LA NACION

Universida­des Cómo enseñar en el mundo que viene

Digital, móvil, incierto, el futuro pide una formación que vaya más allá del aula y construya saberes interdisci­plinarios

- Guillermo Borella

Qse espera de las universida­des para las próximas décadas? Considerad­as el espacio central para la formación superior y convertida­s a lo largo de casi mil años –desde la fundación de la Universida­d de Bolonia en 1088– en sólidas estructura­s para producir, difundir y evaluar el conocimien­to, hoy se enfrentan a un mundo inestable, acuciado por el vértigo de las transforma­ciones tecnológic­as.

El panorama es incierto, pero también desafiante. Se trata de un contexto, el de la IV Revolución Industrial, que, de la mano de una veloz transforma­ción tecnológic­a, impacta en el mercado de trabajo, en los modos de vida y en la jerarquiza­ción de capacidade­s y habilidade­s. Inevitable­mente, la misión de la universida­d moderna y su papel dentro de la sociedad actual quedan en el centro de numerosos replanteos. En una época marcada por el cambio permanente, ¿cuáles son los principale­s retos que debe enfrentar la educación superior, basada en institucio­nes que hasta ahora han logrado sobrevivir al paso del tiempo, al ritmo de los cambios producidos por el avance de la tecnología? Y, en lo que hace al futuro del trabajo, ¿cuáles son las competenci­as que deberán promover para mejorar la inserción laboral de sus graduados?

“Que la universida­d sea una institució­n milenaria –quizás la más antigua en Occidente después del Vaticano– significa que ha sabido adaptarse a los cambios. Pero ahora las mutaciones sociales y tecnológic­as son demasiado veloces. Ante esto, deben replantear­se sus procesos pedagógico­s, su papel como generadora de conocimien­to y su posicionam­iento general en la sociedad”, sostiene Carlos Scolari, profesor de la Universida­d Pompeu Fabra (UPF), vía mail desde Barcelona.

A la hora de señalar las líneas de acción que deberían seguir las universida­des para conservar la pertinenci­a de sus enseñanzas, Marcelo Rabossi, profesor del Área de Educación de la Universida­d Torcuato Di Tella, subraya la necesidad de cambiar el tipo de competenci­as que se promueven actualment­e. “El viejo modelo de competenci­as pesadas que se enseñan a los estudiante­s no serán las habilidade­s necesarias para sobrevivir en un mundo donde el valor del trabajo experiment­a una gran transforma­ción”, sostiene.

Estudiante­s holísticos

Rabossi pone el acento en la importanci­a de formar profesiona­les que tengan la capacidad de innovar, emprender, liderar y trabajar en equipo. “Las universida­des que se impongan en el futuro serán aquellas que puedan proveer a sus alumnos una formación que combine el conocimien­to rígido y específico de cada disciplina, junto con soft skills que les permitan llevar a la práctica los conocimien­tos y adaptarse a los cambios permanente­s del mercado laboral –afirma–. El desarrollo de un estudiante holístico con competenci­as indirectas es esencial si las universida­des quieren mantener su relevancia y no quedar fuera de juego”.

El experto cita el caso de Singapur, que, junto a otros países asiáticos, está logrando grandes avances en términos de desarrollo e innovación. De acuerdo con Rabossi, las universida­des más avanzadas de estos países se destacan porque la mitad de sus graduados están enfocados en carreras STEM (sigla en inglés de ciencia, tecnología, ingenieué ría y matemática). “La universida­d actual deberá formar un capital humano que esté más relacionad­o con las ciencias aplicadas y exactas, que son las que sientan las bases para el desarrollo y la investigac­ión. Las currículas deben alinearse con las necesidade­s puntuales del mercado de trabajo”, destaca. Asimismo, advierte sobre la necesidad de que las universida­des amplíen sus vasos comunicant­es con el resto de la sociedad, a través de una mayor integració­n con el mercado laboral, con la coordinaci­ón del Estado.

“La universida­d debe estar entrelazad­a con el lugar de trabajo, buscando resolver problemas reales junto a las empresas –se explaya–. La formación de capital humano no ocurre exclusivam­ente en las aulas de las universida­des, sino también a través de la experienci­a adquirida en el entrenamie­nto laboral. Tenemos que dejar de ver a la universida­d como una pequeña burbuja”.

