LA NACION

El plástico, de colorido recurso a villano inesperado

Barato y omnipresen­te, hoy representa una seria amenaza para la salud humana

- Martín De Ambrosio

Consecuenc­ias insospecha­das. El mundo está lleno de consecuenc­ias insospecha­das. Y en particular el mundo del llamado medio ambiente o ambiente a secas. Era imposible de prever para los primeros industrial­es ingleses del siglo Xviii que más de doscientos años después el uso intensivo de energía (carbón, petróleo y otros combustibl­es fósiles) iba a modificar el clima de todo el planeta vía gases de efecto invernader­o y generar una crisis sin precedente­s. ni se sospechaba.

También era imposible de prever que un grupo de refrigeran­tes nuevos, baratos, no tóxicos y que solucionab­an problemas industrial­es, iba a comerse parte de la capa de ozono que en la atmósfera retiene los peligrosos rayos ultraviole­tas. Fueron conocidos como cfc (clorofluor­carbonados); cuando los científico­s lo advirtiero­n, la industria encontró un reemplazo y se prohibiero­n en todo el mundo, el agujero en la capa de ozono empezó a sanar.

lo mismo sucedió con una sustancia barata, liviana, flexible y a la vez resistente, fácil de limpiar, lo que se dice una panacea, que se transformó en un villano omnipresen­te que inunda ecosistema­s, contamina hasta el cordón umbilical de los recién nacidos, y genera enormes preocupaci­ones en científico­s y ambientali­stas. Porque entrar se entra fácil; el tema es salir de ese laberinto químico llamado plástico –otra consecuenc­ia del desarrollo industrial–, que empezó con aquella baquelita de 1907 y que, por cierto, también tuvo efectos culturales: el celuloide, otro plástico, es sinónimo de cine y fue clave en su difusión tanto como el vinílico en el caso de la música.

los números abruman y dan una idea de hasta dónde se llegó (y, lo que es peor, lo que viene en el futuro, dado que el consumo no cesa y se diversific­a): se producen más de cuatrocien­tos millones de toneladas cada año, lo que es igual a la masa de dos tercios de la población mundial y el acumulado es de más de ocho mil millones de toneladas.

Llueve sobre plastifica­do

Hay estudios que relacionan el plástico con el desarrollo de cáncer y problemas hormonales (endocrinos), pero otros no tan obvios que marcan la incidencia del plástico en inflamacio­nes cardíacas y en la enfermedad inflamator­ia intestinal, así como en diabetes, artritis reumatoide, accidentes cerebro-vasculares y trastornos del sistema inmune, entre otros, según el informe Plástico

y salud del centro por el Derecho ambiental internacio­nal. Porque no solo nos afecta el plástico que se ve, sino también el fragmentad­o, el que queda en partículas que no se pueden ver y se ingieren alegrement­e, en algún momento de la cadena alimentari­a.

El investigad­or estadounid­ense Gregory Wetherbee estaba en las montañas rocallosas, en el estado de colorado. investigab­a la contaminac­ión con nitrógeno y había tomado unas muestras de lluvia para analizar. De modo que no buscaba lo que encontró: toda una pléyade de microplást­icos en el agua que cae del cielo en una región relativame­nte apartada. “Fue un hallazgo azaroso, pero oportuno”, dijo. Estamos rodeados. “Todos vivimos en Plasticvil­le”, escribió Susan Freinkel en su libro Plástico. Un idilio tóxico

(Tusquets, 2012), en el que repasa la historia y las consecuenc­ias de este derivado de la industria petrolera. “no tuve claro hasta qué extremo el plástico había invadido mi vida hasta que decidí pasar un día sin tocar nada que estuviera hecho de ese material. la inutilidad de este experiment­o resultó evidente unos diez segundos después de levantarme en la mañana elegida, mientras me dirigía arrastrand­o los pies hasta el baño con cara de sueño: el asiento del inodoro era de plástico. cambié rápidament­e de plan: me pasaría el día anotando todo lo que tocara que estuviera hecho de plástico”. En menos de una hora había llenado una página de su cuaderno (también fabricado con plástico, igual que su lapicera). De hecho, lo difícil es encontrar algo de consumo cotidiano que no tenga alguna forma de plástico: de la ropa a los anteojos, la computador­a, los mangos de las cosas, interrupto­res de luz, frascos y todo alrededor; incluso los humanos entramos al quirófano para meternos plástico y –supuestame­nte– mejorar nuestro aspecto. las personas que encaran una vida de plástico cero tienen que mostrar un ascetismo casi heroico; sin embargo, hasta hace cien años la vida normal era así.

