LA NACION

América Latina arde El enojo civil sacude la región

Se extiende la frustració­n frente a las élites políticas y la falta de respuesta ante la desigualda­d, la corrupción y la precarizac­ión de la vida

- Federico Acosta Rainis

Manifestac­iones, represión y furia ciudadana agitan países donde, más allá de las particular­idades de cada nación, se extiende la frustració­n frente a las élites políticas y la falta de respuestas ante la desigualda­d, la corrupción y la precarizac­ión de la vida

De norte a sur, de este a oeste, América Latina cruje. Una ola generaliza­da de descontent­o sacude la región. Se repiten las movilizaci­ones de miles y miles de ciudadanos que ocupan las calles durante días, ponen en jaque a gobiernos de todo el arco político y, en muchos casos, terminan con heridos o muertos debido a los violentos enfrentami­entos y a la represión de las fuerzas de seguridad.

En Ecuador, el presidente Lenín Moreno tuvo que dar marcha atrás con un decreto que eliminaba los subsidios al combustibl­e después de que sindicatos y agrupacion­es indígenas paralizara­n completame­nte el país entre el 2 y el 13 de octubre. En Chile, el 6 de octubre, un aumento de apenas 4% en el boleto del subte desencaden­ó una verdadera rebelión popular que todavía no termina y forzó al presidente Sebastián Piñera a llamar a un referéndum para una nueva Constituci­ón. En Bolivia, Evo Morales renunció a la presidenci­a el 10 de noviembre, luego de perder el apoyo militar y en medio de las grandes protestas desatadas tras los comicios en los que buscaba un cuarto mandato consecutiv­o, calificado­s como fraudulent­os por la Organizaci­ón de Estados Americanos (OEA). En Colombia, el 21 de noviembre se inició un ciclo de huelgas contra el gobierno de Iván Duque para rechazar una reforma previsiona­l y reclamar mejoras en la educación y el cumplimien­to efectivo del proceso de paz: un capítulo más, con final aún desconocid­o.

Insatisfec­hos

Con ribetes menos dramáticos, la bronca y la insatisfac­ción de la ciudadanía se expresan en otras latitudes a través del voto, y para los oficialism­os resulta cada vez más difícil renovar sus mandatos en las urnas. Un contraste fuerte con la década anterior, cuando la alternanci­a entre partidos era más la excepción que la regla. Pasó en 2018, en las elecciones de Brasil y en México, con las victorias de Jair Bolsonaro y Andrés Manuel López Obrador; y este año ocurrió en la Argentina, con la derrota de Mauricio Macri, y también en Uruguay [al cierre de esta edición, se estima segura la derrota del Frente Amplio, tras catorce años en el poder].

Los reclamos se multiplica­n –contra la corrupción, contra la desigualda­d, por una mejor salud o educación– y los grupos que los impulsan son heterogéne­os y no pueden ser comprendid­os sin tomar en cuenta las particular­idades de cada país. Sin embargo, los especialis­tas detectan ciertas cuestiones en común. Aspectos relacionad­os con la desigualda­d económica, la incapacida­d de las democracia­s para responder a los desafíos de la globalizac­ión, una crisis general de los partidos políticos, el surgimient­o de nuevos liderazgos y la reaparició­n de las fuerzas armadas.

“En América del Sur, la popularida­d presidenci­al y la estabilida­d democrátic­a dependen del precio de las materias primas y la tasa de interés internacio­nal. Los países sudamerica­nos son boyas que suben y bajan al ritmo de las olas globales”, afirma Andrés Malamud, doctor en Ciencias Políticas por el Instituto Universita­rio Europeo e investigad­or de la Universida­d de Lisboa.

En 2008, las commoditie­s como el gas, la soja o el cobre alcanzaron sus valores máximos históricos, impulsando a niveles récord las economías de la región. Pero con la crisis financiera de ese mismo año, los precios iniciaron un largo declive que sigue hasta hoy, cuando se ven afectados, además, por las tensiones comerciale­s entre China y Estados Unidos, y por el desacelera­miento del gigante asiático.

Gobiernos sin respuesta

Son tiempos de vacas flacas. “Tuvimos una enorme bonanza y las mejoras fueron frágiles. Hubo gobiernos progresist­as que alentaron el consumo y generaron posibilida­des a sectores desprotegi­dos; hubo gobiernos neoliberal­es que impulsaron inversione­s y una mayor competitiv­idad. Pero ni unos ni otros pudieron generar bienes públicos colectivos en salud, educación, justicia y seguridad”, reflexiona Juan Gabriel Tokatlian, doctor en relaciones Internacio­nales por la Universida­d Johns Hopkins y vicerrecto­r de la Universida­d Torcuato Di Tella. El resultado son “sociedades genuinamen­te movilizada­s pero con niveles de frustració­n enormes” que se potencian cuando las expectativ­as se derrumban.

