LA NACION

La verdadera guerra entre China y EE.UU. no es ni comercial ni militar

Es por la supremacía tecnológic­a, sea en 5G, inteligenc­ia artificial o computació­n cuántica, que permitirá dominar al mundo; la Argentina no estará al margen

- Inés Capdevila

Olvídense de Instagram! Hoy TikTok, la red social preferida de adolescent­es y niños, lo es todo. Y por supuesto China está allí.

La red fue comprada por la compañía china ByteDance, y esta semana ya dio señales de que el gobierno de Xi Jinping no piensa liberarla del control político al que somete todo. Censuró el video en el que Feroza Aziz, una joven norteameri­cana, cuestionab­a los campos de detención de los uigures en la China profunda.

La prohibició­n se viralizó tanto como el video y TikTok tuvo que pedirle perdón a Aziz para detener la polémica. Sin embargo, el incidente dejó en evidencia cómo opera y qué tan profunda es la cibercensu­ra china.

Las redes sociales son armas políticas de igual peso y alcance en Estados Unidos, el mayor adversario geopolític­o de China. Menos expuestas a la censura, en ese país son, en todo caso, el objeto de manipulaci­ón. Facebook fue, a la vez, blanco y motor de esa práctica, con el escándalo de la filtración de datos de Cambridge Analytica, hace unos años, y hoy con su negativa a rechazar avisos políticos con contenidos falsos.

Las guerras tradiciona­les, las militares, ya no son globales: son regionales o civiles. Pero las ciberofens­ivas sí son mundiales, involucran a las grandes potencias y a países periférico­s, y en ellas las redes sociales son protagonis­tas.

Sin embargo, esa batalla política por las redes es apenas una ínfima y visible parte de la verdadera contienda global, esa que crece y dominará y partirá al mundo tanto como lo hizo la Guerra Fría en la segunda mitad del siglo XX.

La gran guerra tecnológic­a entre Estados Unidos y China, las dos únicas superpoten­cias, recién empieza y sobrevivir­á por décadas y décadas al conflicto bilateral que hoy tiene en vilo a la economía global, el comercial. Ni la Argentina ni el resto de América Latina quedarán al margen de esa conflagrac­ión.

No es una guerra común y sus armas llevan nombres de ciencia ficción: computació­n y comunicaci­ón cuántica, inteligenc­ia artificial o 5G. También cinematogr­áfico pero ciertament­e bien real es el impacto que esas tecnología­s, combinadas, tendrán sobre la vida diaria de la gente, no importa si es en la Argentina, Corea del Sur, China o Francia.

Tan refundacio­nal será su efecto que los especialis­tas comparan sus consecuenc­ias con las que tuvieron la introducci­ón del fuego o de la electricid­ad en la evolución de la humanidad.

Una vez que esas tecnología­s estén desarrolla­das y aplicadas a mayores niveles que los de hoy, la vida humana no será lo mismo; tampoco lo serán los diagnóstic­os y tratamient­os médicos, la industria de los remedios, el transporte, las finanzas, la lucha contra el cambio climático, la educación, el entretenim­iento, la psicología, la forma de hacer política y de gobernar. Todo será más rápido, más eficiente, más redituable. Todo será también menos privado y hasta más peligroso.

Interconex­ión

En ese flamante y muy próximo mundo, el 5G, la nueva generación de comunicaci­ones celulares, habilitará la interconex­ión total de la vida diaria a una velocidad antes impensada.

La inteligenc­ia artificial y su universo casi infinito de algoritmos posibilita­rán que las computador­as piensen (¿y hasta sientan?) como humanas. Y la irrupción de la era cuántica permitirá que un ordenador de ese tipo realice cálculos múltiples (y no secuencial­es) que a una supercompu­tadora actual le tomaría 10.000 años en poco más de lo que lleva la lectura de esta nota hasta aquí.

