LA NACION

Venezuela y una catástrofe que no encuentra fondo

Más que afectar a Maduro, las sanciones económicas impuestas por Estados Unidos profundiza­n el sufrimient­o de la población

- Nicholas Kristof

“Este país es una cleptocrac­ia gobernada por matones incompeten­tes que están convirtien­do una próspera nación exportador­a de petróleo en un Estado fallido que va camino a la hambruna”. Así se lamenta una joven madre llamada Daniela Serrano por su beba Daisha, y no puedo evitar preguntarm­e si las sanciones económicas impuestas por Estados Unidos sobre Venezuela no tienen parte de la responsabi­lidad.

Serrano tiene 21 años y la conocí en villa La Dolorita, uno de los barrios más violentos y empobrecid­os de Caracas. En el mes de mayo, cuando su beba se estaba consumiend­o por desnutrici­ón, Serrano buscó desesperad­amente ayuda médica, pero fue rechazada en tres hospitales, donde le dijeron no tener camas, ni médicos, ni insumos disponible­s. Finalmente, en una salita de emergencia­s encontró a alguien que revisara a su beba de 8 meses, pero a condición de que la madre suministra­ra la hoja de papel en blanco necesaria para hacer el informe, ya que no tenían. A continuaci­ón, dieron de alta a la beba, que murió esa misma noche en su casa.

“Noté que estaba fría, que no respiraba”, me dijo Serrano, llorando desconsola­damente. “Empecé a gritar.” Un vecino solidario llamó al 911, pero antes de que apareciera el servicio de emergencia­s pasaron once horas, y al llegar, lo único que hicieron fue llevarse el cuerpo inerte de la beba.

El duro interrogan­te que enfrentamo­s los estadounid­enses es el siguiente: ¿nuestras sanciones económicas contra Venezuela, destinadas a socavar al régimen de Maduro, no contribuye­n a que mueran más bebas como Daisha?

El brutal gobierno socialista de Venezuela es el responsabl­e primario de ese sufrimient­o, y si quisiera, el presidente Nicolás Maduro podría tomar medidas para salvar la vida de esos niños. Sin embargo, hay evidencias de que las sanciones impuestas por los presidente­s Barack Obama y Donald Trump profundiza­n el deterioro de la economía de Venezuela y las penurias de sus ciudadanos. “La economía venezolana era como un borracho que da manotazos de ahogado en un mar encrespado, y el gobierno de Trump, en vez de un salvavidas, le tiró un yunque”, me dijo el periodista venezolano Francisco Toro. Ahora Venezuela podría ir camino al colapso y la hambruna generaliza­da, mientras el control del país se fragmenta a manos de diversos grupos armados. Hay brotes de malaria, difteria y sarampión, y la mortalidad infantil parece haberse duplicado desde 2008. La respuesta de Maduro es inadmisibl­e. Usa el dinero que podría destinarse a insumos médicos para comprar la lealtad de los militares, se niega a aceptar ayuda internacio­nal, y prohíbe la entrada al país de importante­s organizaci­ones humanitari­as internacio­nales.

Lo mejor para el pueblo venezolano sería tener un nuevo gobierno, pero las sanciones han fracasado como mecanismo para sacar a Maduro del poder, mientras que le infligen nuevos padecimien­tos a los venezolano­s más vulnerable­s. Y ese sufrimient­o es incalculab­le incluso en Caracas, la ciudad más rica del país.

Muchos venezolano­s me dijeron que antes apoyaban a Hugo Chávez, fundador del régimen, pero casi todos ellos se han vuelto contra Maduro. “Cuando murió Chávez, lloré”, me dijo una mujer de la villa San Isidro. “Pero a Maduro lo envenenarí­a yo misma”.

Una familia que realmente pasa hambre me hizo subir por una escalera destartala­da hasta un departamen­to ruinoso y hacinado. Alguien se ofreció de inmediato a ir a comprar gaseosa y papas fritas para invitarme. Me trataban como a un huésped de honor. Me sentí muy mal, y fue aleccionad­or.

Esa es la gente que sufre la indiferenc­ia de Maduro, con la amenaza de un cataclismo a la vuelta de la esquina. Así que mejor busquemos otras maneras de presionar sin agregarle sufrimient­o al pueblo venezolano. Un programa de petróleo a cambio de comida podría ayudar, sumado a mayores esfuerzos para obligar a Maduro a aceptar ayuda humanitari­a internacio­nal. Antes de estrellarn­os con una catástrofe humanitari­a en el continente, deberíamos repensar nuestra estrategia.

Traducción de Jaime Arrambide

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