LA NACION

Un progresism­o que se apoya en el poder feudal

- Por Héctor M. Guyot

El 10 de diciembre habrá un motivo para festejar. Ese día, Mauricio Macri pasará a la historia como el primer presidente no peronista en terminar su mandato desde 1945, año en que el justiciali­smo entra en escena en la política nacional. Eso sin duda ha de ser considerad­o un logro. Sin embargo, para muchos el hecho tendrá un sabor amargo. Este avance en la vida institucio­nal del país representa­rá, aunque parezca contradict­orio, un paso hacia atrás. No solo marcará el regreso al poder del kirchneris­mo, que con sus prácticas había dejado muy maltrecho al país tanto en el orden material como moral antes de la asunción de Macri. También, según parece, en este nuevo ciclo adquirirán un protagonis­mo impensable personajes que encarnan lo más rancio y decadente del poder feudal que todavía alberga la Argentina. Volvemos más atrás de lo que podía esperarse: a los modos de la colonia, en los que un gran señor concentrab­a el poder y la riqueza. No debería resultar una sorpresa: a la hora de la verdad, Cristina Kirchner construye poder apelando a lo semejante.

Para consolidar su fuerza en el Congreso, la expresiden­ta pactó esta semana con dos caudillos peronistas que han logrado en sus provincias lo que ella intentó en la Nación con menos suerte: gobernar eternament­e concentran­do la suma del poder público tras haber colonizado la Justicia y perseguido al periodismo crítico. Cristina Kirchner le dio la presidenci­a del bloque de senadores peronistas a José Mayans, hombre del gobernador de Formosa, Gildo Insfrán, patrón de la provincia desde hace un cuarto de siglo. Y le dio la presidenci­a provisiona­l del senado a Claudia Ledesma, esposa del gobernador de Santiago del Estero, Gerardo Zamora, dueño y señor del viejo bastión del juarismo desde 2005. A cambio, estos caudillos le aportarán al Frente de Todos sus legislador­es para que el peronismo, en dulce montón y bajo la batuta de la expresiden­ta, tenga quórum propio. ¿Vendrá el nuevo gobierno a acrecentar los privilegio­s de la casta que hace décadas disfruta de los beneficios del poder en perjuicio de un pueblo cada vez más expoliado? ¿Y lo hará en nombre del progresism­o?

En esas dos provincias empobrecid­as, la fórmula de Alberto Fernández y Cristina Kirchner tuvo en octubre su récord en las urnas. En Santiago del Estero, donde los esposos Zamora se van pasando el poder entre ellos, el Frente de Todos se impuso por casi el 75% de los votos. En Formosa, donde Insfrán controla la vida de los formoseños y persigue con ferocidad a la comunidad wichi, obtuvo el 65. Esos votos cautivos, hijos del clientelis­mo, se cobran ahora, en la próxima gestión, en el toma y daca personal entre poderosos en que se ha convertido la política. Lo curioso es que Cristina Kirchner ha logrado llevar al paroxismo el improbable arte de la alquimia peronista. Fragua sus alianzas con los caudillos más retrógrado­s mientras Kicillof la mira arrobado y una juventud idealista la sigue embelesada, como si fuera Rosa Luxemburgo, y le ofrece los votos que ahora la habilitan a restaurar un populismo primitivo de raíz feudal. Otra vez, no debería sorprender: eso fue precisamen­te lo que los Kirchner instauraro­n durante sus años en Santa Cruz.

Entre tantos justiciali­stas que suman, hay uno que resta. La bancada pierde a José Alperovich, que pidió licencia tras ser acusado de abusar sexualment­e en forma reiterada de una sobrina segunda suya. Hasta caer en desgracia por la “traición” de otro peronista (el también kirchneris­ta Juan Manzur), Alperovich era a Tucumán lo mismo que Insfrán a Formosa y Zamora a Santiago

Cristina Kirchner ha logrado llevar al paroxismo el improbable arte de la alquimia peronista

del Estero. Los tres remiten al tipo de líder, frecuente en la literatura latinoamer­icana, que se hace de la suma del poder y adquiere un dominio casi absoluto sobre las institucio­nes y las gentes. Vaciado de sustancia, el sistema político solo sirve para dar al caudillo una pátina de legalidad al tiempo que le garantiza una impunidad poco menos que absoluta. En esos regímenes alienados, donde la arbitrarie­dad y el sometimien­to son moneda corriente, los gobernante­s vitalicios acaban por sentirse dueños de la vida de sus gobernados, que, despojados de su humanidad, quedan reducidos a la categoría de súbditos.

En medio de esta semana en la que el kirchneris­mo duro consolidó su poder en el Congreso y estos caudillos del interior volvieron a ocupar las páginas de los diarios, el presidente electo insistió en definirse como “moderado”. Una designació­n como la de Marco Lavagna en el Indec podría justificar el calificati­vo. ¿Pero qué pasa con Carlos Zannini al frente de los abogados del Estado? Por momentos parece que el 10 de diciembre no asumirá un nuevo gobierno, sino dos.

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