LA NACION

La Flor Nacional y la leyenda de la heroica y valiente Anahí

- Osvaldo Manuel Helman

Quien visita el Monumento de la Bandera, en Rosario, contemplar­á en el Salón de las Banderas, la vitrina que exhibe nuestros cuatro símbolos patrios oficialmen­te consagrado­s: la Bandera, el Escudo, el Himno y la Flor Nacional.

Resulta oportuno recordar los motivos por los cuales la flor del árbol de ceibo es reconocida como Flor Nacional Argentina. En 1941, el gobierno nacional, a través del Ministerio de Agricultur­a, designó una Comisión Nacional encargada de estudiar y proponer cuál era la flor que mayores méritos reunía para ser proclamada flor nacional. Dicha Comisión estuvo integrada por nueve miembros, representa­ntes de importante­s expresione­s culturales del quehacer nacional. La presidió en nombre del Ministerio de Agricultur­a de la Nación, su oficial mayor, doctor Ricardo Helman. La mayoría sus miembros (5 sobre 9) se inclinó por la flor de ceibo. Luego, el presidente Ramón S. Castillo y la totalidad de su gabinete lo aprobaron por unanimidad. El decreto respectivo lleva el Nº138974 de fecha 23 de diciembre de 1942. En su edición del 24/XII/42 decía LA NACION: “Consagróse como expresión floral de nuestro país al ceibo”.

Pasando a la botánica, opina el Ing. Agrónomo Jorge Fiorentino:

en principio se puede decir que la flor del ceibo es perfecta, ya que presenta los cuatro ciclos florales (caliz, corola, androceo y gineceo), por ende es hermafrodi­ta, pues están presentes los dos sexos en cada una de las flores. El nombre botánico es Eryhrina crista-galli (aspecto parecido a la cresta de un gallo).

Las leyendas relatan hechos fantástico­s que tradicione­s populares consideran realmente acontecido­s. Amalgamada con nuestro tema, rescatemos la de Anahí.

Hace muchos años habitaba en el litoral argentino, sobre el río Paraná una tribu de indómitos guerreros. Su joven reina se llamaba Anahí; heroica y valiente, enfrentaba a las tribus que intentaban adueñarse de las tierras heredadas de sus mayores. Pero una vez, Anahí fue tomada prisionera y condenada a morir en la hoguera. Para ello se la amarró a un árbol de corta estatura, pero robusto y de anchas hojas, carente de flores. Al poco tiempo de iniciado el suplicio, fue dado advertir un notable suceso: el cuerpo de Anahí fue adquiriend­o las caracterís­ticas de una hermosa flor. Al amanecer, sólo quedaban en la tierra las cenizas de la reina. Pero en el árbol había brotado una flor de color rojo sangre, nunca hasta entonces contemplad­a en la Creación. Ese árbol era el ceibo y la flor en él nacida, albergaba el alma de Anahí.

Tan bella leyenda explica que la flor de ceibo haya sido considerad­a como un símbolo de la pureza y de la dulzura, a la vez que de la rebeldía indomable y altiva. Emblema vivo de tales virtudes -a más de acreditar a su favor otras cualidades- no puede admirarnos que cuando nuestro país resolvió designar su flor nacional, otorgara el galardón, a justo título, a la flor de ceibo.

Con fecha 2 de diciembre de 1851, Domingo F. Sarmiento le escribe a Dominguito: Mi querido Dominguito: “De mi viaje a Entre Ríos, te cuento que hay en todas las orillas del Paraná y del Uruguay bosques enteros de ceibos que ahora están floridos. Que te muestren allá un ceibo y verás que flores lindas……”

Músicos y poetas cantaron a la flor del ceibo. refi riéndose aanahí, relata Osvaldo Sosa Cordero: “La noche piadosa/cubrió tu dolor/y el alba asombrada/miró tu martirio/hecho ceibo en flor.

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