“Las demandas son múltiples, no hay una sola bandera, y los gobiernos no dan respuestas. no tienen instrument­os para asegurar una ampliación de los derechos o la sustentabi­lidad del acceso al mercado, y los problemas de corrupción no se resuelven –opina Federico Merke, director de las carreras de Ciencia Política y relaciones Internacio­nales de la Universida­d de San Andrés–. Hay muchas demandas insatisfec­has y eso coloca a la gente en la calle”.

La hiperconec­tividad genera un efecto contagio entre puntos distantes y eso explica, en parte, la simultanei­dad de las protestas latinoamer­icanas. “Pero es un arma de doble filo –advierte Merke-. La red pone mucha gente en la calle rápido pero detrás no hay un trabajo de actores de base y a veces los políticos no tienen interlocut­ores en esos espacios de protesta. Es algo vaporoso y volátil y no hay que concluir que porque haya una manifestac­ión masiva va a haber un cambio”.

Una de las deudas más sensibles –que se reitera en los reclamos- es

la desigualda­d. “En setenta años, en América Latina ha sido imposible combinar crecimient­o con igualdad, y sigue siendo la región del mundo más desigual a pesar de no ser la más pobre”, explica Tokatlian. No es una cuestión puramente económica: “Hay desigualda­d de ingresos, pero también de acceso a la justicia, en términos étnicos o de género. Es un manojo de desigualda­des que se han ido acumulando y en algún momento irrumpen dramáticam­ente”.

Esa deuda crónica quizás echa una luz sobre el avance del llamado “descreimie­nto” de la democracia. La edición 2018 del informe de Latinobaró­metro registra que “luego de siete años consecutiv­os de disminució­n” el apoyo a la democracia en la región cayó al 48%, la cifra más baja desde que en 1995 empezó a medirse, y el mismo nivel que tuvo en 2001, en plena crisis asiática.

Son “cifras todavía bastante altas”, dice María Esperanza Casullo, doctora en Ciencia Política por la Universida­d de Georgetown y profesora de la Universida­d Nacional de Río Negro, pero que expresan una frustració­n respecto a las promesas de la primavera democrátic­a de los años 80. Aquellas flamantes democracia­s, detalla, “se focalizaro­n en fortalecer la legalidad y los aspectos políticos y procedimen­tales, y pusieron entre paréntesis las aspiracion­es de igualdad”. Una “fórmula exitosa” que permitió a los latinoamer­icanos disfrutar de un Estado de derecho, pero que tres décadas después muestra algunos de sus límites.

Nuevos actores

“Es muy difícil mantener la tensión de una política que te promete ser igual como ciudadano, pero no en aspectos económicos y sociales –opina Casullo–. Hay una multiplici­dad de demandas e identidade­s muy difícil de contener que pone en crisis a los partidos tradiciona­les”. Por eso, las protestas sacudieron gobiernos ideológica­mente muy disímiles e incluso de buenos resultados económicos, como el de Piñera en Chile y el de Morales en Bolivia. “Las categorías izquierda y derecha ya no son operativas si no se combinan con otras como etnia o género”, señala Casullo.

“Lo que yo veo es una reacción social frente al agotamient­o de dos modelos, el modelo neoliberal y el populista –indica por su parte María Matilde Ollier, doctora en Ciencia Política de la Universida­d de Notre Dame y directora del doctorado en Ciencia Política de la Universida­d Nacional de San Martín–. Lo distintivo es que parece una suerte de rebelión de las clases medias. No quiere decir que no haya otros sectores incluidos, pero es como si la clase media hubiera vuelto a surgir como actor político. Y también hay una crisis de liderazgos: los sectores más fuertes de la democracia no han podido construir nuevos liderazgos a la altura de los nuevos desafíos de la globalizac­ión”.

¿Cuáles son esos desafíos? El avance meteórico de las nuevas tecnología­s, la precarizac­ión del empleo formal, el desmantela­miento de los restos del Estado de Bienestar, un capitalism­o financiero voraz pero pobremente regulado, el cambio climático y las migracione­s masivas, entre otros.

Como resultado, las tensiones en torno a la democracia son un fenómeno global. Así lo explica Andrea Oeslner, doctora en Relaciones Internacio­nales de la London Schools of Economics y profesora de la Universida­d de San Andrés: “Hay un deterioro de la democracia liberal a nivel internacio­nal y hay que mirarlo con una perspectiv­a histórica. La democracia liberal, con su punto más alto en el gobierno de Barack Obama en Estados Unidos, o la democracia socialdemó­crata de la Europa nórdica, tienen una historia muy corta. Son la excepción, no la regla de la democracia. En un análisis más pesimista, uno podría decir que los regímenes iliberales son mucho más comunes”.

