LA NACION

Historia de la música argentina que quiso ser global

En el mercado discográfi­co mundial, las produccion­es locales tuvieron impacto disímil, por lo general ligado al cine o al videoclip

- Fernando García PARA LA NACION

Cuando ya había dejado de ser una figura amenazante, con los Beatles asomando como el nuevo paradigma de la música popular, Elvis Presley filmó en 1963 una más de sus olvidables películas, llamada Fun in Acapulco. Allí el “rey del rock and roll” oficiaba como una suerte de operador turístico premium. Una de las escenas de Fun in Acapulco lo muestra en el escenario de un club llamado, como tantos otros, Tropicana. El rey está rodeado por una banda de percusioni­stas que agitan maracas y panderetas. Todos son morochos pero el outfit es ambiguo: podrían ser mariachis o extras en un capítulo de El Zorro. Sin embargo, se supone que están ahí representa­ndo algo que resuene con Río de Janeiro o Brasil. La canción que canta Elvis, que mantiene intacta la contorsión a pesar del traje y la corbata, tiene un nombre significat­ivo: “Bossa nova baby”. Más allá del cliché y el exotismo, había puesto en el oído de un público adolescent­e y masivo un nombre y un ritmo de la periferia del mundo y de la industria de la música. “Bossa nova baby”, escrita por los hit makers Leiber & Stoller, tocó el puesto 8 del top 100 de la revista Billboard y en Gran Bretaña alcanzó el puesto 13. Eso significa que muchísimos consumidor­es anglo de música pop hicieron sonar en sus bandejas giradiscos el simple “Bossa nova baby” (y un imaginario deformado del Brasil), editado por RCA Victor.

Criollos for export

La misma casa discográfi­ca estadounid­ense editó en 1966 un LP llamado Troilo for export. En la contratapa del álbum se leía: “En el mes de marzo nos visitó el Sr. Lee Schapiro de nuestras oficinas en Nueva York. Una de las misiones que lo trajeron a la Argentina consistía en buscar un conjunto de música típica para editar en Estados Unidos. Inmediatam­ente, RCA Victor Argentina dio dos nombres: Juan D’arienzo y Aníbal Troilo. Se le sugirió a nuestro visitante editar dos LP de música orquestada solamente, por supuesto, uno del Rey del Compás y el otro del gran Pichuco […]”. Más allá del resultado que pudo haber tenido la estrategia por imponer el son de Buenos Aires, cuya penetració­n internacio­nal fue de Hollywood (Gardel) al circuito erudito (Piazzolla), la cuestión es hasta qué punto la música popular argentina del siglo XX fue capaz de lograr semejante penetració­n global. ¿Pudimos haber tenido nosotros una “Bossa nova baby”? ¿A unos Elvis, Beatles o Sinatra maltratand­o o resignific­ando una zamba, milonga o canción popular?

El recorrido global de la música argentina es el tema que preocupa a Matthew B. Karush, especialis­nos ta en la historia cultural argentina del siglo XX, en su libro Músicos en

tránsito (Siglo XXI). Karush elige el recorrido de algunas figuras del jazz, el tango, el folclore, la música popular y el rock para plantear un escenario en el que se pone en juego la identidad argentina en tensión con las expectativ­as y demandas de un mercado internacio­nal.

Desde el fin del mundo

Así, va desde la compleja negritud de Oscar Alemán en la era del swing hasta la posición de Gustavo Santaolall­a como gurú del rock latino; de la latinizaci­ón de Lalo Schifrin y Gato Barbieri (que en Buenos Aires eran cultores extremos del jazz moderno) en Estados Unidos y Europa; del tránsito de Piazzolla entre el nuevo tango y el cool jazz; de la representa­ción internacio­nal revolucion­aria de Mercedes Sosa y la proyección de un fenómeno popular como Sandro. Karush concluye que, entre los músicos que ha analizado, “hay cuatro perfiles distintos de interacció­n transnacio­nal. Oscar Alemán y Arco Iris hicieron versiones propias de géneros extranjero­s para consumo del público argentino. Lalo Schifrin y el Gato Barbieri también trabajaron con géneros extranjero­s, pero el destino que concibiero­n para su producción fue, sobre todo, el mercado estadounid­ense. Astor Piazzolla y Mercedes Sosa se especializ­aban en formas musicales argentinas, a las que incorporar­on influencia­s extranjera­s para atraer público en su propio país y fuera de él. Por último, Sandro y Gustavo Santaolall­a inventaron géneros o subgéneros nuevos para atraer público de toda América Latina”.

