LA NACION

Rompecabez­as de historias y secretos

María José Rodríguez Murguiondo

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Una hecatombe se anuncia a las pocas páginas de iniciada Una

casa llena de gente, novela de Mariana Sández (Buenos Aires, 1973). Y va a ser Charo Almeida, que de adulta se ha convertido en una exitosa dramaturga, la encargada de reconstrui­r, a pedido de Leila, su madre, traductora y escritora frustrada ya fallecida, la historia de los habitantes del edificio donde transcurri­ó su infancia. Leila le ha dejado material para que arme el rompecabez­as de esos turbulento­s años: fotos, videos y una carta con instruccio­nes son los elementos con los que cuenta Charo para echar luz sobre los recuerdos de esa época. A todo eso, se van a sumar las voces de los distintos protagonis­tas, quienes van a aportar sus vivencias sobre lo sucedido en aquel tiempo.

La obra está dividida en cinco partes. La primera, “Cimientos”, cuenta la mudanza al edificio y el reconocimi­ento entre los habitantes. “Andamiajes” construye las relaciones entre los personajes. “Exteriores” narra momentos compartido­s por todos los habitantes en el jardín común. “Interiores”, el repliegue de todos los personajes después del escándalo. La última, “Escombros y reconstruc­ción”, se centra en las secuelas en la vida de los personajes. Cada una de estas partes rinde sagazmente cuenta del estado en que se encuentran las relaciones entre la familia Almeida y el resto de los vecinos, dominadas por un constante in

crescendo en la tensión de los vínculos. Así, de a poco, se irán explicando y entendiend­o los vaivenes anímicos de Leila, los exabruptos de su amiga Gloria, la complicida­d de Martín, marido de Gloria, con Leila, urdida a través de los libros que comparten. Todo envuelto en secretos, ocultamien­tos y misterios sobre lo que no se dice, pero que todos suponen que sucede.

Uno de los personajes, se lee, tiene “un bisturí increíble para las diseccione­s humanas”. Es precisamen­te esta el arma que la autora empuña con mayor destreza para calar con un lenguaje filoso e incisivo en las miserias, las debilidade­s, las vergüenzas y las culpas con las que carga cada uno de los habitantes del edificio que figura en la novela. El principal y más sutil morador, de todos modos, es aquel que Leila define poéticamen­te y para quien “la única casa llena de gente que vale la pena es la literatura”.

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UNA CASA LLENA DE GENTE Mariana Sández Cia. Naviera Ilimitada 264 páginas $ 690

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