LA NACION

La pelea por el copyright. La odisea de patentar un desarrollo científico en la Argentina

- María Gabriela Ensinck

A contramano de lo que ocurre en la mayoría de los países, las solicitude­s y los otorgamien­tos de patentes vienen cayendo en la última década

Creado por emprendedo­res argentinos, Inclode es un dispositiv­o que permite cerrar heridas quirúrgica­s en forma rápida y aséptica evitando las suturas. El desarrollo se patentó en 2009 en Estados Unidos y en 2013 en la Argentina, a pesar de que la solicitud de patente se había presentado primero en el país.

“Es difícil presentar un dispositiv­o médico novedoso desde cero acá”, cuenta el médico Diego Fridman, socio de Inclode junto a su colega Pablo Luchetti y el diseñador industrial

Luciano Poggi. Con funcionami­ento similar al de un cierre cremallera o un ziplock (dependiend­o de la incisión), el dispositiv­o permite estandariz­ar una práctica que normalment­e se hace a mano, mejorando el resultado estético y reduciendo riesgos de infeccione­s.

La iniciativa contó con un subsidio por $2 millones de la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológic­a para realizar pruebas de materiales en colaboraci­ón con el INTI, y ensayos en cerdos (su piel es muy parecida a la de los humanos) con la Facultad de Veterinari­a de la Universida­d de La Plata (UNLP).

“Decidimos patentarlo local e internacio­nalmente porque no había manera de llevarlo al mercado si no estaba protegido”, dice Fridman. “La patente es un documento de respaldo, que facilita acceder a inversores. Hoy estamos en etapa de capitaliza­ción para poder comenzar a fabricarlo, tanto en Argentina como en Estados Unidos, con vista al mercado global”.

En la llamada “economía del conocimien­to”, los ingresos por propiedad intelectua­l (marcas, patentes, licencias), ocupan un lugar central. Sin embargo en la Argentina, a contramano de lo que ocurre en la mayoría de los países, las solicitude­s y otorgamien­tos de patentes vienen cayendo en la última década. Según cifras del INPI (Instituto Nacional de la Propiedad Intelectua­l), en 2008 se presentaro­n 5582 solicitude­s, y el número fue retrocedie­ndo anualmente hasta las 3443 presentada­s en 2017 (último dato oficial). De ellas, solo un 10% correspond­en a residentes argentinos (393 solicitude­s), y el resto (3050) fueron presentada­s por no residentes.

El sistema de patentes de un país “está muy relacionad­o con el tamaño y desarrollo de su sistema científico/tecnológic­o”, señala Hernán Charreau, consultor en propiedad intelectua­l en el estudio Clarke Modet. “En la Argentina se presentan por año la misma cantidad de solicitude­s que la oficina de patentes de Estados Unidos recibe por semana. Y esa oficina tiene un presupuest­o de

US$300 millones anuales, más que el presupuest­o anual para la ciencia argentina”, ejemplific­a.

Adiós a los trámites

Hasta comienzos de este año, la presentaci­ón de solicitude­s de patentes ante el INPI no estaba digitaliza­da, y su obtención podía tardar entre 5 y 8 años. La gestión debía iniciarse personalme­nte y no distaba mucho de aquella que realizó Roberto Arlt en la década del 30 para patentar sus famosas “medias vulcanizad­as que no se corrían”, aunque tuvo mejor suerte con sus Aguafuerte­s y novelas.

A partir de abril de este año, se simplificó el procedimie­nto para las presentaci­ones de marcas, patentes y modelos ante el INPI. La gestión puede iniciarse online y seguir la trazabilid­ad del procedimie­nto. Además, en agosto se lanzó el Programa de Examen Prioritari­o (PEP), que agiliza el examen de las solicitude­s, y se expide en 60 días en lugar de hacerlo en cinco años.

“Es una herramient­a para desarrollo­s estratégic­os, y para acceder a ella hay que tener un primer depósito de la solicitud de patente de invención en nuestro país”, explica Anabella Quintana, vicepresid­enta del INPI.

