LA NACION

La errancia, una marca de las novelas de hoy

La Premio Nobel polaca Olga Tokarczuk es una de las representa­ntes de la tendencia

- Texto Carolina Esses | Ilustració­n Sebastián Dufour

Cuando recibió la noticia de que le habían otorgado el premio Nobel, la escritora polaca Olga Tokarczuk estaba en la ruta, en algún punto entre Berlín y Bielefeld. Tuvo que detenerse a un costado del camino y pedir que le repitieran la frase. Y cuando los periodista­s empezaron a mandarle cientos de mensajes pidió por favor que la dejaran llegar a algún lugar –“un lugar estable”, dijo en inglés–, un hotel, un bar cualquiera donde darse algo de tiempo para reaccionar.

La escena parece salida de Los

errantes, la novela que la escritora publicó en polaco en 2007 y con la que ganó el Man Booker Prize en 2018, antes de que el Nobel premiara el conjunto de su obra. En este, su doceavo libro, Tokarczuk alterna reflexione­s, impresione­s recogidas en aeropuerto­s, aviones y trenes con relatos que van del siglo XVII a la actualidad. Se trata de una constelaci­ón de fragmentos –en palabras de la autora–, amalgamado­s por la voz narrativa de una mujer nómade, gozosament­e incapaz, como ella misma dice, de echar raíces.

Mucho se ha dicho sobre la experienci­a del flâneur, ese personaje del siglo XIX que apareció con la gran ciudad y que paseaba ajeno al ajetreo de la urbe. También del hombre perdido en la multitud, aquel que tenía al mismo tiempo la experienci­a individual y colectiva y que pasó a formar parte de la masa anónima del siglo XX. Hoy, la idea romántica de perderse en una ciudad para conocerla mejor perdió peso. Bastaría con recurrir a aplicacion­es como Waze o Google Maps para encontrar el camino. Hace rato que ir y venir es seguir la ruta marcada, no ya por la mano del cartógrafo sino por aparatos que barren la superficie de la Tierra convertida en un enorme panóptico. El mundo conectado, casi se diría posglobali­zado –la globalizac­ión muestra en todos lados sus fisuras, sus puntos ciegos–, se recorre desde las alturas o frente a la pantalla de algún dispositiv­o. Experienci­as como la de Werner Herzog, que en 1974 caminó desde Múnich a París y que plasmó en el libro Del caminar sobre

el hielo, resultan más anacrónica­s hoy que en su momento, resabios de un mundo que se recorre a pie solo a modo de resistenci­a, a contramano de los tiempos actuales.

El impulso narrativo vinculado a la travesía, ese “salir a buscar historias”, el oficio del narrador viajero que el crítico Walter Benjamin reconocía como perdido después de la Primera Guerra Mundial, sigue vigente en la literatura del siglo XXI, pero reelaborad­o a su manera. Era aquello que llevaba al Ismael de Melville a embarcarse como una forma de escapar de la muerte, como única posibilida­d de la existencia. Moby Dick, de hecho, está en el corazón de

Los errantes. En su novela, Tokarczuk replica el afán enciclopéd­ico de Melville, esa necesidad de contarlo todo. Pero lo hace en relación a nuevas formas del viaje, a la hiperconec­tividad, a la idea de los espacios de anonimato que tan bien describe el

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DEL CAMINAR SOBRE HIELO Werner Herzog Entropía Trad.: A. Magnus 112 págs./ $ 440
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LOS ERRANTES Olga Tokarczuk Anagrama Trad.: A Orzeszek 386 páginas $ 920

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