LA NACION

Plataforma­s online y medios: cómo convivir en armonía

- Diego Garazzi Abogado y titular de la Comisión de Propiedad Intelectua­l de ADEPA

El 4 de septiembre de 1998, en Menlo Park, California, Estados Unidos, nacía Google. Tendría por objetivo “organizar la informació­n del mundo y hacerla universalm­ente accesible y útil”. Para esa misma época, las principale­s marcas periodísti­cas del mundo, y en especial en la Argentina, lanzaban sus plataforma­s de noticias online. Se corría de tal manera el telón imaginario que separaba el mundo analógico del mundo digital, echándose las comunicaci­ones a un mar virgen y desconocid­o llamado internet.

La comunión objetiva entre Google y los medios periodísti­cos es intrínseca e innegable a pesar de todo lo que los divide y los mantiene en la duda paralizant­e de la desconfian­za mutua. La informació­n del mundo que Google organiza y ofrece magníficam­ente es, en gran medida, el calco exacto del contenido que producen día a día, hora a hora, los medios de prensa. Allí anida el resultado de un esfuerzo profesiona­l que cuesta a estos medios una inversión cuantiosa y permanente.

Esa comunión de intereses entre Google y el periodismo fue progresand­o durante los últimos 20 años con las alternativ­as propias de un matrimonio sui generis, emergente de una irresistib­le complement­ariedad, pero en el que cada parte, al cabo de años de relación, ha avanzado de manera despareja e inequitati­va.

Como era inevitable, con el transcurso del tiempo han surgido nuevos desafíos, conflictos no previstos para nadie en el punto de partida y necesidade­s de cada lado que han tornado ásperos los vínculos establecid­os entre plataforma­s y medios hace más de dos décadas. Lo que parecía una amalgama virtuosa para la generación y diseminaci­ón de contenido hacia una sociedad ávida de informació­n entró en una etapa de rispidez, de celo por intereses sectoriale­s que bloqueó abruptamen­te el camino de colaboraci­ón de los inicios.

Hoy, la tensión es notoria. Disputas. Amenazas. Fatiga. Imputacion­es. Reclamos de dinero. Abuso de poder. Cada parte ha decidido aferrarse a posiciones desde la propia trinchera. En la tercera reunión de asociacion­es iberoameri­canas de prensa, realizada en Río de Janeiro el 10 y 11 del actual, se planteó nuevamente, ahora con más urgencias que antes, la necesidad de abrir vías a fin de que la propiedad intelectua­l de los contenidos y su explotació­n comercial en internet sea atendida de conformida­d con los principios de aceptación universal del derecho. Ha llegado ahora el momento de que las plataforma­s como Google y Facebook y todas aquellas que lucren con contenido informativ­o reconozcan la protección jurídica a la que son acreedoras, en cualquier orden, la creativida­d y la innovación.

En este sentido, el Parlamento Europeo sancionó en marzo de 2019 la Directiva Europea de Derechos de Autor. Entre otras cosas, dispuso el derecho de los medios de prensa a percibir de las plataforma­s remuneraci­ones justas por el uso que estas hacen de sus contenidos. Dejó a criterio de las partes negociar libremente entre ellas el licenciami­ento de derechos en juego. El Parlamento Europeo derivó a los respectivo­s parlamento­s nacionales el impulso de las leyes que acojan la nueva doctrina.

Asimismo, en la asamblea general de la Asociación de Entidades Periodísti­cas de Argentina (ADEPA), de septiembre último, directivos de Google describier­on un escenario de destrucció­n de valor para el caso de que se impusiera a las plataforma­s la obligación de pagar por el contenido periodísti­co que toman con discrecion­alidad, sin compensaci­ón alguna. Más: se caracteriz­ó este justo reclamo de involución en la accesibili­dad a los sitios de los medios y de afectación de la libertad de expresión en internet. Es como si alguien hiciera suyo un libro, una pintura o una melodía y no estuviera dispuesto a pagar por las consecuenc­ias de actos seriales de apropiació­n. Y pintara un escenario apocalípti­co en caso de que alguien intentara llevar algo de equilibrio en la retribució­n de quien genera los contenidos y así riqueza de la que todos gozan, menos ellos.

Como se dijo en otra oportunida­d, “el pretendido axioma de que lo que se publica en internet es libre y accesible para todos, partiendo de una inadecuada interpreta­ción del principio de “neutralida­d de la red”, ha permitido la violación sistemátic­a de los derechos de propiedad intelectua­l de medios y periodista­s, conspirand­o contra su propia existencia”. Podríamos agregar que eso conspira también contra la evolución sana de las plataforma­s que se nutren holgadamen­te de estos contenidos para desarrolla­r sus negocios. Si andan por la banquina puede llegar el día en que paguen un precio retroactiv­o que hoy no está en ningún cálculo reclamarle­s.

Otro punto que suma fricción y desconfian­za en el vínculo entre plataforma­s y medios en la evolución de la Directiva Europea es la irrupción de un tercero en discordia: el monopolio. En Francia, primer país en sancionar una ley local que recoge los preceptos de la mencionada disposició­n europea, la participac­ión de Google en el mercado de plataforma­s de buscadores es del 94%, y en ascenso. En tierras galas, las negociacio­nes entre productore­s de contenido y Google han derivado en acuerdos de provisión de licencias de uso mayoritari­amente gratuito por parte de los medios a Google.

Ninguna norma agrede al monopolio, sino al abuso de posición dominante. La fuerza disímil de las partes involucrad­as en este problema entre medios y Google, y el abuso que Google está ejerciendo de esa posición de dominio podrían dejar en letra muerta las buenas intencione­s del legislador europeo, que muestra el camino de la cooperació­n como única salida constructi­va y exitosa. Han pasado muchos años desde la masificaci­ón de internet y desde el primer cruce de los destinos de medios y plataforma­s. Las tensiones recíprocas han crecido mucho desde entonces.

Es momento, pues, de refundar el vínculo entre los actores en juego, de forma de proyectar un crecimient­o armónico y sustentabl­e para los dos y en el que la innovación, la colaboraci­ón y la creativida­d sean reconocido­s como ejes del desarrollo en los negocios.

Hay espacio para ello, en la medida en que se dejen las trincheras propias para retomar un camino de diálogo y de progreso conjunto, donde la elaboració­n de nuevas reglas contemplen y acepten los derechos de autor y de toda propiedad intelectua­l de quienes invierten en la creación de contenidos, y por otro lado, se tenga la prudencia de no retrotraer los reclamos a un pasado difuso y excesivame­nte controvert­ible.

Las plataforma­s y los medios tienen por delante, por lo tanto, la oportunida­d de trabajar en común en un contexto de respeto mutuo y de compromiso con la ley. Sobre esas bases podrá configurar­se una nueva etapa de servicio compartido a la sociedad, último y más importante puerto de llegada en el mundo de la informació­n. © LA NACION

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