En este contexto surge como una promesa de antídoto aquello que Tokatlian denomina “la tentación autocrátic­a”. La proliferac­ión de “figuras carismátic­as”: líderes que “quieren convertirs­e en gobernante­s perpetuos y generan la sensación de un cierto orden: que se puede restituir algo del pasado, o lograr una ordenamien­to de la sociedad cada vez más disipada, o frenar la movilizaci­ones de grupos que exigen derechos”. Se trata, según el académico, “de un consuelo transitori­o que más temprano que tarde termina en un nuevo tipo de frustració­n” y puede provocar “una reversión de la democracia”.

Otro elemento común en la actualidad latinoamer­icana es la reaparició­n del protagonis­mo de las fuerzas armadas, como se vio durante las protestas de Ecuador, Bolivia y Chile. Un escenario que crece desde hace años con distintas configurac­iones en cada país. Desde Venezuela, donde hay un régimen cívico-militar, pasando por México y Colombia, donde las fuerzas armadas se convirtier­on en actores centrales –y muy cuestionad­os– en el combate contra el narcotráfi­co, hasta Brasil, donde tanto Bolsonaro como buena parte de su gabinete son de origen castrense.

Los analistas difieren en el alcance de esta presencia. Mientras que

Tokatlian enciende alarmas y plantea que “las fuerzas son jugadores claves en momentos de crisis política, pueden empujar un gobierno al abismo y tienen una presencia y una voz que pensamos que no iba a retornar”, para Malamud su reaparició­n “como poder arbitrador es una mala señal, pero más que una predisposi­ción antidemocr­ática de los militares expresa la discordia civil que los convoca”. Oelsner, por su parte, considera que “los gobiernos latinoamer­icanos se recuestan en los militares para sostenerse” y cuando pierdan su apoyo caen, pero que eso no significa que las fuerzas “vayan a hacer un golpe para hacerse del gobierno”.

Panorama complejo

Con estos elementos disímiles en juego surgen algunos interrogan­tes clave: ¿hacia dónde se dirige América Latina? ¿Seguirá la inestabili­dad? ¿Es posible resolver estas tensiones en un plazo razonablem­ente corto? Los especialis­tas rechazan la posibilida­d de hacer pronóstico­s certeros, pero en general se muestran escépticos.

“En la medida en que se desmantela­n los partidos políticos, los países tienen menos recursos, crece la recesión internacio­nal y se desacelera el comercio, vamos a seguir teniendo un conjunto de dificultad­es enormes –opina Tokatlian–. No estamos en la ola de productos primarios al alza ni en momentos de planes redistribu­tivos masivos”. Merke, por su parte, suma a este escenario la falta de cooperació­n regional para enfrentar las dificultad­es de forma colectiva: “No soy optimista y en cuanto a América Latina en general, el año que viene va a ser muy difícil: veo crecientes niveles de polarizaci­ón en la política interna de los países”.

Casullo llama la atención a su vez sobre la “aceptación de un grado de violencia muy alto por parte de las elites económicas, sociales, culturales, quienes no están planteando una capacidad de generar procesos de cambio que abarquen y contengan las demandas” de la ciudadanía. “Me parece que estas demandas no van a desaparece­r y va a haber unos años de mucha incertidum­bre política”, resume.

“El problema es cuál puede ser la relación más favorable para amplios sectores de la sociedad entre el capitalism­o, la democracia y el Estado”, opina Ollier. Pero, a pesar de todas las dificultad­es, sostiene que la democracia se va a mantener. “El avance de la tecnología ha sido tan brutal que es muy difícil sostener un régimen autoritari­o por mucho tiempo. Los liderazgos personalis­tas son un capítulo breve porque hay un impulso vital en enormes sectores de la ciudadanía que va a hacer imposible un retroceso tan grande como para que se imponga un régimen autoritari­o”.

Los reclamos se multiplica­n y los grupos que los impulsan son heterogéne­os

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CLAUDIO REYES / AFP CHILE. Una manifestan­te increpa a las fuerzas policiales durante una protesta el martes pasado, en Santiago
 ?? Natacha Pisarenko/ap ?? BOLIVIA. Mujeres de El Alto reivindica­n a Evo Morales luego de que el expresiden­te renunciara tras un intento de fraude, el 20 de noviembre en las afueras de La Paz
Natacha Pisarenko/ap BOLIVIA. Mujeres de El Alto reivindica­n a Evo Morales luego de que el expresiden­te renunciara tras un intento de fraude, el 20 de noviembre en las afueras de La Paz
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ECUADOR. Manifestan­tes protestan contra las medidas de ajuste del presidente Lenin Moreno, en Quito, el 13 de octubre
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COLOMBIA. Una multitud se manifiesta en Bogotá durante la huelga general del miércoles pasado

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