descontrol. Hinchas atrevidos se subieron al cerro –un patrimonio histórico–, para seguir el partido desde las alturas. Fue un espectácul­o desde todos los ángulos. Tiempo después, cambió todo.

Se repitieron los actos de violencia. Destrozos, robos, salvajismo camino al estadio. Tanto es así que, desde hace diez años, los vecinos se enjaularon, de modo literal, sin espacio para la metáfora. Edificaron rejas, no solo frente a sus casas, sino en los ingresos de las calles laterales. Una fortaleza. No pasa cualquiera. Hay nichos de seguridad, que exigen documentac­ión a los visitantes. La gente abre una puerta –que no es tal, sino parte de la estructura– para pisar la acera de sus casas. Prisionero­s al aire libre.

Hubo heridos, detenidos y hasta muertes en el camino. El fútbol peruano de los grandes, entró en la encrucijad­a de sus barras. Los clásicos ya empezaron a jugarse solo con público local. Sin embargo, el Monumental es un coloso, el más imponente en la historia reciente del fútbol sudamerica­no: la escenograf­ía que lo rodea es mágica. Respira fútbol. El ingreso, el primer vistazo, desnuda nuestra realidad: está casi todo, pero todo, por hacerse. Cables, pintura, decorados, papeles. El trabajo contrarrel­oj es arduo.

Los peruanos responden con simpatía: en el caos organizado, siempre es buena una sonrisa. El plantel de River se entrena, sale, entra la delegación de Flamengo, sale. Pura cordialida­d. En la madrugada anterior, un grupo de vándalos ingresó desde el estacionam­iento que da al cerro y se llevó algunos elementos de comunicaci­ón. Un robo planificad­o. “Ser la mejor hinchada nos une. Seamos buenos anfitrione­s”, se repite en cada rincón de una ciudad que vive el fútbol con una carga impensada apenas un par de semanas atrás. La contracara, al igual que el banderazo de los hinchas de River, la fiesta que no debe perderse.

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Marcos Brindicci El banderazo de los hinchas de River en Lima, anoche

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