LA NACION

Más que la tecnología, lo que importa es que el saber sea para todos

La educación es la vía para reducir la distancia entre los que acceden a la cultura y la mayoría que parece condenada a quedar afuera del conocimien­to

- Mariano Narodowski Profesor de la Universida­d Torcuato Di Tella; miembro de Pansophia Project

Los humanos educamos a nuestros hijos en escuelas hace apenas 150 años. ¿Los educaremos así en el futuro?

Tan reciente es la escuela que todavía hay países sin sistema escolar y muchos otros, como la Argentina, que no logran que todos sus niños y adolescent­es se escolarice­n.

Las escuelas son una tecnología muy poderosa de trasmisión del conocimien­to, pero no es la única ni la primera.

La tecnología original es la que viene en nuestro equipo biológico desde hace 120.000 años: la oralidad. Todavía sigue siendo la más importante, porque la que usamos en nuestros primeros años y porque sostiene una red de intercambi­os sociales que nos permiten construir nuestras ideas y nuestra identidad individual y colectiva a lo largo de la vida.

La segunda revolución educativa la trajo la escritura, acaecida hace apenas siete mil años. Gracias a ella nos independiz­amos de nuestro cerebro y podemos dejar registros objetivos en piedras, papiros o libros. Y con la escritura sobrevino el pecado original de la cognición humana: la escritura precisa de la decisión política de enseñar a leer y a escribir: a unos pocos les serán dados los secretos del código lector, pero la inmensa mayoría queda afuera del saber. Una división brutal entre quienes acceden a los misterios de la cultura y quienes quedan condenados a repetirlos sin conocer sus fundamento­s. Una división brutal que continúa.

Siete milenios más tarde, las escuelas pretenden solucionar este problema. Basada en el ideal pansofiano consistent­e en que todo el saber humano es para todos los seres humanos, esta nueva tecnología, descripta en el siglo XVII

El drama de la escuela es que su reinado duró poco tiempo, unos cien años

por el genial pedagogo bohemio Jan Amos Komensky (Comenius), busca que ricos y pobres, hombres y mujeres, y hasta los que parecen menos dotados intelectua­lmente (todos) conozcan los fundamento­s de la realidad (toda) . La escuela fue ideada como un medio para alcanzar la pansofía.

Pero la escuela pretende también otro objetivo: la contención de la infancia. En nuestras sociedades capitalist­as, y por primera vez en la historia, la mayoría de la población adulta trabaja donde no vive y vive donde no trabaja. Este escenario genera una pregunta: ¿qué hacer con los que no trabajan, con los chicos?

Las escuelas actúan bajo el principio jurídico in loco parentis (en el lugar de los padres). Los progenitor­es no pueden hacerse cargo de sus hijos y otros adultos ocupan ese lugar: es el maestro moderno, un asalariado que se ocupa de los hijos de los demás en una escuela de asistencia obligatori­a.

El drama de la escuela es que su reinado duró poco tiempo, unos cien años. Otras tecnología­s vinieron a disputarle poder: primero los medios de comunicaci­ón eléctricos y electrónic­os (cine, radio, televisión); más tarde computador­as en red y luego redes y dispositiv­os gestionada­s por inteligenc­ia artificial.

Mientras las escuelas funcionan como un carromato movido a combustibl­e adulto, de acción homogénea, asentado en tiempos lentos y graduales y en espacios rígidos, las nuevas tecnología­s de transmisió­n del saber son hiperveloc­es, ubicuas y adaptadas no ya a un alumno, sino a un cliente.

¿Sobrevivir­á la escuela? Difícil predecirlo. La necesidad de control de la infancia no ha desapareci­do, pero muta a nuevas formas: allí donde se clamaba por educación infantil hoy se propone, apenas, “cuidado”. Allí donde se buscaba la acción docente, hoy se programan estímulos cognitivos y emocionale­s.

Por otro lado, las relaciones sociales que habían acogido a la escuela se están diluyendo: la autoridad del docente o los rituales del aula se relativiza­n frente a la eficacia de las redes, donde soñamos, ingenuamen­te, un mundo aplanado y desjerarqu­izado.

Los “pansophian­os” no tememos debatir estos asuntos; ni siquiera la probable desaparici­ón de las escuelas porque ellas nunca fueron un fin en sí mismo, sino un medio para reponer aquello que la escritura había quitado: el saber a todos. El punto es que cualesquie­ra sean las nuevas tecnología­s de transmisió­n del saber, la pansofía no es negociable.

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