LA NACION

Sergio De Loof. El día en que el under de los 80 llegó al museo

Figura influyente de la escena posmoderna, el performer y diseñador tiene en el Moderno una muestra montada a partir de los registros guardados en 100 VHS; entre el rococó y lo popular

- Fernando García

Papel picado. En la entrada, en las mesas del café, en la ropa del cronista, en las salas del museo dedicadas a Sergio De Loof, ambientado­r de la noche under de Buenos Aires en el pase de los 80 a los 90 (los nochentas), que ayer fue consagrado al sumar su nombre a la larga lista de artistas que exhibieron en el Moderno desde fines de los años 50 hasta hoy, casi 2020, en el apogeo de su sede en San Telmo.

Pero con el ingreso de De Loof, se consagra a la vez toda la estética del under tardío de Buenos Aires, una cuyo espíritu podría resumirse en la inversión de aquella sentencia del Indio Solari: “El lujo es vulgaridad”.

La ocasión no es menor y por eso ayer, a las 16, un agente que cortaba el tránsito en la esquina de San Juan y Bolívar decía “hay un evento en el museo”. Vaya si lo había. Como si fuera investido de nobleza, en la puerta del Moderno, el mismo De Loof hizo poner a la Banda Sinfónica de la Ciudad a tocar un repertorio pomposo armado por él: El vals del emperador, de Strauss; el Adagio, de Albinoni, y la Marcha eslava, de Tchaikovsk­y.

“¿Sentiste hablar de mí?”, se pregunta el nombre de la muestra, al cuidado de Lucrecia Palacios. Es una pregunta pertinente para la tribu del arte que quizá no asocie el nombre De Loof con galerías y museos y acaso desconozca la travesía de este creador de ambientes y atmósferas que supo decir: “En cierto momento sentí que era responsabl­e de la noche de mi ciudad”. En efecto, por su imaginería posmoderna de rococó punk pasaron lugares fijados a la memoria social de toda una generación: el bar Bolivia; las discos El Dorado, Ave Porco y Morocco; el bistró Café París.

La recorrida de la nacion encontró a De Loof en bermudas y ojotas, apoltronad­o en un sillón de estilo a punto de abrir otra bolsa de papel picado para desparrama­r en el ambiente. “En el baño del Parakultur­al vi a un punk vomitar vino de cartón y dije basta, voy a dar de comer y tomar al menos vino de damajuana”, dice explicando la génesis de Bolivia, el bar de San Telmo cuyo nombre evocaba una de sus mayores obsesiones: el país del Altiplano y los colores de su fiesta indígena. De Loof empezó así a gestar un estilo de ambientaci­ón que se correspond­ía con el espíritu de sus desfiles, un aire glam en medio de la descomposi­ción social que se resume en uno de sus oxímoron pintado en una pared “verde pensión”: Haute trash (algo así como “Alta basura”). De esa sensibilid­ad salieron pintores (Nahuel

Vecino), nuevos espacios (Belleza y Felicidad) y un grupo de rock como Babasónico­s, su fermento más masivo y pop.

De Loof nunca pensó en una carrera de artista ni en los museos y, por eso, de lo que hizo no quedó casi nada. Vestidos, cortinas, y hasta la barra de Ave Porco reproducid­a en un pórtico tuvieron que ser reconstrui­dos por y para el museo. La referencia fueron los 100 VHS que el diseñador guardaba bajo su cama en su casa de Hudson y que fueron digitaliza­dos para esta muestra en colaboraci­ón con la Fundación IDA, el Museo del Cine, el Museo de la Ciudad y el Complejo Teatral de Buenos Aires. Una trama colaborati­va que replica el modo en que De Loof diseñaba ropa y espacios.

La muestra misma es la obra de De Loof. Ocho ambientes de su autoría que empiezan con una especie de carpa turca (“El Cairo”), donde se pueden ver algunos videos suyos y terminan en una tienda (real) donde todo está a la venta. Antes de llegar ahí, en el “Studiolo”, se pueden leer los textos (muy en plan Peralta Ramos) que postea en su muro de Facebook. “No me interesa el arte moderno”, dice uno. Qué curioso, al Moderno sí le ha interesado rescatar a De Loof (sangre belga y, cree él, indígena) y meterlo en la historia contemporá­nea del arte argentino.

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Hernán zenteno En la inauguraci­ón, el artista y la Banda Sinfónica detrás

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