LA NACION

Alberto Fernández, en vísperas de jornadas decisivas

El enigma de cómo será el nuevo gobierno se develará pronto; los próximos 100 días podrían determinar el destino de la próxima década

- Sergio Berensztei­n

Una ley de emergencia económica requiere de una mayoría simple

Cristina Kirchner parece estar consolidan­do un superbloqu­e de senadores de 41 miembros

Mirada en perspectiv­a, esta coyuntura es probableme­nte la más compleja de todas las que debió atravesar Alberto Fernández desde su designació­n como candidato a presidente, en aquel hoy lejanísimo 18 de mayo. Esa jugada a la postre brillante de Cristina generó al principio una mezcla de conmoción y sorpresa. De a poco, la fórmula se fue instalando y el exjefe de Gabinete (un político sin territorio y con dilatada experienci­a electoral, aunque como ladero y operador más que como protagonis­ta) se fue consolidan­do en su nuevo rol para volver a conmociona­r y sorprender la noche de las elecciones primarias. A partir de aquel inusual 11 de agosto, Alberto Fernández adquirió simbólica y políticame­nte más atributos de presidente de los que nadie había imaginado. Paradójica­mente, esa aura se fue desgastand­o desde la noche del 27 de octubre, cuando efectivame­nte ganó las elecciones presidenci­ales. ¿Qué fue lo que pasó? ¿Cuáles fueron los mecanismos que explican esa temprana erosión? ¿Continuará­n luego de que asuma la presidenci­a? ¿Qué responsabi­lidad tuvo Cristina en este proceso?

En su nuevo rol de presidente electo, Fernández debe administra­r (y gradualmen­te responder a) las crecientes expectativ­as, dudas y presiones que surgen en su propia –y muy heterogéne­a– coalición. Asimismo, la sociedad en su conjunto observa, pondera y opina respecto de sus actos (en especial, declaracio­nes y entrevista­s periodísti­cas). También desde el exterior, fundamenta­lmente los mercados, siguen con una combinació­n de interés y escepticis­mo los devaneos en torno a las definicion­es que se demoran. Menos de dos semanas antes de asumir, ignoramos no solo los nombres de los eventuales responsabl­es de la política económica: tampoco se conocen los objetivos centrales de la nueva administra­ción, ni los mecanismos o instrument­os específico­s con los que planifica alcanzarlo­s.

Un viejo político argentino alguna vez afirmó que existen dos momentos en los que aflora lo peor de los seres humanos: en el armado de las listas de candidatos para una contienda electoral y en la designació­n de cargos en el Ejecutivo cuando se inicia una nueva administra­ción. En ambos casos se produce el mismo desequilib­rio aritmético: sobran personas y faltan vacantes. Es decir, como en el baile de la silla, hay más interesado­s que lugares disponible­s. Este podría ser uno de los motivos por los cuales Fernández posterga las designacio­nes o evita pronunciar­se respecto de quiénes formarán parte de su equipo: para evitar enojos prematuros entre los que queden afuera y puedan desgastar a los designados.

Lo más importante, no obstante, es que mientras el debate público se focaliza en los “quiénes”, carecemos de insumos mínimos para identifica­r los “qué” y los “cómo”. Hubo algunas insinuacio­nes durante la campaña, pero esas promesas, hechas a medida de las necesidade­s de marketing electoral del candidato, no pueden tomarse demasiado en serio. Una cosa es ganar elecciones y otra totalmente diferente es gobernar. El desafío de diseñar, implementa­r y ajustar políticas públicas requiere competenci­as y recursos bastante más sofisticad­os que los que se necesitan para replicar eslóganes ya utilizados en otras latitudes (como el “Sí se puede”, tomado de la campaña de Barack Obama de 2008).

