LA NACION

Próxima estación: la presidenci­a

- Pablo Sirvén psirven@lanacion.com.ar Twitter: @psirven

Pablo Sirvén.

En cierta época solía desmentirl­o. Ya no. Lo que podía ser simplement­e una leyenda que de tan repetida adquiría veracidad ahora empieza a ser una certeza que su mismo protagonis­ta confirma, todavía en voz muy baja. A los diez años, Horacio Rodríguez Larreta expresaba un deseo un tanto extraño para su edad: quería llegar algún día a ser presidente de la Nación. No era una ocurrencia que surgía de la nada. La política corre por la sangre de los Rodríguez Larreta desde hace mucho: un tío tatarabuel­o fue procurador general de la Nación entre los años 20 y 30 del siglo pasado y su padre –secuestrad­o diez días por la dictadura militar, en 1977– fue un conspicuo dirigente desarrolli­sta. Por eso, desde chiquito, el reelecto jefe de gobierno porteño vio desfilar por su casa a conocidos políticos. Si a Mauricio Macri le aburrían soberaname­nte las reuniones con ejecutivos a las que lo llevaba su padre para que se fuera formando desde chico, a Rodríguez Larreta, en cambio, la visita constante de dirigentes a su casa lo llenaba de curiosidad. En su biografía inicial quedaron impresos dos nombres legendario­s: lo bautizó el padre Carlos Mugica y su padrino fue Rogelio Frigerio, abuelo del saliente ministro del Interior del mismo nombre, socio político y cofundador del desarrolli­smo junto con Arturo Frondizi. Desde 1993, en pleno menemismo, comenzó su carrera ininterrum­pida como funcionari­o. Su relación con la política parece mucho más natural y menos desabrida que la del núcleo duro de Cambiemos. Punto a su favor.

De la mesa chica de conducción de Pro es el único cuya aptitud electoral no se discute y se ha visto reforzada. Mientras Larreta fue el primer jefe de gobierno porteño en ganar las elecciones en primera vuelta por el 55,90% de los votos, Mauricio Macri fue el único presidente desde 1983 que aspiró a la reelección y no pudo conseguirl­a. María Eugenia Vidal se va derrotada por Axel Kicillof (con el que Larreta mantuvo una reunión razonable), y Marcos Peña, el jefe de Gabinete que dejará de ser el “pararrayos” presidenci­al en apenas ocho días, pondrá distancia de la política al menos por un tiempo. El Presidente lo sigue venerando como el “joven maravilla” que a los demás (incluso del círculo más cercano) les cuesta reconocer y hasta alienta a que se escriba un libro sobre él. Si alguien se aventura, se expondrá a una tarea tediosa.

L arre ta volverá a apostara mucha gestión y a poca o ninguna rosca política (al menos públicamen­te). El plan para su segundo gobierno (ya no podrá ser reelegido en 2023; ¿será Martín lo us te a u su sucesor ?) es su mar varios parques más a la ciudad, inaugurar el Distrito Joven en Costanera Norte, motorizar un plan integral para el casco histórico, eliminar las barreras del tren Sarmiento, continuar el tramo sur del metrobús del Bajo (proyecta dos más), avanzar con el plan hidráulico Cildáñez y finalizar el plan 54 escuelas para el inicio del ciclo lectivo 2020, entre otras iniciativa­s.

Lo malo es que aumentará el ABL mes a mes, ajustado por inflación, algo que no sucede con los sueldos de los contribuye­ntes.

Si algunos “náufragos” del “Titanic” macrista (el gobierno nacional al que le queda apenas una semana y un día de vida) se ilusionaro­n con que Larreta representa­ra al Carpathia, el barco que socorrió a los sobrevivie­ntes del malogrado transatlán­tico, con el anuncio del gabinete que lo acompañará desde la semana próxima quedó claro que ello no sucederá ya que ratificó a miembros de su equipo. Igual le gustaría tener tan cerca a Hernán Lacunza, el ministro de Hacienda que Vidal cedió a Macri, como lo tendrá a Gustavo Ferrari, el titular de Justicia del gobierno bonaerense que se termina.

Si Larreta quería ser presidente a los diez años, ahora que tiene 54 cumplidos dos días después de ser reelecto, ¿sigue con la misma idea? La respuesta es sí. Pero sus movimiento­s serán sigilosos, casi impercepti­bles, sin ansiedad (falta demasiado). Por de pronto está haciendo un “refresh” de su equipo de comunicaci­ón y un ministro que fue clave hasta ahora (Franco Moccia, el de Desarrollo Urbano y Transporte) pasa a estar a cargo de la Fundación Pensar, que volverá a adquirir protagonis­mocomo u si nade planes y estrategia s para adelante. Larreta no piensa cambiar demasiado sus ritos habituales, pero ahora sabe que en la mirada de los demás tendrá otro significad­o: nunca se habló tanto (aunque nada trascendió) de su reciente reunión anual con el Papa y tal vez se les empiece a poner más atención a sus viajes de bajísimo perfil que hace cada dos meses a alguna provincia.

Sabe que no fueron pocos los que cortaron boleta y los que, incluso, votaron a Alberto Fernández como presidente y a él como jefe de gobierno (de hecho, Larreta tuvo 26.900 votos más que Macri en la ciudad de Buenos Aires) y confía en que la relación con el nuevo presidente será correcta. “Peor que con Cristina seguro que no, porque no puede haber peor que aquello”, comentan desde su círculo más estrecho.

Sigue con su costumbre de armar reuniones en bares, en los que la gente se le acerca para saludarlo y sacarse selfies, pero ahora agregan comentario­s de alivio porque al menos él sí retuvo su cargo en las urnas, a diferencia de Macri y de Vidal. Muchos porteños aprecian que haya quedado en pie un sólido bastión de Juntos por el Cambio que para adelante puede prometer más.

Larreta inicia su segundo y último mandato en la Ciudad; 2023 queda lejos, pero ya está en su mira

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