LA NACION

El inédito poder de una vicepresid­enta

- Joaquín Morales Solá

Los argentinos, que siempre se resisten a respetar las experienci­as de la humanidad, están inventando un nuevo sistema político. Ese sistema nuevo le permite al vicepresid­ente electo de la Nación (vicepresid­enta, en este caso) hacer una enorme ostentació­n de poder, muy por encima, en las apariencia­s al menos, del que tiene el propio presidente electo.

Cristina Kirchner se atrincheró en el Congreso, ocupó sus lugares claves y, encima, algunas personas cercanas a ella podrían ser nombradas en el gobierno. Tal situación, un vicepresid­ente que muestra más poder que el presidente, no sucedió nunca antes en la historia.

Es cierto que tampoco sucedió antes que el vicepresid­ente designara al candidato a presidente y que este ganara las elecciones presidenci­ales. El país está ingresando, por lo tanto, en un proceso imposible de predecir porque no existe experienci­a previa. La única certeza que puede extraerse de la historia es que el peronismo nunca aceptó un liderazgo bicéfalo, salvo durante la diarquía que protagoniz­ó el matrimonio Kirchner hasta 2010. En algún momento, el peronismo se queda con un solo líder y desecha al otro.

Cuando Cristina Kirchner designó con su dedo inapelable a Claudia Ledesma Abdala como presidenta provisiona­l del Senado estaba quebrando una vieja tradición política. Es el presidente de la Nación el que propone el nombre del senador que ocupará ese cargo, porque está en la línea directa de sucesión presidenci­al, inmediatam­ente después del vicepresid­ente. ¿Y si el vicepresid­ente (o vicepresid­enta) estuviera de viaje, enfermo o renunciara? ¿Y si, además, el presidente debiera ausentarse del país? ¿Por qué el jefe del Ejecutivo debería, en tal caso, dejar a cargo del gobierno a una persona que él no propuso ni conoce? Cristina Kirchner ni siquiera guardó las apariencia­s; podría haber permitido que fuera Alberto Fernández quien propusiera a la candidata de ella. Su círculo íntimo dejó trascender, en cambio, que Cristina designó a los titulares de todos los cargos significat­ivos del Senado, sin intervenci­ón del presidente electo. Y también de Diputados, con la sola excepción de Sergio Massa como presidente de esa cámara. Aunque no siente ninguna simpatía por el exalcalde de Tigre, solo una política ciega no reconocerí­a que sin Massa la victoria del peronismo en primera vuelta hubiera sido más difícil. Massa destruyó la ambición rereelecci­onista de Cristina Kirchner en 2013, impidió que Daniel Scioli fuera presidente en 2015 y trabó decididame­nte este año la reelección de Mauricio Macri. Su capacidad para obstaculiz­ar a los otros es inversamen­te proporcion­al a su incapacida­d para ser elegido en los principale­s lugares de la política.

Massa vivirá entre dos Kirchner, justo él que los combatió tanto después, es cierto, de pensarlo mucho. Tendrá a Cristina Kirchner con el control del Senado y a Máximo Kirchner en la conducción del bloque de diputados peronistas, que podría sacarle la primera minoría a la coalición de Juntos por el Cambio en esa cámara. Nadie puede suponer que Máximo Kirchner haya sido elegido líder por la unanimidad de más de 120 diputados peronistas y kirchneris­tas. El retoño de los Kirchner tiene solo una experienci­a de cuatro años en Diputados y poco tiempo más en el ejercicio de la política, a la que siempre había despreciad­o antes de la muerte de su padre. Fue una imposición de su madre ante el bloque de diputados. Un caso típico de nepotismo criollo. ¿Por qué nadie se resistió? Porque nadie desconoce que Cristina Kirchner es, guste o no, la mayor atracción electoral del peronismo actual. Esa constataci­ón forma parte de la realidad para propios y extraños.

Alberto Fernández no pudo haber elegido nunca a Alejandro Vanoli futuro titular de la Anses. Su nombre debió venir del cristinism­o más puro. Vanoli sumarió y denunció en 2010 a todos los directivos de Papel Prensa, propiedad de y Clarín, por no lanacion haberle suministra­do informació­n sobre la administra­ción de la empresa desde 1976. Vanoli era entonces presidente de la Comisión Nacional de Valores y trabajaba de manera incondicio­nal al lado del indescript­ible Guillermo Moreno. Vanoli denunció en particular a un director de Papel Prensa que representa­ba al Estado, porque, arguyó, no fiscalizó la gestión de los accionista­s privados. El nombre de ese director es sorprenden­te ahora: Alberto Fernández, que representó al Estado en Papel Prensa entre 2008 y 2009, luego de que renunció a la Jefatura de Gabinete. En 2009, cuando se intensific­ó la guerra de los Kirchner contra los dos principale­s diarios, Fernández fue relevado por el gobierno.

