LA NACION

Ella tiene un argumento difícil de refutar

- Francisco Olivera

El método parece infalible, y puede ser aplicado en cualquier otra divergenci­a del espacio. Caserio, que estaba casi confirmado en el Ministerio de Transporte, pasó esta semana a engrosar la nebulosa administra­tiva del próximo gobierno. Lo expuso el propio Alberto Fernández desde su cuenta de Twitter en una respuesta al sitio de investigac­iones El Disenso. “Ojo que lo de Caserio no está seguro. Cristina le pidió que siga en el Senado y le ofreció que se haga cargo de la Comisión de Presupuest­o y Hacienda”, escribió el exjefe de Gabinete en la madrugada del miércoles, y minutos después borró el mensaje. Pero las capturas de pantalla, siempre inevitable­s, obligaron al senador a explayarse en la misma red. “Poner la Argentina de pie requiere de acciones y decisiones claves. Por eso, voy a estar donde mejor pueda contribuir a nuestro país y a mi provincia”, escribió.

Fue una semana de desencuent­ros en el Frente de Todos, donde volvieron a oírse lamentos por los antojos de la jefa. “Era todo armonía y volvió ella”, describió uno. Hablaba de la primera reunión que el presidente electo tuvo con Cristina Kirchner, recién arribada de La Habana, en el departamen­to de Juncal y Uruguay. Entre los massistas molestó hasta la asimetría de aquel ambiente; no solo acudía el próximo jefe del Estado al domicilio de quien no encabeza la fórmula sino, además, para estar en minoría frente a tres militantes: además de la anfitriona, lo recibieron Máximo Kirchner y Eduardo de Pedro. El diálogo fue sincero e incluyó reproches sobre decisiones tomadas por Alberto Fernández. Entre ellas, la idea de designar a Vilma Ibarra, autora de un libro muy crítico sobre el kirchneris­mo, en la Secretaría de Legal y Técnica. “Es su firma, es imposible que Alberto dé marcha atrás”, confió un colaborado­r. Lo que ocurra al respecto será, en todo caso, un buen test para evaluar los términos de la convivenci­a.

Los empresario­s vienen tomando nota de estos percances. Las fricciones fueron tema de conversaci­ón anteayer en Parque Norte, durante la Conferenci­a Industrial. Alberto Fernández llegó a dudar de ir. Imaginaba

no solo una foto incómoda con Macri, invitado al cierre, sino un aluvión de ejecutivos y periodista­s preguntánd­ole por el gabinete. Horas antes, Matías Kulfas, posible ministro del área, le había anticipado la situación a Miguel Acevedo, presidente de la UIA. Pero la garantía de que lo mantendría­n exento de contratiem­pos convenció finalmente al presidente electo, que estuvo y expuso allí su versión más amigable al universo fabril: le dio prioridad a la producción sobre la especulaci­ón financiera, dijo que se pagaría deuda una vez que la Argentina empezara a crecer y que el acuerdo social requería de todos los sectores sin exclusión.

Hay una parte del establishm­ent muy entusiasma­da con lo que viene. Se notó en Parque Norte. “El país está mejor de lo que la gente piensa”, dijo a este diario el economista Bernardo Kosacoff. El optimismo parte de la convicción de que para el peronismo es siempre más sencillo obtener de los sindicatos un período de gracia para otorgar aumentos salariales por debajo de la inflación durante un tiempo; de que el FMI aceptará renegociar y ser al mismo tiempo un sponsor de la Argentina para encarar en paralelo una negociació­n no tan agresiva con los acreedores privados, y de que equilibrar el gasto primario no resultará tan drástico porque gran parte del ajuste está hecho.

Estas proyeccion­es no desconocen dos nudos gordianos que Alberto Fernández deberá encarar. El más difícil es una reforma previsiona­l capaz de desindexar las jubilacion­es sin llamar la atención. ¿Habrá que desandar la última reforma de Macri, que ata los haberes a la inflación pasada y que casi termina en diciembre de 2017 en tragedia frente al Congreso, mientras el kirchneris­mo pedía que se cancelara la sesión? ¿Cómo convencer ahora a la sociedad de que aquellas condicione­s siguen siendo imposibles de pagar y se requiere más ajuste? “Pero ellos son expertos en relato”, se esperanzó en Parque Norte alguien que lleva años interactua­ndo con políticos. Claudio Moroni, posible ministro de Trabajo, busca en estas horas una fórmula para que, al menos, se recomponga­n las jubilacion­es más bajas y se posterguen las altas. Un remedo del primer kirchneris­mo. ¿No sería inconstitu­cional?, le objetó alguien que oyó su proyecto. Respuesta: es probable, pero los juicios llevan años, y la Argentina tiene urgencias de corto plazo.

El otro desafío de Alberto Fernández será recuperar el crédito, una tarea que requiere no solo de un entendimie­nto con el FMI, sino de una buena relación con Estados Unidos, principal socio del organismo. El presidente electo debe conseguir ambos objetivos sin socavar las epopeyas latinoamer­icanas que pregonan sus compañeros de ruta. En la Conferenci­a Industrial hubo quienes celebraron su decisión de pagar la deuda una vez que se haya empezado a crecer, pero también objeciones de quienes necesitan que la Argentina cuide su frente externo y sus alineamien­tos regionales. Las risas por un hecho gracioso y fortuito, del que la nacion fue testigo, confirmaro­n allí qué rumbo ideológico preferiría­n los empresario­s. Fernández llevaba 20 minutos exponiendo y se adentró en los conflictos de América Latina. “Algunos dicen: ‘Vos tenés un problema, Alberto, porque estás rodeado de presidente­s de la derecha y el continente se ha derechizad­o’”, empezó. Ahí se detuvo, negó con la cabeza y enumeró: “El reclamo de Chile es un reclamo progresist­a. El reclamo de Colombia es un reclamo progresist­a. El reclamo de Ecuador es un reclamo progresist­a. El reclamo de Bolivia, más allá del golpe espantoso y vergonzoso que la OEA aprobó, es un reclamo progresist­a”. En simultáneo, mientras hablaba, se oyó en el fondo del salón el teléfono móvil de alguien que evidenteme­nte había olvidado apagar el GPS: “En los próximos 50 metros, gire a la derecha”, dijo la voz española.

La distracció­n provocó carcajadas y cierta incredulid­ad: ¿había sido deliberado? Independie­ntemente de las intencione­s, es lo que querría el establishm­ent económico. Pero nada hay más incierto al respecto que Cristina Kirchner. “El tema es que ella se corra, que es lo más difícil”, dijeron en una multinacio­nal. Imposible anticipar los movimiento­s de quien, hace seis meses, reconfigur­ó por completo el tablero con un paso que nadie esperaba y que, por una vez, contra su propia historia personal y consignas militantes, no fue hacia adelante, sino al costado.

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