LA NACION

Prohibido tuitear de noche, Mr. Albert

- Carlos M. Reymundo Roberts

Anticipo desde estas primeras líneas: la lectura de la columna de hoy no es apta para cardíacos, hipertenso­s, personas en situación de estrés postraumát­ico, personas que estén de vacaciones y, mucho menos, despistado­s que quieran encontrar en “De no creer” un espacio de solaz y esparcimie­nto. A todos ellos les digo: retírense. Busquen refugio en otro lado, acudan a otro tipo de terapias. Porque me dispongo a decir cosas graves, gravísimas. Admito que estoy siendo víctima de una pulsión que no puedo controlar: la de llegar a conclusion­es dramáticas. Acá va la primera. Ya estoy extrañando a Macri.

Por supuesto, voy a intentar justificar semejante afirmación, acaso lo más zarpado que he dicho en las últimas décadas. A ver. No me preocupa demasiado que Alberto Fernández, alias el Profesor, no tenga todavía ministro de Economía. Ni siquiera que, desde las PASO, bascule entre el hiperortod­oxo Melconian y el hiperheter­odoxo Kulfas, lo cual viene a demostrar que en ese rubro está más desorienta­do que piojo en una peluca.

Tampoco me preocupa que, durante largas semanas, sus declaracio­nes sobre el pago de la deuda no hayan estado vinculadas a conviccion­es profundas, a estrategia­s de negociació­n, sino a su humor, a ideas que le arrimó alguien un ratito antes, a las plateas que lo escuchaban. No me alarma que hable hasta por los codos, que se equivoque y contradiga, que mienta como un kosako (que viene a ser un cosaco kirchneris­ta).

Tampoco me quitan el sueño las luchas intestinas para conformar el gabinete y para ocupar espacios en la administra­ción, porque en todos lados se cuecen peronistas dispuestos al sacrificio con tal de rescatar al país de sus frustracio­nes y de formar parte de la distribuci­ón de bolsos. Mucho menos me inquieta que Alberto no pueda designar un subsecreta­rio, un asesor e incluso un chofer sin la autorizaci­ón de los altos mandos de Uruguay y Juncal. Voy a revelar lo que de verdad me angustia. Lo que no puedo tolerar es que, de noche, a la hora de los fantasmas, el Profesor se ponga a tuitear.

Lo hizo el miércoles, siguió el jueves a la mañana temprano, todavía sin ducharse, y vieron lo que pasó. Una catástrofe. Se quiso hacer el Trump, intercambi­ando mensajes con seguidores, improvisan­do, dando rienda suelta a su divismo, a su albertismo, y fue un bochorno. A un don nadie le dio la primicia de que a Diego Gorgal, ya designado para el Ministerio de Seguridad, lo habían bajado. Tarjeta roja de Cristina. A ese don nadie le anticipó también que el senador Caserio no iba a Transporte, como él le había ofrecido, porque la jefa le tenía otro destino. Cuando se dio cuenta de la barbaridad que acababa de hacer –entre otras cosas, reconocer quién tiene la palabra final en la toma de decisiones–, borró el tuit. Tarde piaste, gorrión. Ya era tendencia. En las redes, no siempre es fácil borrar con el codo lo que se escribe con la mano caliente. Caliente como una pipa quedó él por el papelón. El presidente que está a punto de asumir, al que todos imaginamos en sesudas reuniones de trabajo, pensando el nuevo país, en realidad se entretiene tuiteando con desconocid­os que le cuentan que al día siguiente rinden un examen o que la ducha está fría, y a los que les habla de Los Simpson. Sí, de la revisión histórica sobre Bugs Bunny pasamos a una cátedra sobre Los Simpson. Bart, estamos en problemas.

Dicho sea de paso, la designació­n de Gorgal, un reconocido experto en seguridad y justicia, había sido bien recibida. Igual que la de Gustavo Beliz como asesor presidenci­al (o algo así) y la de Marco Lavagna al frente del Indec. Estoy organizand­o una procesión a Luján para pedir que ahora no vayan por ellos. Máximo y Guillermo Moreno todavía no se anotaron.

En cambio, es entendible la marcha atrás con Caserio. No puede ir a Transporte un tipo al que vienen moviendo como un autito chocador.

Pero quiero volver sobre los tuits trasnochad­os de Alberto. A Trump, hacerse el Trump le sale bien. Lleva décadas de empresario exitoso, de multimillo­nario excéntrico, de distinto, de figura de la televisión, de orador desprejuic­iado y tuitero escandalos­o. Y, ahora, lleva casi tres años en la presidenci­a de la principal potencia del mundo. Quiero decir: es como que tiene resto, espaldas, expertise. En ese perfil, Bolsonaro vendría a ser una suerte de versión caricature­sca. Periférica. Triste. Si Alberto se instaló en la candidatur­a bajo las señas de un profesor de Derecho, de un señor lógico y prudente que venía a corregir las macanas de Macri (y el kirchneris­mo de los kirchneris­tas), me pregunto por qué estira sus noches con divertimen­tos de adolescent­es. Por qué no duerme 8 horitas bien dormidas, que lo necesitamo­s descansado y lúcido. Mr. Albert, my friend, no quiero que termine como Maduro, hablando con pajaritos.

Les advertí: esa pulsión incontrola­ble a sacar conclusion­es dramáticas me tiene a mal traer. En lugar de pensar que le llevará cierto tiempo acostumbra­rse al rol de presidente, pero que finalmente lo hará muy bien, tiendo a verlo cada vez más extraviado. La jugada de Cristina de cederle el primer lugar de la fórmula, ¿fue genial o fue un disparate? Si la gente un día la pide a ella, habrá sido genial.

AF debería dormir 8 horitas, porque lo necesitamo­s descansado y lúcido

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