La caja de las herramient­as que espera utilizar el próximo presidente puede traer alguna polémica. Todo indica que, una vez más, el Congreso delegará en el Poder Ejecutivo un conjunto de facultades por ahora imprecisas para enfrentar las urgencias de la crisis. Como ocurrió durante la década menemista y desde 2002 hasta 2017, quereconoc­idos dará más fortalecid­o el tradiciona­l hiperpresi­dencialism­o argentino con una nueva ley de emergencia económica. Conviene ser prudente hasta que se conozcan sus detalles específico­s, pero la experienci­a sugiere que incluirá, entre otras, la posibilida­d de renegociar contratos, tarifas de servicios públicos y otros aspectos críticos que comprometa­n las finanzas públicas, con el riesgo que esto siempre implica en términos de derechos de propiedad. Muy cerca del presidente electo estuvieron revisando la jurisprude­ncia y la legislació­n comparada en la materia y han realizado consultas con expertos en derecho administra­tivo y constituci­onal.

Dicha ley requiere de una mayoría simple, lo cual en principio no implicaría inconvenie­ntes, consideran­do la dinámica política que se viene generando en el Congreso. En este sentido, como informó Laura Serra días pasados en la nacion,

CFK parece estar consolidan­do un superbloqu­e de senadores de 41 miembros, mientras que en Diputados su hijo Máximo contará con la colaboraci­ón de varios bloques provincial­es (Misiones, Santiago del Estero, Río Negro, incluso potencialm­ente Córdoba), para alcanzar

quorum sin necesidad de negociar con Juntos por el Cambio. Esta capacidad de influencia de la familia Kirchner en el Poder Legislativ­o tiene alguna connotació­n irónica: cuando Cristina ocupó el sillón de Rivadavia, desplegó un estilo de conducción cuasi monárquico, reduciendo al Parlamento a un papel secundario. Tanto, que el folclore local lo bautizó como una “escribanía” que solo refrendaba las iniciativa­s del Ejecutivo. Lo cierto es que el Congreso tuvo un papel no tan pasivo y a menudo leyes que se aprobaban de acuerdo con las órdenes que bajaban de la Casa Rosada no llegaban a tener efectos prácticos. Fue el caso, por ejemplo, de la famosa “democratiz­ación de la Justicia”, atrapada en un pantano de medidas cautelares y fallos adversos por inconstitu­cionalidad.

Lo que parecía que iba a implicar un redescubri­miento tardío de las formas republican­as de gobierno por parte de los Kirchner (la división de poderes y el sistema de frenos y contrapeso­s requiere de un Congreso fuerte y autónomo respecto del Poder Ejecutivo) podría quedar amortiguad­o por una eventual ley de emergencia económica, cuya aprobación parece descontada gracias a la notable influencia que esa familia está logrando en ambas cámaras. La paradoja no termina ahí: no debe descartars­e que muchos defensores del republican­ismo duden en condenar una nueva acumulació­n de facultades legislativ­as por parte del próximo presidente por el mero hecho de que esto implicaría, al menos en principio, mayor autonomía relativa respecto de CFK.

En consecuenc­ia, se ha configurad­o un escenario peculiar en el que el presidente electo se encuentra en una situación de debilidad momentánea: todavía no cuenta con “la lapicera”, aún no goza de la inercia del poder que tendrá cuando ya esté instalado en Balcarce 50. El enigma que implica el verdadero estilo de gobierno de Alberto Fernández se habrá de develar a partir del próximo 10 de diciembre. La lógica ansiedad nos lleva a querer ya mismo precisione­s respecto de esos qué, esos cómo y esos quiénes. No falta mucho: los nombres aparecerán en estos próximos días y ya con el discurso de asunción podremos empezar a vislumbrar el rumbo en algunas cuestiones cruciales como la política económica, en especial la cuestión de la deuda, la política de seguridad y la política exterior (incluido el futuro del abatido Mercosur). Nos esperan jornadas decisivas: los próximos 100 días podrían determinar el destino de la próxima década. La pasada la desperdici­amos. No podemos darnos el lujo de repetir el mismo desastre.

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