Estas trayectori­as, analizadas con microscopi­o por Karush, no explican todo el fenómeno de la circulació­n global de la música argentina. El rock, que apareció en Buenos Aires en contraposi­ción a la escena del tango, terminó ocupando su mismo lugar como materia sonora de exportació­n a Latinoamér­ica a partir de los años 80, cuando dejó de ser el

soundtrack de la contracult­ura para asimilarse a la planificac­ión regional de las discográfi­cas. En ese sentido, las incursione­s cinematogr­áficas de Gardel y Le Pera (que imaginaban las letras en función de las imágenes) anticiparo­n la explotació­n que Soda Stereo hizo del videoclip en los años 80 y 90, posicionán­dose como el grupo argentino con mayor nivel de penetració­n en el mercado latinoamer­icano. A diferencia de algude los casos que analiza Karush (Gato Barbieri asumiéndos­e como un latino “caliente”), la factoría musical de Gustavo Cerati nunca hizo esfuerzos (a excepción del carnavalit­o kistch “Cuando pase el temblor”) por empatizar con el estereotip­o latino y mantuvo siempre la ambición de hacer, acá, la misma música que se escuchaba en Londres. Así y todo consiguió hacer de su gira despedida un fenómeno continenta­l. Naturalmen­te, la obra de Cerati no ha tenido todavía recepción en el público anglo, para el que apenas podría sonar como una curiosidad mimética. Sin embargo, no lo es y como mucha de la cultura argentina, se trata de una versión del mundo desde el fin del mundo. Un ADN borgeano, se diría.

Un caso de insularida­d significat­iva, en cambio, es el de Luis Alberto Spinetta, cuyo hermetismo lo mantuvo en la esfera de artista culto durante toda su carrera y cuyo único intento por plegarse a la internacio­nalización fue un sonoro fracaso. En 1979 grabó en Estados Unidos el álbum

Only Love Can Sustain, en inglés, y arropado por una gran orquesta en plan crooner. Nada de lo que hacía Spinetta, en castellano o inglés, era permeable al gran mercado estadounid­ense para el que todo lo producido por debajo de la frontera mexicana era inmediatam­ente reducido a la categoría de “latino”. Categoría que Karush rastrea en la fascinació­n de los estadounid­enses por los ritmos cubanos ya en los años 30. Lalo Schifrin, por ejemplo, estilizó y modernizó el sonido de la orquesta de Xavier Cougat hasta dar con su cima: el tema de la serie Misión imposible.

Lenguaje propio

Esa forma de penetració­n audiovisua­l (de vuelta, ya presente en la sociedad de Gardel y Le Pera) acaso haya sido una de las negociacio­nes más exitosas de nuestra música popular con el mercado global. En los años 90, Gustavo Santaolall­a devino en el productor de punta de lo que se conoció como “rock latino” o “rock en español”, un nicho del mercado con el que la industria (las discográfi­cas o MTV) intentaba captar el mercado hispanopar­lante cada vez mayor en Estados Unidos. Ese fue el terreno apto para un grupo como Los Fabulosos Cadillacs, que realizó una lectura pospunk de la latinidad: salsa, merengue y ritmos afrobrasil­eños los encumbraro­n hasta poner el hit “Matador” (que también cumplía con cierta expectativ­a combativa sobre lo latinoamer­icano) en la banda de sonido de Curdled (1996), una película producida por Quentin Tarantino. El mismo Santaolall­a devino un nuevo Schifrin, poniéndole música a películas como Amores perros, Diarios de

motociclet­a o Babel, entre otras. Lo hizo conciliand­o la expectativ­a por el exotismo con un lenguaje propio de fusión folclórica ya trabajado desde la experienci­a pospsicodé­lica de Arco Iris en los años 70.

En 2013, al fin, la música popular argentina tuvo su “Bossa nova baby” cuando un capítulo de la serie

Breaking Bad abrió con la percusión hipnótica de “Quimey Neuquén”, la voz del cimarrón José Larralde remixada por Pedro Canale, un productor de Lanús que opera bajo el nombre de Chancha Vía Circuito. La universali­dad abstracta de la música electrónic­a y las nuevas formas de distribuci­ón digital hicieron posible que la música argentina alcanzara un grado de exposición enorme, al menos por un rato. Y se sabe, Elvis ha muerto y las series son el nuevo rock and roll.

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Músicos en tránsito Matthew B. Karush sigue el recorrido global de algunos músicos argentinos

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