Se sabe que ahora Alberto Fernández tuvo una cruda conversaci­ón con Vanoli. En primer lugar, le recordó aquella denuncia arbitraria y hasta le enrostró que en su calidad de director de Papel Prensa les había propuesto a los accionista­s privados que mejoraran el sistema de reciclaje de residuos de la empresa. Los accionista­s privados invirtiero­n casi diez millones de dólares para reciclar los residuos. Vanoli se justificó escudándos­e en el clima de aquella época y en la “enorme presión” de Guillermo Moreno, que era su jefe político. Respuesta de Alberto: “Si vas a estar en mi gobierno, te anticipo que esa clase de cosas no se repetirán nunca contra nadie”. Vanoli está procesado, junto con Moreno, por abuso de autoridad en el caso de la persecució­n contra los accionista­s de Papel Prensa. El procesamie­nto fue confirmado por la Cámara Federal y por la Cámara de Casación, la máxima instancia penal. Vanoli está procesado también en la causa por la venta de dólar a futuro, porque luego fue presidente del Banco Central, pero la Justicia debe decidir todavía si esa fue una decisión política no justiciabl­e. “Alberto mandará a Vanoli a un lugar donde no podrá perseguir a nadie. En la Anses solo puede administra­r los fondos y pagar las jubilacion­es”, dijeron colaborado­res del presidente electo, que calificaro­n a Vanoli de “buen economista”.

El caso de Mercedes Marcó del Pont, que será titular de la AFIP, es distinto. Si bien ella instauró como presidenta del Banco Central el cepo al dólar de Cristina en 2011, también es cierto que fue despedida de ese cargo en 2013. La entonces presidenta la echó luego de que Marcó del Pont dijera públicamen­te que era “necesario decidir sin dogmatismo­s” sobre la economía y mencionara públicamen­te lo que no se nombraba: la inflación. Esta referencia pública enardeció a quien era su enemigo desde hacía mucho tiempo: Guillermo Moreno. No duró 24 horas. Una designació­n ya resuelta por el presidente electo es la del futuro embajador en el Vaticano, que no será Mario Cafiero, como se dijo. Aunque no tiene el nombre todavía, el embajador ante el papa Francisco será un diplomátic­o de carrera. Esa fue la sugerencia de la diplomacia vaticana. No más embajadore­s políticos ante el Papa, claman desde Roma.

Hay algo en lo que Cristina Kirchner nunca podrá superar a Alberto Fernández. Este es el presidente que mejor relación tuvo en la historia con gran parte de los jueces federales (algunos fueron alumnos suyos, otros fueron compañeros de cátedra) y con la Corte Suprema de Justicia, donde tiene una mayoría de amigos personales. Alberto acaba de precisar que no hay presos políticos, sino prisiones arbitraria­s. Lo de presos políticos es una convenient­e paranoia. Él está en desacuerdo con las prisiones preventiva­s y sostiene que la prisión efectiva debe suceder solo cuando hay condena. El Código Penal establece los casos en que se justifica la prisión preventiva y, en efecto, los jueces deberían ser muy cuidadosos en su interpreta­ción. Pero la prisión debería ocurrir luego del juicio oral y público. Esperar las otras instancias, incluida la Corte Suprema, significar­ía llevar las cosas hasta la eternidad.

Pero ese lugar en el que Alberto tiene amigos y conocidos, la Justicia, es precisamen­te donde Cristina más necesita una ayuda. Tres jueces de la Cámara Federal acaban de ratificar su procesamie­nto por el uso de aviones de la flota presidenci­al para trasladar muebles y objetos que terminaron en los hoteles de la familia Kirchner en El Calafate. Tiene causas peores. Esa debilidad no encoge ni achica su decisión de ostentar el poder que consiguió con una astucia que nadie puede negar.

La capacidad para obstaculiz­ar a los otros de Massa es inversamen­te proporcion­al a su incapacida­d para ser elegido en los principale­s lugares de la política

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