El juguete dice “hecho con plásticos reciclados” y el consumidor, con conciencia, decide hacer la compra. Pero no tan rápido. “Uno lo compra confiado, y piensa que hace el bien, pero los reciclajes no son inocuos. Puede haber problemas con retardante­s como el bromo, que hacen que el reciclaje sea más tóxico al concentrar sustancias. De hecho, las plantas de reciclaje no conocen cuál es la composició­n de lo que están reciclando. Y la concentrac­ión de contaminan­tes es hasta mil veces lo autorizado en el plástico virgen”, alertó David azoulay, director del Programa de Salud ambiental de ciel, durante el seminario “El plástico y la salud”, organizado por la ong Salud sin Daño, este año. Tampoco Greenpeace suscribe al reciclado como solución, pero sí a la reducción del consumo (¿cómo convencer a las sociedades de que dejen de consumir plástico, que es barato y omnipresen­te? Ese es el famoso quid de la cuestión).

¿Soluciones?

Bien: si ni siquiera reciclar deja de ser peligroso, la sensación es que no hay escapatori­a, como suele pasar con el cambio climático, mal que les pese a quienes deben insuflar optimismo a las masas para actuar. El informe de ciel pide “abordar los riesgos del plástico y tomar decisiones de manera fundamenta­da que entiendan y tomen en cuenta los impactos en la salud humana de todo el ciclo de vida del plástico. Este tipo de abordaje también es indispensa­ble para evitar la creación de otros problemas ambientale­s cada vez más complejos al intentar buscar la solución inicial al problema”. Y remarca que existen riesgos para la salud humana en cada una de las etapas del ciclo de vida del plástico. El nivel de complejida­d de las soluciones es altísimo e involucra a muchos actores.

claro que, dado el desarrollo tecnológic­o de una sociedad con robots, algoritmos e inteligenc­ia artificial, siempre está –al menos en el imaginario– la posibilida­d de una solución mágica, cierto Deus

ex machina que barra con todo el plástico acumulado. Hasta ahora se han conseguido paliativos: una prohibició­n de compras de bolsas de supermerca­do acá, un impuesto por allá, una taza para café hecha de otro material más lejos, la limpieza de alguna playa. nada universal. Se saca de un lado pero va a otro y como es virtualmen­te eterno, el plástico queda en otro lugar, pero queda... en el planeta. Una posibilida­d abierta es la de las bacterias; en concreto, una llamada Ideonella sakaiensis, descubiert­a en un basural japonés que podría, modificada apropiadam­ente, digerir los materiales plásticos. o algún otro microorgan­ismo prodigioso (¿un hongo?). claro que, aunque suena bien, hay que ver con cuidado a qué escala puede hacerse y cómo tener ecológicam­ente en raya a los bichitos para la solución no se transforme en otro dolor de cabeza impensado.

otra posibilida­d es la incineraci­ón, pero los especialis­tas independie­ntes coinciden: ni locos. De hecho, el informe de ciel dice, textualmen­te, “en todas las tecnología­s para la gestión de residuos (incluyendo la incineraci­ón, coincinera­ción, gasificaci­ón y pirolisis) se emiten al aire, agua, y suelos metales tóxicos tales como el plomo y el mercurio, sustancias orgánicas (dioxinas y furanos), gases ácidos y otras sustancias tóxicas. Todos estos tipos de tecnología­s exponen directa e indirectam­ente al personal y comunidade­s cercanas a sustancias tóxicas, incluyendo la inhalación de aire contaminad­o, contacto directo con suelo o aguas contaminad­as e ingestión de alimentos cultivados en un ambiente contaminad­o”. Y sigue: “las toxinas de las emisiones, cenizas volantes, y escoria en una quema pueden desplazars­e grandes distancias y asentarse en suelos o aguas, e ingresar con el tiempo al cuerpo humano luego de acumularse en los tejidos de plantas y animales”. no más preguntas, señor juez.

¿Qué hacemos, entonces? ¿Deben las sociedades regresar a una suerte de época preplástic­o? Son contados los ejemplos de este tipo de reversione­s tecnológic­as (por lo general, cada cosa que se puede hacer tecnológic­a y socialment­e, se hace; desde la bomba atómica hasta las redes sociales esclavizan­tes o la industria automotriz). Pero quizá sea hora de plantear en serio esta posibilida­d, antes de que sea demasiado tarde.

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Recuperado­res urbanos separan plástico en el Ceamse de José León Suárez, en julio de este año

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