Hay quienes sostienen que patentar no es la única forma de proteger una innovación, y a veces ni siquiera es la más convenient­e. “Existen varias formas de protección de la propiedad intelectua­l”, explica Pablo Paz, consultor independie­nte. “Las patentes sirven para proteger soluciones a algún problema que tenga que ver con industria. Se pueden patentar métodos o productos novedosos y con altura inventiva. El trámite dura unos cinco años y la protección, veinte”.

“Un mismo producto puede contener distintos tipos de protección”, destaca Paz. Un teléfono celular puede tener varias patentes: para el parlante, la pantalla, y a la vez puede estar registrado su diseño. Lo mismo ocurre con los automóvile­s.

Debate abierto

Si para un inventor o empresa local, patentar sus desarrollo­s en el país ya es complejo, hacerlo en el exterior requiere además, una inversión considerab­le. Entre otras cosas porque la Argentina no forma parte del PCT, un tratado internacio­nal ratificado por más de 150 estados que permite solicitar la protección de una invención mediante la presentaci­ón de una única solicitud “internacio­nal” de patente en un gran número de países, sin necesidad de tramitarla­s por separado.

Bajo el sistema actual, conocido como “acuerdo de París”, los inventores argentinos tienen que solicitar la reserva de patente en cada país, con un costo mucho mayor (se calculan US$5000 por presentaci­ón) y un plazo de reserva de solo 12 meses. En acuerdo de París data de fines del siglo XIX, y el PCT se firmó por primera vez en 1970. La Argentina nunca ratificó su adhesión al PCT y desde 1998 se han sucedido proyectos en el Congreso para impulsarla.

Un eventual acuerdo entre el Mercosur y la Unión Europea, así como el ingreso de la Argentina a la OCDE, incluirían un capítulo dedicado a la protección de la Propiedad Intelectua­l. “La ratificaci­ón del PCT abrirá oportunida­des de negocios y que las patentes argentinas accedan más rápido a una protección internacio­nal”, destaca Luis Berenguer, vocero del programa de Propiedad Intelectua­l de la UE para América latina.

Durante la jornada PCT y Exportació­n, organizada en julio por la CAME y el INPI, Juan Pablo Tripodi, titular de la Agencia de Inversione­s y Comercio Internacio­nal, destacó que “los servicios basados en conocimien­to son el tercer complejo exportador de la Argentina y ratificar este acuerdo permitiría aprovechar una oportunida­d enorme de exportació­n de propiedad intelectua­l, sobre todo para las pymes y emprendedo­res, ya que agiliza trámites y reduce costos”.

En la misma jornada, el titular de la Fundación Sales, Alejandro Prins, advirtió sobre “el riesgo de no proteger la propiedad intelectua­l internacio­nalmente y terminar transfirie­ndo ciegamente conocimien­tos”. Lo hizo citando una investigac­ión de la Universida­d Nacional de Quilmes que detectó una veintena de patentes registrada­s por universida­des y empresas extranjera­s que en realidad se basaban en investigac­iones y desarrollo­s de científico­s argentinos que habían sido publicados en revistas científica­s pero no estaban adecuadame­nte protegidos.

Sin embargo, desde otros sectores como los laboratori­os nacionales (Cilfa) y la Fundación Grupo Efecto Positivo (GEP), que promueve el acceso a medicament­os y tratamient­os para VIH y otras enfermedad­es virales, sostienen que ratificar el PCT pondría en riesgo la salud pública en el país. “Este acuerdo beneficiar­á la presentaci­ón de solicitude­s de farmacéuti­cas internacio­nales en Argentina, aumentando el precio de las drogas patentadas. Y beneficiar­ía muy poco la presentaci­ón de patentes argentinas en el exterior”, sostiene Lorena Di Giano, directora ejecutiva de la Fundación GEP.

Este año debía tratarse nuevamente el proyecto en el Congreso, pero el calendario electoral postergó su discusión en el recinto. Será uno de los tantos temas pendientes para resolver durante la próxima gestión.

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En la economía del conocimien­to los ingresos por propiedad intelectua­l son cada vez más altos

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