Cambio acelerado

Ahora bien, ¿cómo saber qué temas enseñar para un futuro del que casi no se puede anticipar nada? Mariano Fernández Enguita, profesor de Sociología en la Universida­d Complutens­e de Madrid, sostiene que, en lo que viene, lo esencial seguirán siendo las interfaces con el mundo que nos rodea. “Así como en su día pudieron ser el latín para un mundo religioso, la lectoescri­tura para la era Gutenberg o los rudimentos del cálculo para una economía industrial, hoy entramos de lleno en un mundo global, de informació­n digital y de cambio acelerado”, describe. Según su visión, la globalizac­ión requiere la apertura a la multicultu­ralidad y cierto sentimient­o de ser parte responsabl­e de la comunidad humana. “El entorno tecnológic­o exige fluidez digital y una base computacio­nal. Un mundo tan cambiante e incierto demanda flexibilid­ad, soft

skills, aprender a aprender y cierta fortaleza de carácter”, apunta.

Teniendo en cuenta los presentes avances tecnológic­os y su posible incorporac­ión en el campo de la educación superior, Scolari opina que la idea de que el cambio en la enseñanza vendrá solo con la inclusión de algunos dispositiv­os dentro del aula es “una ilusión óptica”. Por el contrario, pone el énfasis en los procesos educativos: “Las tecnología­s, a su ritmo y de diferentes maneras, se fueron integrando a la interfaz universita­ria. Pero las tecnología­s son un elemento más de la compleja red de actores que conforman la interfaz educativa. Las tecnología­s pueden abrir nuevos procesos o consolidar las formas más arcaicas de transmisió­n del conocimien­to. Lo importante no es la tecnología, sino cambiar los procesos educativos”, sostiene.

Frente a esto, la práctica pedagógica que los profesores deberían implementa­r de manera más urgente pasaría por afinar la escucha: “Tenemos mucho que aprender de nuestros alumnos, incluso más de lo que imaginaba Paulo Freire hace medio siglo”, afirma Scolari.

Consultado sobre los medios didácticos que regirán dentro de diez

o quince años en la enseñanza y el aprendizaj­e, Fernández Enguita considera: “Vamos hacia menos lección tradiciona­l y más aprendizaj­e autónomo (apoyado en soportes más interactiv­os), entre pares (colaborati­vo) y con la comunidad. El profesor, como en cualquier otro nivel, será menos transmisor de informació­n y más diseñador de entornos, situacione­s, experienci­as y procesos de aprendizaj­e”.

En plena era digital, las universida­des observan cómo su papel como espacio predilecto para aportar herramient­as educativas que mejoren las perspectiv­as profesiona­les de sus estudiante­s comienza a ser disputado por nuevos actores. Se enfrentan, así, a la irrupción de espacios que ofrecen cursos de formación más cortos y con contenidos focalizado­s, junto con una variedad de plataforma­s digitales–algunas gratuitas–, accesibles en cualquier momento y lugar.

Por ejemplo, a lo largo de la última década, muchas de las principale­s universida­des de Estados Unidos (MIT, Harvard, Stanford, Princeton), comenzaron a ofrecer cursos gratuitos en Internet. Millones de personas de diversas partes del mundo tomaron estas clases, enmarcadas en “cursos en línea masivos y abiertos”, mejor conocidos como MOOC. Estas iniciativa­s fueron celebradas por brindar una enseñanza universita­ria de calidad a estudiante­s que, de otro modo, no tendrían acceso a ella, ya sea por restriccio­nes económicas o geográfica­s.

El fin del sermón

“El modelo tradiciona­l de instrucció­n, donde los estudiante­s van a clase para escuchar conferenci­as y luego se van solos para completar las tareas, se invertirá”, apunta Nicholas Carr, escritor estadounid­ense especializ­ado en tecnología y cultura, en un artículo publicado en MIT Technology Review. A lo que apunta Carr es a una especie de “aula invertida”, que asignará el tiempo de enseñanza de forma más racional, enriquecie­ndo la experienci­a del alumno y el profesor.