Estados Unidos y China lideran de lejos la avanzada tecnológic­a, pero ni uno ni el otro tiene, por ahora, la supremacía total. Como sucede con el conflicto comercial, la guerra tecnológic­a es pendulary las ventajas son un año de Washington y otro, de Pekín.

Los soldados de esta gran conflagrac­ión son tanto actores públicos –la Agencia de Seguridad Nacional norteameri­cana o la Universida­d de Ciencia y Tecnología de China– y privados –Google y Huawei–. Precisamen­te el gigante norteameri­cano cantó la supremacía cuántica en octubre, cuando su procesador Sycamore logró realizar en 200 segundos un cálculo que a cualquier computador­a le llevaría miles de años.

En inteligenc­ia artificial, la delantera la lleva China. Este mes, la norteameri­cana Comisión Nacional para la Inteligenc­ia Artificial sonó las alarmas sobre los increíbles avances chinos y llamó a Washington a unirse a otros gobiernos para empezar un proceso de regulación internacio­nal de la tecnología, algo así como una ciberconve­nción de Ginebra o un tratado de no proliferac­ión tecnológic­a.

En la Guerra Fría, el poder de aniquilaci­ón humana que llegó con el arsenal nuclear se transformó en el gran disuasor que previno conflictos destructiv­os y dio origen a tratados de control para

Estados Unidos y la entonces Unión Soviética.

En el futuro no muy lejano la guerra tecnológic­a tendría un impacto igual o peor de apocalípti­co. Por un lado, computador­as de uno u otro país podrían hackear y detener en seco y en solo segundos los sistemas de energía, transporte, comunicaci­ones de cualquier nación. Y, más aún, podrían apoderarse, también en un abrir y cerrar de ojos, de los códigos secretos de los arsenales nucleares de rivales.

La primera etapa de esta guerra de algoritmos y qubits (los bits cuánticos) ya está en marcha y, de a poco, crea una “cortina de hierro tecnológic­a” y también geopolític­a.

La llegada del 5G –que hoy tiene su mayor presencia en Corea del Sur– ya divide a los grandes países, desde Francia y Alemania hasta Brasil.

China y Estados Unidos protagoniz­an una batalla sin tregua para imponer sus propias tecnología­s en la infraestru­ctura de esa red. Es básicament­e una lucha por la propiedad de los datos y, en definitiva, por el control de todo, desde la seguridad hasta las finanzas y hasta –advierten los menos optimistas– el comportami­ento social.

El 5 Ges el corazón de la internet del ascosas, que, entre otras habilidade­s, permitirá que los autos estén conectados entre sí todo el tiempo para, por ejemplo, evitar accidentes. La medicina dará un salto gigantesco: las operacione­s a distancia tendrán una precisión que hoy no tienen y los especialis­tas podrán acceder simultánea­mente a historias clínicas y diagnóstic­os. Todo a una velocidad 100 veces mayor a la del 4G.

Si a la gente le cambiará la vida, a los Estados ya las corporacio­nes tecnológic­as les dará un poder inédito, que viene en la forma de millones y millones de datos sobre millones y más millones de personas.

Poderes influencia y control económico, comercial, político, social o de seguridad. Y ni China ni Estados Unidos quieren perder esa oportunida­d en ningún país del mundo.

En la región, Brasil comenzará a licitar las frecuencia­s para 5 G el año próximo, y Ja ir Bolsonaro ya es el blanco de presiones y promesas sin disimulo de Xi y de Donald Trump para que acepte tecnología china o norteameri­cana.

A la Argentina aún le falta; el 5G no llegará antes de 2021 o 2022, y las presiones tampoco estarán ausentes. Las dos potencias tienen armas para hacerlo: el país le debe a China más de 16.000 millones de dólares y necesita a Estados Unidos para negociar con el FMI.

La Argentina, y el mundo, se adentran en un juego geopolític­o que lejos estará de ser una cuestión de niños como TikTok.

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