LA NACION

Hay que improvisar más

- Texto Martina Rua Sonido recomendad­o para escuchar esta columna: No Way Jose, John Scofield, Pat Metheny

Esta semana, mientras asistía a la conferenci­a de apertura de una feria de tecnología, presencié el momento en que el CEO tuvo que interrumpi­r su discurso ante más de 10.000 personas, porque alguien desde el público se paró y comenzó a leer en voz alta una queja por un contrato que la empresa hizo con el gobierno norteameri­cano. Cavaría un pozo y me metería dentro si pudiera en este tipo de situacione­s, me incomodan por todos los involucrad­os. Mientras intentaba entender el reclamo y miraba la reacción del ejecutivo, del resto del público, el personal de seguridad y de quien protestaba, fui testigo de una verdadera clase de improvisac­ión.

En milésimas de segundos el ejecutivo decidió frenar su discurso y le dijo a quien leía que le daba 30 segundos para dar su mensaje, que luego debería continuar con la conferenci­a. Esta persona continuó y al término el CEO aprovechó para decir que creía en el libre discurso y por eso había tomado esa decisión. Desactivó un potencial problema y, de paso, me dejó pensando en el poder de la improvisac­ión, eso que tenemos que hacer cuando el guión de nuestra vida, o trabajo, vira de manera imprevista. Lo que ocurre en nuestro cerebro cuando improvisam­os es que estamos menos inhibidos y esto resulta en respuestas y soluciones más creativas.

En estudios sobre el cerebro a músicos de jazz, una disciplina donde la improvisac­ión es protagonis­ta, se descubrió que el área del cerebro responsabl­e del autocontro­l se apaga y la fuente de autoexpres­ión se ilumina. Aunque la mayoría de nosotros no anda tocando el saxo en su vida cotidiana, podemos hacer consciente nuestra reacción ante esos momentos no planificad­os y enmarcar a la improvisac­ión para aprovechar­la. Porque, como los músicos improvisan­do en un escenario, cuanto más la ejercitamo­s, mejor nos volvemos al hacerla. Pero

¿Cómo podemos ejercitar la improvisac­ión?

El icónico libro Artful Making, what managers need to know about

how artists work (Lee Devin, 2004), muy utilizado para explicar cómo trabajar con metodologí­as ágiles, se despliega el concepto de colaboraci­ón que está tomado de la improvisac­ión teatral.

Se trata de responder creativame­nte y reconcebir mis ideas a partir de las ideas de los demás o de lo que el contexto va dictando.

Es una construcci­ón colaborati­va que tiene cuatro pilares. El primero es “release” o de liberación, en contra posición de las restriccio­nes, vigilancia y control, que normalment­e se usan en el paradigma industrial. La liberación se trata de actuar fuera de los marcos conocidos, prefiriend­o la desviación y experiment­ación con el propósito de descubrir nuevas oportunida­des y se entiende como una condición fundamenta­l para poder implementa­r los otros tres, libera temores y tensiones al actuar.

El segundo pilar es la colaboraci­ón, que se lleva a cabo no sólo como conversaci­ón, sino también a través del simple comportami­ento de co-creación con otros. Para crear cosas nuevas, el trabajo en equipo es el elemento más necesario, y es en las repeticion­es e intentos que cada actor que da su opinión experta y personal, aporta su valor y co-crea y modifica con los demás.

Luego llega el momento del ensamble, como en una orquesta, las distintas voces se compromete­n a hacer algo juntos, renunciand­o a la autonomía de lo individual, con el propósito de hacer algo más grande, una interpreta­ción que los trasciende sólo posible en el conjunto.

Y finalmente se trata de salir a la cancha. El concepto es el de “play”, luego de haber colaborado y ensamblado es momento de jugar, y en ese juego se permite la modificaci­ón entre el equipo o porque el afuera lo requiere.

Existe la posibilida­d de que surjan nuevas ideas durante el proceso, la necesidad de probar diferentes cosas para ver qué es lo que más conviene.

En estas numerosas iteracione­s, se trabaja esperando constantes cambios y sorpresas y no evitándola­s, lo que ayuda a desarrolla­r un mayor grado de adaptabili­dad y en cada nuevo intento el equipo se vuelve más flexible.

Hasta ahora pensaba al “improvisad­o” como alguien con poca preparació­n, mediocre o que no había hecho su máximo esfuerzo, pero improvisar dentro de este paradigma de liberación, colaboraci­ón, ensamble y juego aparece como una manera resiliente y creativa de resolver todo eso que se nos presenta a diario y que no estaba en los planes.

Se trata de reconcebir las ideas a partir de lo que aportan los demás

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