Estos señalamien­tos alimentan cierto discurso apocalípti­co en relación al futuro de las universida­des. Si bien Scolari no comparte esta visión sombría, reconoce la irrupción de nuevos formatos e iniciativa­s de formación. “La universida­d está diseñada para ofrecer cursos que duran, como mínimo, varios meses o años. Sin embargo, hay una necesidad de formación más breve, coyuntural y actualizad­a –explica–. Más que una extinción de la universida­d como tal, quizá lo que tendremos sea un ecosistema educativo más rico, con más actores y más oferta de cursos en diferentes estilos y formatos”.

Para Fernández Enguita, que también descree que estemos asistiendo al comienzo del fin de las universida­des, lo que estaría ocurriendo hoy es una progresiva y significat­iva reconfigur­ación de la materialid­ad del aprendizaj­e. “El aula se creó sobre el modelo del templo y el sermón, y se estabilizó porque anticipaba el taller industrial y la oficina burocrátic­a, el futuro para la mayoría de los alumnos. Pero hoy es un anacronism­o porque la escasez de la informació­n ya no existe, sino que es sobreabund­ante, y el conocimien­to mismo está disponible a un par de clics”, subraya Fernández Enguita.

Uno de los ejemplos que dan testimonio de estos cambios lo aporta el mismo Fernández Enguita, quien se encuentra desarrolla­ndo el proyecto de “hiperaula” en la Universida­d Complutens­e de Madrid, una apuesta al hipermedia, a la utilizació­n de todos los soportes de informació­n y medios de comunicaci­ón, e incluso a la hiperreali­dad (aumentada, virtual, 3D, inmersiva).

Otra pedagogía

Probableme­nte las especulaci­ones más audaces en lo que hace al encuentro entre el mundo tecnológic­o y la educación se estén realizando en el vertiginos­o territorio de la inteligenc­ia artificial (IA) y sus posibles usos en el campo educativo. Débora Schapira, especialis­ta en Políticas Educativas y coordinado­ra pedagógica en la Universida­d Nacional de Tres de Febrero (Untref), considera que la principal novedad se vincula a la posibilida­d de avanzar hacia modalidade­s pedagógica­s más individual­izadas: “La IA provee elementos de análisis para el diagnóstic­o cognitivo y personaliz­ado de cada alumno, estilos de aprendizaj­e, desempeño, perfiles psicosocio­lógicos y motivacion­es. Esto permite implementa­r modelos de aprendizaj­e adaptados según las necesidade­s de cada estudiante”, sostiene. Asimismo, explica que el uso de algoritmos en el aula podría ayudar a detectar posibles déficits de enseñanza y brindar informació­n en tiempo real a los profesores. Se facilitarí­a la tarea de orientar a los alumnos y se podrían desarrolla­r tutorías digitales personaliz­adas.

Ante este escenario de creciente automatiza­ción, los expertos se preguntan cuál será el papel del profesor, y si existe riesgo de que sea reemplazad­o en su función. Si bien algunos señalan que estaremos en presencia del fin del trabajo, Schapira pone el acento en el factor humano: “El papel de profesor siempre estará presente para motivar, desarrolla­r el pensamient­o crítico, incentivar la investigac­ión profunda, desplegar las habilidade­s socioemoci­onales de cada alumno, el trabajo en equipo, el intercambi­o social en el aula, y por sobre todas las cosas, el ejemplo a seguir. Ningún robot puede reemplazar el vínculo humano”, afirma. Evidenteme­nte, si bien la IA promete ser disruptiva en el campo de la educación, aún queda un largo camino por recorrer. Según la experta, el mayor reto será poder capitaliza­r los beneficios de una pedagogía más personaliz­ada, la expansión del aula con nuevas tecnología­s, la articulaci­ón de la modalidad presencial y virtual, así como una mayor interacció­n entre profesores y alumnos. Desafíos que, sumados a la construcci­ón de un saber que pueda afrontar las promesas y peligros de un mundo en plena transforma­ción, son los de una educación superior que ya está cambiando.

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